La Cenerentola en París

Marina Viotti en La Cenerentola en París © Vincent Pontet

Octubre 17, 2023. “La Cenicienta” es uno de los cuentos infantiles más celebrados de todos los tiempos. Desde sus prototipos medievales hasta las interminables telenovelas clásicas. La historia de la pobre niña de barrio y/o de pueblo que se enamora del príncipe y se vuelve princesa, ha marcado a más de una persona. En la cultura latina se ha vuelto un arquetipo recurrente y muchas veces considerado como la base de todas las historias y las fantasías amorosas. 

La Cenerentola, creada en el Teatro Valle de Roma el 28 de enero de 1817 es la última ópera bufa del cisne de Pésaro. El libreto fue escrito por Jacopo Ferreti, quien también escribiría el de Matilde di Shabran para Rossini y otros títulos más para Donizetti, los hermanos Ricci, Pacini, Fioravanti y Mercadante. Inspirada en el cuento cruel de Charles Perrault, esta vez lo fantástico no tiene hadas madrinas ni carruajes de calabaza pero una especie de Don Alfonso afable y bondadoso en la figura de Alidoro. Aquí tampoco había ninguna zapatilla de cristal: Ferreti la reemplazó por un par de brazaletes para evitarles a las cantantes de la época el bochorno de mostrar sus tobillos y sus piernas. A pesar de que la creación de esta Cenerentola fue un fracaso que sumió al joven Rossini en una gran frustración, con el paso de los años esta partitura se volvió una de las más populares del compositor. 

A partir de la década 1820, La Cenerentola recorrió tanto Italia como Europa. En México se le escuchó por primera vez en 1828 en el Teatro de los Gallos de la Ciudad de México con el gran Manuel García como Ramiro. Maria Malibran desgraciadamente ya vivía con su marido en Nueva York y no pudo venir a México a estrenar La Cenerentola en el papel principal.

Cuantas peripecias y andanzas ha tenido esta Cenerentola que se ha vuelto una obra fetiche del Théâtre des Champs-Elysées. Se presentó en esta sala una versión ligera y participativa a principios de año, que contó en su elenco a Sergio Villegas Galvain, extraordinario barítono mexicano en el papel de Dandini. Ahora, ya entrado el otoño, la versión “clásica” de esta comedia moral es la ocasión de ver a la gloriosa mezzosoprano Marina Viotti encarnar uno de los papeles más emblemáticos de su tesitura. 

Tenemos en mente las interpretaciones de Cecilia Bartoli, Joyce di Donato o Vivica Genaux, pero Marina Viotti es una artista completamente fantástica y con un talento histriónico y vocal arrollador. El papel de Angelina en La Cenerentola es complejo, no tiene nada de inocente y fantasioso como cualquier princesa cursi. Lo que Marina Viotti le da a esta interpretación es su relieve vocal, con un fraseo justo y extremadamente ágil. Entregada al arte dramático, Marina Viotti nos muestra la fragilidad de Angelina matizada con una picardía muy rossiniana. Esperemos muy pronto que México descubra a esta fabulosa cantante y les prometemos una velada de intensos sobresaltos y emociones inigualables.

Desgraciadamente, el resto del elenco no estuvo a la altura del papel principal. El Don Magnifico de Peter Kalman no tenía más que un solo matiz e interpretó al padrastro como un tirano, dejando de lado toda la naturaleza ridícula del personaje. Las hermanastras Clorinda y Tisbe, Alice Rossi y Justina Olow, le dieron a cada una de estas maritornes un dejo de inmadurez con voces un tanto juveniles pero con gran talento. El Dandini del estadounidense Edward Nelson fue una bella sorpresa con mucho carisma y unos medios vocales impresionantes. El Ramiro del joven sudafricano Levy Sekgapane nos decepcionó. Este tenor no tiene ni las aptitudes escénicas para tal producción, ni las cualidades vocales para un papel tan exigente. El Alidoro de Alexandros Stavrakakis, con un bajo profundo casi soviético, fue un bello descubrimiento, no sin faltarnos a veces la elegancia y la sutileza del estilo rossiniano.

La puesta en escena de Damiano Michieletto raya en la caricatura y a veces en la glosa vulgar de lo que sería una telenovela. Ambientada en una cafetería de azulejos blancos y después en un penthouse ultramoderno, las ideas de Michieletto no tienen nada que envidiarle a los foros de Televisa. Es el arquetipo de las fantasías de un director de escena de moda que no tiene más ideas que lo que se ve en la televisión. Parecía una parodia de ópera y con una deformación de los personajes para darles un relieve fuera de lugar. 

Por ejemplo, Don Magnifico, personaje bufo por antonomasia, se vuelve brutal y desalmado, como tantas villanas ridículas de nuestro acervo televisivo latinoamericano. Una cosa es ver en una obra el contenido social, moral o político, y otra cosa es desbaratar las convenciones para hacer un panfleto de algo que no lo es. Que se entienda bien, aquí no se prefiere una puesta en escena literal, sino una con imaginación y respeto.

En el foso y el plato, el extraordinario ensamble Balthasar Neumann desató toda la energía de su coro y sus instrumentos históricos para darle a Rossini sus colores del 1817. Que no se nos olvide que Rossini tiene más relación con Mozart y Haydn en términos organológicos, que con Verdi o Puccini. En 1817, las obras de Rossini cohabitaban con las de Cimarosa, Paisiello y hasta Jommelli en algunos casos. Thomas Hengelbrock dirigió la partitura con mucha destreza, aunque a veces se le notaban algunas armonías un tanto pesadas y unos tiempos demasiado lentos.

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