Iphigénie en Tauride en París

Hervé Niquet y Véronique Gens

Enero 9, 2024. El siglo XVII tocaba a su fin, con su cortejo de desgracias. La guerra, los inviernos rigurosos y los duelos repetidos se abatieron sobre la gloriosa Francia del Rey Sol en el ocaso de su vida. Fue entonces cuando Henry Desmarest, compositor de la corte, la capilla y en los escenarios, siguió su inclinación por una joven pupila de rancio abolengo y huyó a la Lorena independiente del incipiente duque Leopoldo I. Desmarest fue condenado a muerte por contumacia y ahorcado en efigie en la plaza de Grève, frente al Hôtel de Ville de París. Triste destino para un talento tan fabuloso, que continuó su carrera bajo el duque de Lorena y vio sus obras representadas en Alemania, en particular su Vénus et Adonis, que se reestrenó en el Théâtre de la Monnaie en 1714 y en Hamburgo en 1725 bajo la dirección de Georg Philipp Telemann.

¿Qué fue de su Iphigénie en Tauride, cuya partitura tuvo que dejar inconclusa tras su precipitada huida en 1699? Hubo que esperar muchos años para que se le confiara la tarea a otro compositor de talento: André Campra. El estreno en 1704 fue un fracaso, pero el éxito llegó en 1711 y continuó incluso fuera de Francia. La partitura es una mezcla perfecta de los estilos de los dos maestros y tiene un verdadero sentido de la tragedia, tal y como debe de ser.

Gracias a la coproducción del Centro de Música Barroca de Versalles, esta joya y tantas otras han podido llegar hasta el Théâtre des Champs-Elysées de París. Tanto su dirección, como sus investigadores y equipo artístico y administrativo han trabajado de sol a sombra para que el patrimonio musical francés siga vivo a través de los siglos. Sin este centro científico y artístico, el legado de tres siglos de música francesa no hubiera llegado hasta nuestros oídos y corazones. Es importante mencionarlo.

2024 está en pañales y la historia de Ifigenia, Orestes y su enfrentamiento con la brutalidad de una cultura xenófoba parece un debate de actualidad. La mítica Táuride, antiguo nombre de Crimea, era el dominio del rey escita Thoas. Esta civilización sacrifica a la diosa Diana a cualquier extranjero que llegue a sus escarpadas costas. Si en México el sacrificio humano no tiene un pasado extraño, es el símbolo mismo de sacrificar al peregrino errante que resulta un tanto familiar con las menudas crisis que enfrenta el mundo de principios del siglo XXI.

Aparte de la tragedia inspirada por Eurípides, esta Iphigénie en Tauride lleva el lenguaje inventivo de Desmarest y la escritura muy eficaz de Campra, sin efectos superfluos ni duración excesiva. Es una partitura rica y compleja, ¡y tan bella!

Para la recreación de semejante maravilla, Hervé Niquet y su Concert Spirituel fueron claros en su planteamiento. Los contrastes fueron precisos, los colores brillantes. La música quedó servida en todo su esplendor y los coros fueron una delicia.

Véronique Gens es una Iphigénie legendaria. Su dicción es soberbia, al igual que su registro vocal en los agudos. Su escena del delirio merece figurar en el firmamento de las grandes escenas de ópera, junto con Lady Macbeth y Elettra. Thomas Dolié es un Oreste igualmente extraordinario, defendiendo esta música con refinamiento y sin ningún exceso. También apreciamos a Reinoud van Mechelen como un conmovedor Pylade de voz aterciopelada.

Olivia Deray es un buen descubrimiento en el papel de Electre, con un registro fino y una buena dicción en general. La fabulosa Floriane Hasler es una Diane hierática y sensual. A pesar de dos breves apariciones, nos conquistó por su dominio del estilo y su verdadero conocimiento de la ornamentación. Por desgracia, el Thoas de David Witczak, que no deja de aparecer en el reparto, nos decepcionó. Su voz parece constreñida en el registro superior, sus graves, inaudibles y su sentido del teatro, muy limitado.

Y si las ceremonias del pasado nos parecen extrañas y lejanas, ¿podemos condenarlas? ¿Cuál sería el precio que tendríamos que pagar ante los ojos de la historia de los siglos? ¿Somos, como Thoas, jueces ciegos de la alteridad? ¿O seremos todos un día Orestes, huyendo de nuestras culpas pasadas y buscando asilo en el remanso de tierras extranjeras?

Así pues, cuando el ímpetu del mar nos trae la diferencia, ¿tomaremos el riesgo de ahogarnos en la sangre que hemos derramado?

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