Requiem de Mozart en Turín

Teodor Currentzis, al frente del ensamble MusicAeterna, en Turín © Mattia Gaido – Lingotto Musica

Marzo 16, 2024. La asociación musical Lingotto Música, que desde hace varios años se encarga de gestionar en esta ciudad temporadas con las orquestas de cualquier latitud, tuvo como invitada hace algunas semanas en su moderna sede el Auditorium Giovanni Agnelli, construida en la antigua fábrica de automóviles Fiat, a la Chicago Symphony Orchestra con su director emérito Riccardo Muti, y en unos meses más tendrá a la Bayerisches Staatsorchester de Múnich dirigida Vladimir Jurowski, por citar algunos ejemplos.

Recibió ahora a otra agrupación de muy alto nivel, el ensamble —orquesta y coro— de origen ruso, MusicAeterna, sin duda una de los mejores en la ejecución de obras con instrumentos antiguos. No estando exenta de algunos obstáculos que viven los artistas de ese país por situaciones ajenas al mundo musical, el ensamble logró llevar a cabo algunos conciertos en España e Italia, y en esta ocasión ofreció un notable concierto dedicado íntegramente a Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), enfocada en una de sus piezas vocales más conocidas: el Requiem para solistas, coro y orquesta en Re menor KV 626. 

Sin embargo, en la primera parte se escuchó una ejecución muy satisfactoria del Concierto para fortepiano y orquesta n. 14 en Do menor KV 491, obra en tres movimientos ejecutados con dinamismo y destreza por la joven pianista rusa Olga Pashchenko que, como ella misma explicó, y en busca de encontrar un sonido más afín al estilo de la orquesta, tocó un fortepiano —el instrumento de cuerda y teclado que se ubica entre el clavicordio y el piano del siglo XIX— que emite un sonido puro y límpido, como el Walter hammersclavier de 1792 (afinado a 430hz), como el que se solía utilizar en la época de Mozart. 

La naturalidad con la que tocó la pianista, en conjunción con los instrumentistas, provocó que, ante los insistentes aplausos, se agregaron dos bises fuera de programa: el primero fue el “Concierto para clavicémbalo y orquesta de cuerdas en Re mayor”, una rareza de obra, en un movimiento del compositor Dmitri Bortnianski (1751-1825), y después, en solitario, regaló una versión del “Rondò a la ingharese casi un capriccio” en Sol mayor op. 129 de Ludwig Van Beethoven. 

A continuación, se escuchó una valiosa y explosiva versión historicista del Requiem. Como es costumbre en muchas de las obras que dirige, el director ruso-griego Teodor Currentzis añadió su toque personal, ejecutando al inicio la “Música fúnebre masónica” en Do menor para orquesta KV477/KV479a (1785), y después en la total oscuridad de la sala, con tan solo unas velas, se escuchó una tenue, serena y apenas perceptible pieza de canto gregoriano, previo al Requiem aeternaem, con algunas de las voces masculinas del coro; así como un “amen” al final de la tercera parte III Sequentia. 

Esta versión, con algunas adaptaciones del Requiem dejó momentos memorables, como el Introitus y la potente fuga bachiana del Kyrie, con las partes completadas por Franz Xaver Süssmayr de acuerdo a las anotaciones de Mozart, a la que se le agregó la frase “Cum sanctis tuis in aeterneum”. Es necesario mencionar las partes donde intervinieron los solistas, como el Tuba mirum con la voz profunda del bajo Alexey Tikhomirov, entre estos solistas el de mayor trayectoria internacional, o el Recordare, con la claridad, coloración vocal y musicalidad que aportó la soprano Elizaveta Sveshnikova, en unión con la del tenor Egor Semenkov, poseedor de una grata y dúctil voz, adecuada para este repertorio, y con el contratenor Andrey Nemzer, quien tuvo un satisfactorio aporte a pesar de una emisión algo rígida y artificial. 

El amplio coro tuvo momentos resplandecientes en el Confutatis y Lacrimosa, entre otros. Fue evidente la conjunción que tuvieron con los instrumentistas como un ensamble que acostumbra a trabajar de manera estrecha. Muy voluntariosa y homogénea se escuchó la orquestación, cargada del sentido y sentimiento que le aportó cada músico de las cuerdas, los chelos, las percusiones y los metales. 

Al final del concierto hubo una explosión de júbilo pocas veces vista, entre los propios músicos, en la que todos se abrazaron, se besaron y se felicitaron entre ellos. El grupo —fundado en el 2004 por Teodor Currentzis— ya no tiene como base el teatro de Perm, Rusia, sino que ahora es una agrupación independiente que realiza constantemente, en la medida que le es posible, giras por diversas ciudades europeas, colaboraciones con otros grupos de música antigua, algunos franceses, y se presenta en importantes festivales. 

Currentzis, quien se encuentra en la actualidad en el ojo del huracán por sus vínculos políticos y fuentes de financiamiento, ha sido vetado de algunas presentaciones y conciertos, es sin duda una personalidad. Sus movimientos y poses frente a la orquesta resultaron por momentos exagerados, sobreactuados, quizás poco estéticos, pero no carentes de la pasión con la que siente la música, y el conocimiento, el control, la precisión y la puntualidad en su lectura. Indudablemente se trata de personalidad especial. Al final, se escucharon tumultuosos aplausos por parte del público, en una sala repleta, y que fue contagiado, como pocas veces, por la efectividad del concierto presenciado.

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