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La liberazione di Ruggiero en Madrid
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Vivica Genaux (Melissa) en La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina de Francesca Cavalli en el Teatro Real de Madrid © Pablo Lorente
Junio 5, 2024. Estrenada en 1625 en la florentina Villa Poggia Imperiale, seno de la corte imperial de los Medici, la commedia in música en un prólogo y cuatro escenas La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina, basada en los cantos 6 a 8 del poema épico Orlando furioso (1532) de Ludovico Ariosto es, además de una joya del barroco temprano, una de las primeras composiciones operísticas de la historia y la primera escrita por una mujer: la multitalentosa y vanguardista Francesca Caccini (1587-1640).
Caccini, como dato adicional, interpretó en su estreno la parte de Melissa, la maga que recluye a Ruggiero en la su isla encantada. Al mismo tiempo, esta obra fue la primera pieza en otorgar particular lucimiento y trascendencia a los personajes femeninos y la primera obra de este tipo en ser estrenada fuera de Italia, lo que permite fácilmente deducir la popularidad alcanzada por esta opera en su época.
A 400 años de su estreno, generó gran exceptiva su inclusión en la temporada del Teatro Real de Madrid que, en coproducción con los teatros del Canal, llevó a cabo el estreno local en la capital española. El elenco de interpretes estuvo a la altura de las circunstancias. La mezzosoprano catalana Lidia Vinyes-Curtis resultó una magistral maga Alcina de voz dúctil, flexible y de gran belleza, muy intencionada en el decir y convincente en su caracterización, que no dejó a nadie indiferente.
Como Melissa, la otra maga de la trama, la mezzosoprano americana Vivica Genaux, destacó por su expresividad, su cuidada musicalidad y una voz que, no obstante el paso del tiempo, sigue deslumbrando tanto por su seguridad técnica, como por su perfecta proyección, así como por su riguroso apego estilístico.
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Alberto Robert (Ruggiero) y Lidia Vinyes-Curtis (Alcina) en Madrid © Pablo Lorente
Como el prisionero Ruggiero, el tenor mexicano Alberto Robert mostró gran afinidad con este repertorio y un material vocal prometedor. Entre los cantantes comprimarios, no pasó nada desapercibida la labor de Jone Martínez quien, en su múltiple composición como la sirena, la mensajera y la dama triste, lució una voz de bellísimo timbre, homogénea y de rico lirismo. En lo estrictamente musical, esta versión incluyó añadidos instrumentales de los compositores Emilio de’Cavalieri (ca 1150-1602), Andrea Falconieri (1585-1656), Claudio Monteverdi (1567-1643) y Jacopo Peri (1561-1633) que el director Aaron Zapico, gran conocedor del repertorio barroco y al frente del conjunto instrumental Forma Antiqva, entretejió magistralmente a la música de Caccini, ofreciendo una lectura musical historicista, de tiempos justos, articulaciones precisas y cuya tensión dramática no decayó en ningún momento.
Al frente de la vertiente escénica, la directora de escena, escenógrafa y coreógrafa española Blanca Li propuso un espectáculo sencillo, minimalista y simbólico que entrelazó con gran sapiencia el mundo barroco al actual, para lo cual se sirvió de interesantes y efectivos recursos teatrales que resolvieron con efectividad las exigencias de una complicada trama plagada de elementos fantásticos.
Factores esenciales en el resultado final de la producción escénica resultaron: en primer lugar, el tratamiento lumínico de Pascal Laajili, quien sacó un excelente partido de la propuesta escénica y ofreció un espectáculo mágico, dinámico y transformador; en segundo lugar, el bellísimo y artesanal vestuario neobarroco de la diseñadora Juana Martin, quien fusionó la esencia barroca con reinterpretaciones de las tendencias del momento proponiendo una atemporalidad que acercó la historia a la era moderna; y finalmente las cuidadas coreografías firmadas por la propia Li, quien logró una muy interesante interacción entre los bailarines y los cantantes que amplificó la emoción de cuanto sucedía sobre el escenario.