Desde el Palacio de Bellas Artes, Cuitlahuatzin cimbra a su pueblo

Cartel del estreno de Cuitlahuátzin en Bellas Artes

El pasado 18 de julio se llevó al cabo el lanzamiento del álbum digital de una ópera épica que canta la relegada gesta del personaje que comandó la primera revuelta indígena en el Valle de Anáhuac contra los invasores llegados de allende la Mar Océano. Dicha revuelta desembocó en la hoy llamada “Noche Victoriosa”, noche mítica que fungió como motor creativo de esta obra inédita que se grabó en vivo durante los montajes que realizó Bellas Artes en 2023, bajo la iniciativa de la otrora alcaldesa Clara Brugada.

Para decirlo en breve, se trata del primer acercamiento melodramático al penúltimo tlahtoani (rey) y, por ende, el registro digital —albergado ya en las principales plataformas de Internet como Spotify, Apple y Amazon Music— reúne los atributos para volverse memorable en la historia operática nacional.

Asimismo, es de asentar que esta creación artística —de la autoría de este redactor (idea original y libreto), y de los doctores Samuel Zyman (partitura) y Patrick Johansson (de la traducción al náhuatl clásico)— se yergue como la primera que se canta enteramente en la lengua “mexicana”, como la primera que capta la sonoridad de los instrumentos musicales prehispánicos auténticos, como la primera que ha puesto la ópera verdaderamente al servicio de la historia y como la primera que ha reproducido, con todo el rigor posible, las imágenes de la cuenca, el vestuario de sus habitantes y las formas arquitectónicas que les fueron propias, mismas que consolidaron a una de las cinco culturas originarias del planeta. 

Son rescatables algunas alocuciones de Raúl Basulto, actual alcalde de la tierra de Cuitláhuac, quien preguntó, al tiempo que le daba un reconocimiento al ingeniero de sonido Juan Carlos Corpus, responsable de la grabación: “¿Quién de los asistentes no recuerda, con la piel erizada aún, el pronunciamiento espontáneo y al unísono de un auditorio orgulloso de su raza vitoreando: ¡México, México, México!?,” abundando también sobre “la emoción que se suscitó en las puestas en escena que son ejemplo de las políticas culturales que la Cuarta Transformación enarbola y que serán transportadas a un segundo piso por nuestra benemérita jefa de gobierno electa. Como ya se dijo, es ella corresponsable de la creación de la obra, pero yo añadiría que su madrinazgo fue más allá de concebir el encargo concreto. Ella fue la primera mandataria en la historia patria que tuvo la clarividencia, después de cinco centurias de una parcial inexistencia, de pensar en el rescate, mediante el poderoso vehículo de la ópera, del Señor de Iztapalapa, héroe invicto y campeón de la resistencia indígena.”

Con respecto al equipo que realizó la grabación, es de subrayar que se consolidó con 238 personas —número equiparable al de una pequeña producción cinematográfica— entre artistas, técnicos, adeptos a la producción y asistentes en pos del milagroso fenómeno artístico. Presentes estuvieron muchos de los participantes involucrados: el director de escena Ragnar Conde, el director de la Camerata Metropolitana Humberto López, el director coral Leonardo Villeda, la coreógrafa Patricia Marín, los grupos Tribu y Yodoquinsi, sin faltar, en un nicho aparte, los siete solistas que encarnaron, con el espíritu engarzado en la voz, a los personajes históricos de la obra. 

Ahondando en la trascendencia de esta propuesta operística, realmente nacional, brillaron las palabras de Noé Mercado, convencido de que esta aventura estética habría de clamar por su propio espacio escénico, refutando la idea de que en México no somos capaces de armar espectáculos de calibre internacional…

Samuel Máynez, en la presentación de la grabación digital de Cuitlahuatzin © Cultura Iztapalapa

Al término de la ejecución de tres arias de la ópera el micrófono amplificó, dentro de la Sala Manuel M. Ponce, la alocución de quien esto escribe:

Como se habría enunciado en mexicano: Ma cualli tonalli, tocnihuané… (Buenos días, amigos…)

Confieso que la emoción me embarga y que las palabras que se han vertido me han calado hondo, recordándome lo bello, aunque plagado de desvelos e incertidumbre, del proceso que desembocó en el parto melodramático del que soy corresponsable. Admito que la solución para invocar la senda correcta fue la de despojarme de la importancia personal. No había otra opción más que ponerme, al igual que mis egregios compañeros de ruta, al servicio de la causa reivindicativa de ese irreductible pasado que palpita en nuestras venas. Recibimos una heredad magnificente que vemos en la piedra y admiramos en sus concepciones, sobre todo en esa salubre, y hoy extraviada, armonía con la naturaleza circundante.

Sabía el hombre mesoamericano que su existencia era una dádiva de los dioses y que no había mejor manera de honrarlos más que ofrendándose a sí mismo y aspirando al equilibrio absoluto con todo lo viviente. No había árbol mutilado ni víctima sacrificial que no se revistiera de simbolismos y se sumara a la equidad cósmica. Si supo interpretar los misterios del cielo, también se superó en el manejo de los caudales acuíferos, y ¡vaya que lo consiguió en este Valle del Anáhuac! donde sus cinco lagos, fuentes primordiales de vida, se expandían majestuosos y donde un aire fino y transparente nutría a milpas, fuegos nuevos y chinampas. 

Aquel linaje indígena que nos habita, desde Acamapichtli hasta Cuauhtemoctzin, exigía cualquier forma de sacrificio, y así lo entendimos cuales respetuosos descendientes de la herencia decretada desde la peregrinación iniciada en Aztlan que culminó en el islote donde un águila se posaría iridiscente sobre un nopal florido —la incorporación serpentina fue posterior— y donde las sucesivas generaciones de mexicas edificaron una de las ciudades más hermosas jamás creadas. Nos reconocimos, por ende, en un desenterrado espejo de obsidiana, con diversos grados de consanguineidad europea y africana, y a ello le rendimos, dentro de un tiempo circular, un humilde e imperecedero tributo. En suma, aceptamos que nuestra misión como creadores era, meramente, la de fungir como instrumentos para que las voces de aquellos heroicos predecesores del México Antiguo volvieran a resonar, recordándonos sus angustias y fracasos, sus sueños y esperanzas. Era homenaje y obligación, servicio desinteresado y cumplimiento cabal.

Acaso se están preguntado qué quisimos hacer con la obra, empezando por el glifo que la representa y por el desusado nombre que le adjudicamos. Bueno, asentemos que el glifo tradicional del décimo rey mexica se plasmó en códices como una suerte de excrecencia, de hecho, la raíz cuitlatl significa también un tipo de brote, por lo cual optamos por adoptar el de una forma vegetal, como aquel que trasluce la vida arbórea que se renueva, como el del árbol de Popotla cuyos retoños injertados se han replantado y hoy crecen victoriosamente sanos. Con respecto al sufijo tzin, es el reverencial obligado y cariñoso que completa el nominativo en su acepción correcta.

Tocante a la estructura narrativa decidimos dividirla conforme al modelo inventado por Rousseau, es decir, la acción transcurre con música incidental como fondo de la voz hablada ‒lo que vendría a convertirse en la técnica cinematográfica‒ para luego congelarse durante las partes cantadas. Y esta decisión fue tomada después de acatar la opinión de innumerables interpelados. Esto, porque pensamos que nuestro trabajo debía ser asequible y degustado por todo tipo de audiencias, especialmente las más necesitadas, tan carentes de “eventos culturales” que les eleven el espíritu. 

En cuanto a esta reacción que pretendimos suscitar, repito, en públicos de toda laya no necesito extenderme, puesto que la euforia colectiva que se ha experimentado en las puestas en escena nos confirmó la intuición de que, efectivamente, íbamos a sacudir los cimientos identitarios que nos hermanan. Imposible negar el poder que tiene la ópera para, cual escenario paralelo del inconsciente, colar subliminalmente cualquier mensaje, desde el más avieso hasta el más noble. Así, no es de extrañar, dadas las tendencias oscuras del ser humano, que se haya empleado con fines coercitivos y de velado coloniaje. Lo comprobaron los ingleses valiéndose de la ópera The cruelty of the spaniards in Perú, la primera que abordó la subyugación del indígena americano, para granjearse la opinión pública de la alta sociedad británica sin importar la deliberada deformación histórica. De ese modo iniciaron la leyenda negra de la conquista y convirtieron a sus piratas en paladines de la justicia.

Y ya de interés directo para nosotros es de rememorar la encomienda que hizo Napoleón Bonaparte para que se compusiera la ópera Fernand Cortez al tiempo de imponer a su hermano alcohólico como reyezuelo de España. Imposición que redundó en que el tarambana de Fernando VII se quedara sin trono y que se abriera el resquicio para que la Nueva España pensara en traérselo como titular de una monarquía constitucional, misma que no se logró, mas desembocó en el enrarecido movimiento independentista que nos dio patria. Obviamente, el despropósito, tanto histórico como musical, tuvo la intención de congraciarse, con un desembolso inaudito de francos, con la aristocracia parisina para que aplaudiera la invasión a la península, enmascarando al ávido corso como el nuevo conquistador que ganaba territorios, ahí sí, repárese en el absurdo, de manera pacífica y con diálogos elegantes y diplomáticos en la lengua de Moliere. Huelga decir que la finalidad se obtuvo con múltiples puestas en escena, las más onerosas hasta entonces concebidas y que la ópera fungió certeramente como adalid melódico de esa expansión napoleónica.

Creo que no necesito aclarar que el móvil que tuvimos nosotros para concebir la obra fue el de apegarnos a la verosimilitud histórica, especialmente, a la visión emanada desde esta ribera del Atlántico. Con certeza plena humanizamos a los personajes y les devolvimos la palabra y el canto. Igualmente, nos movió, con la emoción como guía infalible, la idea de instaurar, mediante la yuxtaposición de los instrumentos musicales prehispánicos sobre la orquesta europea, un verdadero diálogo de culturas, aquel que todavía no hemos logrado como seres aparentemente pensantes.

A manera de coda, quiero expresar ulteriores reconocimientos a nuestras próximas jefas de gobierno. Sigo a Cicerón, quien escribió que el agradecimiento es la madre de todas las virtudes. A Claudia Sheinbaum Pardo, pues siendo ella la gobernante de la CDMX promovió, junto al secretario de Cultura José Alfonso Suárez del Real, el montaje de mi reelaboración de la ópera Motecuhzoma II sobre músicas de Vivaldi en el zócalo capitalino, a fin de conmemorar los 500 años de la llegada de Cortés a México-Tenochtitlan —se rompió récord en la ópera hispanoamericana por sus 46 mil asistentes—, amén de haber ordenado que el Cuitlahuatzin se presentara de nuevo en el zócalo, el 13 de agosto de 2021 para conmemorar la captura de Cuauhtemoctzin y la caída del imperio. Tristemente, la emergencia epidemiológica lo impidió. (Sheinbaum significa en yídish “árbol bello”).

Y a Claritzin Brugada Molina, para quien no tengo palabras lo suficientemente elocuentes para aquilatar lo que ha hecho por mis criaturas. Fue la primera mandataria que creyó en mi trabajo, en un momento en que padecía boicots emanados desde la cúpula misma del poder, ordenando el montaje de la ópera vivaldiana en mi versión mexicanista, tanto en el cerro de la Estrella en 2010, como en el 2019 en el Parque Cuitláhuac, cual eco de la conmemoración por la quinta centuria de los albores de la conquista. Su visión de estratega de la cultura fue tal que, del éxito de esos montajes entrevió que revivir con una ópera a su antecesor como tecuhtli (señor, jefe) de Iztapalapa y ahora como tlahtoani de la siempre agonizante capital de la Triple Alianza, de la Nueva España, de los imperios y de la República, era uno de sus legados más trascendentes para esa posteridad que desde ya la aclama.

En un futuro que es presente elevo loores para que su mandato les haga honor a sus esfuerzos y para que la criatura melodramática engendrada por entrambos, con los doctores Zyman y Johansson como parteros calificados, cumpla con su urgente cometido de acrecentar la conciencia y el orgullo de nuestros connacionales.

Tlazohcamati (Gracias.)

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