
Rusalka en Barcelona

Piotr Beczała y Asmik Grigorian protagonizaron Rusalka de Antonín Dvořák en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona © Antoni Bofill
Julio 1, 2025. Volvió la extraordinaria ópera de Antonín Dvořák en una versión escénica compartida con otros teatros, no totalmente lograda, pero mejor que la anterior. Los méritos y deméritos se deben al concepto de Christof Loy, que no solo es otro defensor de la escena única (así, las cosas le salen bien en el segundo acto, pero en los otros dos —por más que agregue animales muertos y piedras por todos lados— no se tiene en absoluto la atmósfera del mundo del agua).
Aquí ondinas, su padre o señor y la bruja son miembros de una compañía de ballet, y la protagonista tiene una pierna mala (aunque puede hacer –y muy bien— algunas posturas, y como las demás ondinas y figurantes llevan tutú y bailan hay lugar para una coreografía —de Johannes Leiacker— bastante anodina). Y la oposición con el mundo humano funciona a menos que medio gas, porque arte o no arte, todo es humano.
Lo mejor fue de lejos la parte musical en la que el director de la casa, Josep Pons, dio una versión muy buena con una orquesta en espléndida forma (aunque el tipo de escritura del autor propició algunos excesos de sonoridad). El coro tiene una breve parte y cumplió bien, siempre preparado por Pablo Assante.
Lo que provocó un éxito y afluencia de público nunca visto aquí para este título fue la pareja de protagonistas. Asmik Grigorian es una excelente cantante y todavía mejor actriz. Su voz no es muy bella tímbricamente ni muy personal, pero es bastante extensa y además cree mucho en el personaje y lo transmite con gran intensidad. El príncipe de Piotr Beczała es tan fantástico que supera su propia prestación en el Metropolitan Opera hace once años: hay que ser un gran cantante para eso. Y como actor estuvo muy enérgico y energético.
El espíritu del agua o Vodník fue el joven bajo Alexandros Stavrakakis, digno de ser seguido, aunque se trata más de un bajo-barítono que de un verdadero bajo. Como artista, hizo lo que se le pidió, pero su personaje (y el de la bruja) son los que más sufren en esta transposición. Ježibaba fue Okka von der Damerau, una cantante con mucha presencia aquí, y aunque lejos de ser una mezzosoprano oscura, cumplió bien con una personificación entre encargada de vestuario, taquillera y mujer fatal de pocos vuelos. Karita Mattila hizo una creación teatral de su princesa extranjera, aunque sin poder ocultar su precario estado vocal actual.
Estuvieron muy bien todos los comprimarios (aunque a veces fuera difícil reconocerlos en sus papeles) en particular el guardabosques de Manel Esteve y las tres ondinas de Juliette Aleksanyan, Laura Fleur y Alyona Abramova.