?? Tosca en Milán
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Diciembre 19, 2019. Después de la apreciada inauguración de la temporada pasada con Attila de Verdi, Davide Livermore fue nuevamente el centro de la apertura de la temporada 2019-2020, con una Tosca de gran impacto visual y emotivo. Sin embargo, esto es lo que se esperaba del reconocido director escénico italiano, quien conoce perfectamente la música de Puccini y, como pocos, la categoría teatral de la “maravilla”. En esta Tosca aparece todo lo que esta previsto en el libreto, sin ninguna lectura innovadora o irreverente.
Lo que sobrecoge es su capacidad de contar una reconocida historia con un despliegue de imponentes medios tecnológicos, como lo hace regularmente Livermore, con verdaderas y muy eficaces máquinas teatrales que permanecen siempre y perfectamente al servicio de la partitura. Todo sobre el escenario se movía (capillas que giraban, cuadros que de repente cobraban vida a color, ángeles que acechaban desde diversas perspectivas), todo en armonía con la historia contada también con la amplificación de los significados y con un uso virtuoso de la iluminación. En ese sentido, fue memorable la entrada de Scarpia a la iglesia en el primer acto, con una cegadora luz que deslumbró y aturdió al público.
Riccardo Chailly concertó con habitual pericia, recuperando, como lo ha estado haciendo regularmente en estos años al frente de la Scala con las obras de Puccini, páginas borradas por el propio compositor después de sus estrenos. Por ello, fue posible escuchar, entre lo demás, una frase suplementaria en el dueto del primer acto entre Mario y Tosca, un breve diálogo entre los dos al final de ‘Vissi d’arte’, así como una parte a cappella en el ‘Te Deum’ y algunos compases de más al final de la ópera. Todo siempre muy interesante, y ejecutado con gran pasión y competencia por el director milanés, quien ya cuenta al propio Puccini como uno de sus compositores preferidos.
Con un trío de solistas bien preparados, la mesa estaba más que servida. Saioa Hernández, que remplazó a una indispuesta Anna Netrebko, personificó a la protagonista con impulso y abnegación. Su voz lució sólida en cada registro y el acento apropiado para una Tosca de carácter fuerte y entusiasta. Francesco Meli personificó a Mario Cavaradossi con gran finura, alejado de los modos de los tenores que cantan la parte del pintor en un constante tutto forte. Meli supo modular su voz buscando la expresividad en cada frase, restituyendo así un Cavaradossi multifacético, un hombre creíble y enamorado, no solo un soberbio opositor político. Scarpia encontró en Luca Salsi una personificación ideal. El barítono emiliano, con su canto sólido y arrogante, como también suave e insinuante, supo despertar emociones fuertes. Su presencia en escena fue verdaderamente carismática.
Un aplauso también, para el temeroso Sacristán, cantado con voz consistente por Alfonso Antoniozzi, y al rufianesco Spoletta de Carlo Bosi. Finalmente, estuvo extraordinario el Coro del Teatro alla Scala dirigido por Bruno Casoni.
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