Aida en Macerata
Agosto 1, 2021. La nueva producción del Festival de Macerata correspondió este año a la ópera que lo había inagurado en su momento. Confiada a Valentina Carrasco, que parece haberse independizado de La Fura dels Baus, y aunque con la eterna manía de marcar el colonialismo y mostrar a los etíopes como la “resistencia” y a los egipcios (de la época de Verdi) como los “colaboracionistas”, pese a la fealdad de los tubos de petróleo que dominan la escena del triunfo pero después se integran bien en el ambiente, tiene un buen trabajo sobre los personajes, y el cuadro del templo de Ftah y el acto del Nilo son realmente buenos, con excelentes bailarines y figurantes (la banda ‘Salvadei’, en la que participaban cien vecinos) en coreografías adecuadas a la idea principal (Massimiliano Volpini) y las óptimas luces de Peter van Praet.
Hubo dos puntales en el éxito de la función. La dirección de Francesco Lanzillotta, que resultó de una sutileza excepcional y le devolvió a la compleja partitura su carácter intimista y matizado, sin eludir el “fulgor” de la escena del triunfo (donde las trompetas, colocadas sobre la última galería del enorme Sferisterio, sonaron impecables), además de cuidar la coordinación con los cantantes y el coro. Este último, el mismo que el del día anterior de la región de Las Marcas, como la orquesta, y preparado por Martino Faggiani, tuvo una buena actuación, aunque fue una lástima que la sección masculina tuviera dos momentos poco felices en la escena del triunfo (los instrumentistas, salvo un arpa, estuvieron muy adecuados).
Si los dos bajos fueron deficientes (Fabrizio Beggi, el Rey, y Alessio Cacciamani, Ramfis), el nivel subió con los dos comprimarios que evidenciaron buenas condiciones, aunque con trabajo por realizar (Maritina Tampakopoulos, sacerdotisa, y Francesco Fortes, mensajero). De los cuatro principales el menos interesante en todos los aspectos (el agudo parece haber perdido color) aunque con mucho volumen en centro y grave fue el Amonasro de Marco Caria.
Maria Teresa Leva, la protagonista, debería tomarse su carrera con algo más de calma. Sonó mucho mejor que en La bohème del Liceu, con más color, y su baza siguen siendo las medias voces, pero como es una soprano lírico tropezó en las notas centrales y graves, por lo que la actuación mejoró a partir del tercer acto. Luciano Ganci ha mejorado con respecto a su Radamès en el Liceu de Barcelona: no es un gran actor y tiene un canto eficaz, aunque todavía no logra evitar algún apuro (de respiración y emisión) en el tercer acto, por la forma en que fuerza su voz, de lo que no tendría necesidad porque tiene volumen más que suficiente incluso en un espacio abierto.
Dejo para el final la Amneris de Veronica Simeoni, porque fue el otro gran puntal de la noche: bellísima en sus vestidos finiseculares, notabilísima artista y excelente cantante, si la voz pareció alguna vez un punto clara y el volumen no es un chorro, delineó una princesa muy alejada de las leonas furiosas con lo que cada intervención suya fue un auténtico placer musical y escénico que culminó naturalmente en el último acto, en el que logró el gran aplauso de la noche. Mucho público y muy entusiasta.