Anna Bolena en Piacenza

Escena de Anna Bolena de Gaetano Donizetti en Piacenza © Masiar Pasquali

Febrero 18, 2024. Anna Bolena ejercía un poderoso encanto sobre las personas que conocía; descrita por sus contemporáneos como una mujer inteligente, talentosa en las artes musicales, de carácter fuerte, orgullosa y a menudo combativa con su esposo Enrique XVIII. 

Sin embargo, las opiniones sobre su atractivo físico diferían; un cronista veneciano la describió como “no una de las mujeres más bellas del mundo; de mediana estatura, tez morena, cuello largo, boca ancha, pechos nada prominentes y ojos negros”. 

La verdad sobre su físico nunca lo sabremos, ya que no ha sobrevivido ningún retrato contemporáneo de Bolena; después de su ejecución en 1536 hubo un intento de borrar su incómodo recuerdo. Hasta la fecha solo queda un medallón realizado probablemente para celebrar su segundo embarazo en 1534 donde se representa a la aún reina de medio cuerpo.

De lo que no queda la menor duda es que Anna pasó los últimos días de su vida encerrada en la Torre de Londres, alternando crisis nerviosas con estados de extrema calma, cosa que seguramente atrajo musicalmente a Gaetano Donizetti para crear otra de sus extraordinarias escenas de locura. Bolena a confió a sus damas de compañía que siempre había sido una reina virtuosa, que había rechazado todos los cortejos que había recibido y los encuentros con sus supuestos amantes fueron carentes de todo acto pecaminoso.

Esa aura de mártir inocente, rodeada por la fascinación del tormentoso final que tuvo, desencadenaron la mente de un Donizetti de 33 años. La explosión de creatividad del genio de Bérgamo hizo que en tan solo 30 días terminara esta obra maestra: Anna Bolena. Se estrenó en el Teatro Carcano de Milán el 26 de diciembre de 1830. Dicho teatro milanés puso a su disposición generosos medios económicos, entre ellos el cachet para dos grandes estrellas: Giuditta Pasta en el rol de Bolena y Giovanni Battista Rubini como Percy. Nadie se esperaba el éxito inmediato que tuvo la obra; incluso el mismo Gaetano lo confiesa en una carta autógrafa dedicada a su esposa:

«Mi querida, respetable y amada Señora:

Me alegra anunciarle que el nuevo trabajo de su amado y famoso esposo ha tenido un mejor recibimiento del que hubiera sido posible esperar. Éxito, triunfo, delirio… parecía que el público se había vuelto loco, todos dicen no recordar haber presenciado jamás un triunfo así. Estaba tan feliz que sentí ganas de llorar, ¡Imagínelo! (…)”

Aparentemente la misma suerte está teniendo en la actualidad la nueva coproducción entre el Teatro Comunale de Piacenza (a la cual hace referencia esta reseña), los Teatros Comunales de Módena y Reggio Emilia en Italia y el LAC Lugano Arte e Cultura en Suiza. Esta producción firmada por Carmelo Rifici comienza con la imagen una mujer llorando que lentamente va emergiendo durante la obertura gracias a dos restauradores con batas blancas que anticipan cómo terminará la historia. Rifici trabajó intensamente los personajes, pero destaca de entre todos una Bolena llena de matices, que va desde la mujer rabiosa y colérica hasta la casi niña ingenua y amorosa que se movía por el escenario giratorio diseñado por Guido Buganza. 

Los espacios son oscuros e inquietantes: puertas y mamparas de 10 metros de altura dan claramente la idea de que los hechos que allí suceden son terribles y que los personajes que los recorren no pueden sentirse seguros. Por su parte, de manera deliberada, los vestuarios de Margherita Baldoni no pertenecen a un período histórico concreto. Algunas reminiscencias al periodo Tudor —sobre todo en los vestuarios masculinos—, junto con evidentes propuestas modernas —en particular los femeninos—, crean una armonía con la cuidada iluminación de Alessandro Verazzi. Momentos claves —obviamente además del mítico final— son los cuadros vivientes con escenas de Jesús en la cruz o el famoso retrato de Isabel I de niña completan la victoriosa producción.

Una batuta más experimentada e idónea para el título no pudo ser posible. El Maestro Diego Fasolis concertó con habitual maestría y virtuosismo a I Barocchisti. La asociación especializada en música antigua interpretó el título rigurosamente con instrumentos de época. La batuta del director suizo fue precisa y propositiva; sus tempi puntuales y certeros, los matices sobresalientes, el cuidado a la intensidad orquestal para no cubrir a los intérpretes fue innegable y el estilo belcantista fue indiscutiblemente perfecto. La obertura y los concertantes finales fueron apoteósicos, igualmente bien cuidado fue el desempeño de Martino Faggiani al frente del Coro Claudio Merulo di Reggio Emilia, en particular tras el ‘Chi può vederla a ciglio asciutto’, a cargo de la parte femenina.

Cabe señalar que la producción utilizó la edición crítica de la Fondazione Donizetti y Casa Ricordi curada por Paolo Fabbri, cuya versión integral cuenta con una duración de casi 4 horas. En esta edición (es decir, en la versión original) el rol de Giovanna Seymour es para soprano, no para mezzosoprano como se hace por tradición actualmente.

Encarnando a la histórica protagonista, Carmela Remigio ofreció una Bolena actoralmente exquisita. La soprano italiana cuenta con dotes histriónicos avasalladores con los que se echó al público a la bolsa desde su primera escena. Definitivamente la mejor parte de la ópera —como era de esperarse— fue la escena final con la tan esperada aria ‘Coppia iniqua, l’estrema vendetta’, con la cual Remigio estremeció a los asistentes recibiendo una gran ovación tras la caída del telón. Su voz es opulenta y robusta, una combinación peligrosa para las coloraturas, las cuales no fueron cristalinas, como se esperaba; sin embargo, salvó cualquier imperfección vocal con su extraordinaria interpretación actoral. 

El registro agudo de Remigio es oscuro, y curiosamente el dueto con Seymour ‘Sul suo capo aggravi un Dio’ tuvo un efecto inverso con respecto a las grabaciones actuales, donde la voz aguda es de Anna y la grave (de mezzo) de Seymour; aquí la voz sombría fue la de Remigio y la brillante fue de Arianna Vendittelli, quien interpretó a la nueva amante y futura reina. Esta soprano romana fue igualmente asombrosa en el rol de Giovanna Seymour tanto vocal como actoralmente. La transparente y precisa coloratura de ‘Per questa fiamma indomita’, aunado al soberbio sobreagudo final, le valieron un muy sonoro aplauso.

La verdadera sorpresa en el escenario fue la insólita interpretación de Rüzil Ğatin como Lord Riccardo Percy. Las cualidades vocales del tenor ruso son abrumadoras: Ğatin es poseedor de una voz resonante y armoniosa, de agudos elegantes y timbrados que en cada emisión lograba encantar más a la ya maravillada platea. Para convertirse en un referente mundial, el cantante moscovita debería cubrir un poco más los sobreagudos —que ya son extraordinarios— para hacerlos aún más elegantes, al igual que perfeccionar su dicción italiana. Naturalmente, fue aplaudido por su aria ‘Ah, così ne’ dì ridenti’, y eufóricos gritos de “Bravo! Bravissimo!” provenientes de todo el teatro se oyeron tras el dueto ‘Vivi tu, te ne scongiuro’.

Por desgracia, Simone Alberghini como Enrico VIII y Luigi De Donato como Lord Rochefort no corrieron con la misma suerte que los antes mencionados. Tanto el barítono boloñés que encarnó al ingrato rey inglés, como el bajo que interpretó al hermano de Anna, tuvieron dificultades para proyectar el sonido elegantemente. A pesar de su emisión engolada en los agudos y por momentos insonoros en el registro grave, actoralmente salvaron su ejecución; cabe mencionar que ambos tuvieron una notoria mejoría hacia el final de la ópera. Igualmente bien logradas fueron las interpretaciones de Paola Gardina como el paje Smeton, especialmente simpática en su aria ‘Deh! non voler costringere’, a la cual agregó unas agradables variaciones; mientras un correcto Sir Hervey fue posible gracias al trabajo de Marcello Nardis.

Como detalle final, luego de la impactante escena final donde Anna se hinca frente a su verdugo para que le corten la cabeza, la orquesta remató la stretta finale con un poderoso acorde de Mi bemol mayor mientras se cierra el telón. Fasolis dejó pasar un par de segundos e hizo sonar un solo golpe de timbal a todo volumen, simulando el hacha decapitando a Bolena. Esta inesperada acción enchinó la piel y arrancó cuantiosos vítores durante el curtain call.

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