Cuitlahuatzin en Bellas Artes

Escena del elenco, la orquesta y el coro de Cuitlahuatzin de Samuel Zyman y Samuel Máynez en el Palacio de Bellas Artes

«México no se explica; en México se cree:
con furia, con pasión, con desaliento»
La región más transparente
Carlos Fuentes

Septiembre 30, 2023. El tema del México prehispánico siempre, desde el periodo barroco, atrajo la atención de diversos libretistas y compositores líricos para plasmar en el escenario gestas beliconas, personajes de esa historia indígena o la misma invasión y sometimiento de una cultura a manos de los conquistadores europeos, no sin la colaboración de algunos pueblos locales sojuzgados o resentidos con el imperio azteca.

Una de las más recientes propuestas con esa temática es Cuitlahuatzin, una cantata épica (en rigor, una ópera) comisionada por la Alcaldía Iztapalapa en ese momento bajo la gestión de Clara Brugada (hoy inscrita en el proceso para buscar la candidatura morenista a la Jefatura de Gobierno, lo que no debe ignorarse al momento de analizar la obra, separada de su reprogramación, que podría entenderse como un acto de promoción política). El caso es que fue estrenada en la Macroplaza de esa demarcación de la Ciudad de México el 22 de octubre de 2022, y que se presentó ya en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, primero el 17 de julio y, más recientemente, el 30 de septiembre pasado.

Más allá de las definiciones sobre el género músico-teatral al que pertenece Cuitlahuatzin, es descrita así en el programa de mano: “Obra multidisciplinaria en náhuatl sobre el legado y la visión de Cuitláhuac, guerrero y tlahtoani de Iztapalapa y México Tenochtitlán, símbolo de lucha y libertad. Sobre la idea original y libreto de Samuel Máynez Champion, la música de Samuel Zyman, la traducción al náhuatl y asesoría histórica de Patrick Johansson”.

En primer plano, Pablo Aranday (Cuitlahuatzin); atrás, el maestro Humberto López Sánchez, director de la Orquesta Metropolitana de la Ciudad de México

En términos de estructura, la obra se compone de 17 números que van de una obertura a diversas arias, coros, un dueto, un terceto y varias danzas o pasajes celebratorios-bélicos. La música refleja, por un lado, esa inquietud del pueblo azteca ante presagios funestos que condicionan su futuro, de cara a los estragos sufridos por la llegada de los españoles, que no sólo traen otra manera de entender el mundo, sino caballos, armas y enfermedades como la viruela, contra las que no se tienen anticuerpos en el nuevo continente.

En todo ello reluce la vulnerabilidad indígena y su mirada cósmica donde la adversidad es asumida como designio irremediable. Pero también aquellos sonidos de la partitura acompañan rituales, momentos ceremoniosos, resoluciones que despiertan un espíritu heroico y dibujan un horizonte épico que no sólo producen las arengas, sino los mismos acontecimientos históricos ya conocidos en las páginas nacionales.

El blindaje armónico de la música de Cuitlahuatzin tiene un acento contemporáneo, pero a la vez el ritmo y la majestuosidad melódica convocan sensaciones fieras que enaltecen a un pueblo que no se arredra ante la clara desventaja frente a los europeos y sus aliados americanos. Hay pasajes que en formas y recursos expresivos recuerdan a Silvestre Revueltas, a Carlos Chávez, incluso al mejor y más popular Arturo Márquez, lo que da a la imagen sonora un toque propio, de identidad nacionalista, que emociona. 

Porque, además, se contó con agrupaciones que exploran el sonido prehispánico, lo que redituó en la creación de una atmósfera muy singular, característica de la que otras óperas que abordan el tema de la conquista de México —invasión española, según se dice en tiempos modernos— suelen carecer.

Rogelio Marín (Amatlamatqui)

Vocalmente, hay escenas de reflexión, de diálogo en el que se recurre al recitativo casi parlado que se acompaña por líricas líneas de la orquesta en bajo volumen, pero también hay lugar para el lucimiento y poderío, no solo discursivo sino de la emisión. 

El rol epónimo fue interpretado con nobleza por el barítono Pablo Aransay, más solvente en las frases que se expanden a través de la melodía, que propiamente en algunas de las ornamentaciones, a las que habrían hecho lucir más la sutileza y precisión que la enjundia. 

En el elenco destacaron las mezzosopranos Paola Gutiérrez Candia en el papel de Matlatzincatzin (su aria, en la que acepta el nombramiento de su hermano, el recién electo Cuitlahuatzin, para encabezar la persecución de los españoles, le brindó la oportunidad de lucir un canto con belleza y determinación, casi a la usanza de una cabaletta belcantista); y Linda Saldaña como Tlipotonqui, quien visualiza en su espejo de obsidiana la derrota de los invasores en la que habría de conocerse como Noche triste (y que en años reciente cambió a Noche victoriosa).

El reparto también estuvo integrado por los tenores Rogelio Marín (Amatlamatqui; de igual forma, el cantante se encargó del coacheo vocal y de náhuatl y, junto a Danza visual y Patricia Marín Leonardo, de la coreografía y corporalidad escénica); José Arturo Barrera (Cuauhtemoctzin) y Josué Hernández (Temilotzin), además de la soprano Diana Antonia Álvarez Cuéllar. 

Josué Hernández (Temilotzin) y José Arturo Barrera (Cuahtemoctzin)

Al frente de la Sociedad Coral Cantus Hominum (que dirige Leonardo Villeda), de los grupos prehispánicos Tribu y Yodoquinsi, así como de la Orquesta Metropolitana de la Ciudad de México, se contó con la batuta del maestro Humberto López Sánchez, quien ofreció una lectura emotiva y vibrante, lo que en ocasiones exigió la emisión extrema de algún cantante para sobreponerse al volumen, al carácter sonoro implacable y a las diversas agrupaciones arriba del escenario. 

Aunque no se trató propiamente de un montaje escénico, sí hubo un trazo con la dirección de Ragnar Conde que permitió desarrollar y las acciones —con vestuario (de Brisa Alonso) y caracterizaciones (maquillaje y peinados de Ilka Monforte)— en el proscenio, mientras la orquesta y el coro se acomodaron al fondo del escenario.

Aunque desde luego la obra merece una puesta en escena en términos integrales, la ambientación fue suficiente, pues logró credibilidad a través de la iluminación de Carlos Arce y las proyecciones (coloridos edificios y monumentos prehispánicos, paisajes, bajorrelieves y símbolos indígenas, entre otras) de Tomás Filsinger y Gerardo Medina. 

El mérito central de Ragnar Conde se encontró en brindar coherencia entre el argumento y lo visual y a darle sentido a las acciones y profundidad a las interacciones de los personajes, lo cual no es mérito escaso, pues hay una gran cantidad de elementos en escena, pero además fluyen rituales, danzas, lamentaciones expresas o interiores, además de un intenso fragor belicón, del que nadie puede negar su mexicanidad.

Aquí se puede ver la función completa de Cuitlahuatzin en el Teatro de Bellas Artes el pasado 30 de septiembre de 2023.

 

«La obra incluye varias danzas o pasajes celebratorios-bélicos»

Compartir: