Das Rheingold en Los Ángeles

Das Rheingold de Richard Wagner, con la Filarmónica de Los Ángeles  © Timothy Norris Walt / Disney Concert Hall, cortesía de Los Angeles Philharmonic Association

Enero 21, 2024. La sala de conciertos Walt Disney, sede de la orquesta LA Philharmonic, situada en el corazón de la ciudad de Los Ángeles, cumple este año 20 de existencia (se inauguró el 23 de octubre del 2003) y fue diseñada, con su construcción supervisada y llevada a cabo por el célebre arquitecto y diseñador canadiense-estadounidense Frank Gehry (1929), creador de una extensa lista de emblemáticas construcciones alrededor del mundo, que entre las más conocidas se encuentra el museo Guggenheim en Bilbao, España.

La orquesta quiso celebrar el veintenario de la sala y realizar un homenaje al propio Gehry, quien estuvo presente en la sala a pesar de su avanzada edad, con la ejecución de forma escénica de Das Rheingold, ópera épica en un acto con música y libreto de Richard Wagner (1813-1883), que hasta hoy no había interpretado la orquesta, de no ser por La entrada de los dioses al Valhalla en 1919 y su Finale en el año 1922.

Sin embargo, la ópera es un género que ha estado siempre presente a lo largo de la historia de la orquesta y que en temporadas recientes ha ofrecido: también de Wagner Die Walküre (en su temporada veraniega en el Hollywood Bowl) y Tristan und Isolde, además de Carmen de Bizet y Pelléas et Mélisande de Debussy, entre otras, pero siempre en versión de concierto o semi-escenificada.

Lamentablemente la sala no cuenta con un espacio apto o adecuado para presentar óperas en versión escénica, al menos no de manera exitosa, como se vio durante el ciclo de óperas de Mozart-Da Ponte, que sobresalió musical y vocalmente, no así en el aspecto visual y escénico. Aun así, y dentro del espíritu celebrativo de la ocasión, la obra se ofreció con un montaje escénico ideado por el propio Gehry, con una plataforma o escenario de espacio limitado (en la parte trasera superior de la sala, en las butacas destinadas el coro y donde se encuentra el enorme órgano de la sala) que llenó de instalaciones abstractas, cubos y rectángulos de madera, y un enorme pasillo al frente de la orquesta, por donde se desplazaban los cantantes.

El escenario donde se ubicó la extensa orquesta se tiñó de negro, creando lo que parecía un foso para la orquesta, y a la vez un contraste, que resaltaba de manera visualmente estética con el colorido de los vestuarios, logrando que la atención se enfocara en los cantantes y la trama, además de la resplandeciente iluminación del cineasta Rodrigo Prieto. En lo alto del escenario colgaban cinco tenues cortinas sobre las cuales se proyectaban imágenes y los subtítulos. Los vestuarios, de Cindy Figueroa, mas allá de su estilo moderno y llamativo, no resaltaron ni lucieron por su belleza o atracción, como tampoco resulto del todo efectiva la dirección escénica de Alberto Arvelo, quien batalló con las limitaciones de espacio descritas, y en su búsqueda por darles un cierto carácter humano a los personajes, por momentos pareció explotar una innecesaria verve comica, que se asemejaba más a una puesta en escena de Die Zauberflöte, que a un ambiente de dioses y wagneriano. 

Un acierto fue la puntual y sobresaliente elección de cantantes, que encabezó el bajo-barítono estadounidense Ryan Speedo Green, quien hace año y medio destacó aquí como Kurwenal en Tristan und Isolde, y que de nueva cuenta exhibió su voz potente, intensa y grata que, sumada a su personalidad escénica, confirió autoridad al personaje de Wotan, así como la mezzosoprano Raehann Bryce-Davis, idónea, eficiente y vocalmente feroz que dio vida a una convincente e indiscutible Fricka. 

El tenor Simon O’Neill (más conocido por ser un notable Siegfried) sacó adelante muy bien al soberbio e intrigoso Loge. El tenor Barry Banks cumplió con su parte vocal de Mime, aunque algo sobreactuado y excedido; y el barítono alemán Jochen Schmeckenbecher aportó su experiencia y eficacia al odioso Alberich. Mucha satisfacción generó la participación de la mezzosoprano Tamara Mumford, conmovedora y noble en el papel de Erda. Adecuados y correctos estuvieron el resto cantantes, entre ellos Morris Robinson, un confiable bajo de vastas cualidades, como Fasolt, el bajo Peixin Chen como Fafner y la soprano Jessica Faselt como Freía. Sin olvidar la participación de las sopranos Ann Toomey como Woglinde, y Alexandria Shiner como Welgunde, el tenor John Matthew Myers como Froh y la mezzosoprano Taylor Raven como Flosshilde, así como el experimentado bajo-barítono Kyle Albertson como Donner.

La orquesta se mostró como una fuerza iluminadora, y ejecutó las intrincadas texturas con claridad y balance. El sonido orquestal fue vibrante y los músicos sobresalieron por la uniformidad con la que se condujeron en cada sección. Al frente de los músicos, Gustavo Dudamel, que con el paso del tiempo ha dejado de ser un explosivo y frenético concertador, ahora parece buscar y extraer de manera meticulosa cada detalle de la partitura, salvo algunos pasajes al inicio de la obra, donde eligió tiempos lentos y se escuchó algo pesada y tediosa. Con el transcurrir de la obra, fue calibrando hasta extraer y transmitir una contagiosa emoción, vibración y agitación. La entrada al Valhalla fue verdaderamente emocionante. La orquestación de Wagner tiene ese efecto: va envolviendo lentamente al público hasta llevarlo a brindar una sincera, pero explosiva y tumultuosa ovación en la que se puede percibir el efecto que su música provoca.

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