Nerone en Cagliari

Escena de Nerone en Cagliari, en el centenario del estreno de esta ópera póstuma de Arrigo Boito © Priamo Tolu

Febrero 17 y 18, 2024. Esta obra es el testamento que Arrigo Boito, su libretista y compositor, dejó sin terminar tras años de atormentada creación, ya con un quinto acto descartado y un cuarto que, cuándo no, el director de orquesta Arturo Toscanini “ordenó” completar a dos desdichados, Antonio Smareglia y el menos conocido Vincenzo Tommasini. 

La reposición de Nerone (estrenada de manera póstuma hace un siglo, el 1 de mayo de 1924, en la Scala de Milán) es hoy una rareza que, como tantas otras, hay que agradecer al Teatro Lírico de Cagliari que, al menos para la inauguración de sus temporadas, se sale siempre de senderos trillados. En este caso, además, la tarea valió doblemente la pena porque, aunque el libreto adolece del hipercultismo del compositor y de exigencias de la época —hoy superadas— que inciden en la teatralidad de la trama, la música es realmente interesante y de alto nivel, y es difícil explicarse el porqué de tanto bodrio nuevo o viejo cuando hay una perla como ésta. Por suerte, además, fue bien servida sin esas grandes figuras del tipo de las que la estrenaron y que tenían mejor voluntad que las no muy numerosas (y menos verdaderas) actuales.

En primer lugar, excelente concertación del maestro Francesco Cilluffo, que tiene una mano especial para este tipo de repertorio, y lo demostró con una concertación inteligente y satisfactoria, que consiguió además un excelente rendimiento de la orquesta del Teatro, a veces sometida a vejaciones políticas. El coro de la casa, preparado por Giovanni Andreoli, aprovechó bien las oportunidades que le ofreció la partitura y fue otro punto positivo de la exhumación. 

La puesta en escena de Fabio Ceresa usó el argumento para evocar tiempos pretendidamente imperiales de la época fascista y la aproximación no molestó en ningún aspecto, ni siquiera en el de los trajes, que podría haber resultado más chocante. Estoy seguro de que no costó una barbaridad y si alguien —lo dudo— quisiera retomar el título, no tendría por qué encargar un nuevo trabajo. También se notó el trabajo con los intérpretes.

Hubo un doble reparto, y en conjunto ambos fueron muy equilibrados para las dificultades de lor papeles. Como protagonista (formal) hace falta un tenore spinto (como Aureliano Pertile, que la estrenó) que no tema a los difíciles ataques en agudo, y los tuvo en los georgianos Mikheil Shesaberidze y Konstantin Kipiani. Simón el Mago fue en su origen pensado para un bajo-barítono llamado nada menos que Marcel Journet, y esta vez tuvimos un barítono (Franco Vassallo, en la mejor actuación que le recuerdo) y un bajo (el excelente Abramo Rosalen).

El más agradecido rol de Fanuel (barítono) fue a parar al experimentado y elocuente Roberto Frontali y al más joven y más “suave” Leon Kim, así como el de Rubria permitió destacar a dos jóvenes mezzos: la más experimentada (y de mayor volumen) Deniz Uzun y la prometedora Mariangela Marini. En el imposible papel de Asteria (ese que Rosa Raisa estudió para el estreno en un viaje en barco con la ayuda de Héctor Panizza) lograron lucirse Valentina Boi y la más veterana Rachele Stanisci, ambas impertérritas en los terroríficos agudos y en una actuación tan desbordada como la tesitura y el personaje requieren. 

Si hasta el comprimario más importante, Tigelino (que en el estreno fue confiado Ezio Pinza), habrá que decir que Alessandro Abis destacó mucho más en todos los aspectos que el correcto pero opaco Dongho Kim. Pero también tuvieron ocasión de lucirse Antonino Giacobbe (Oráculo y Dositeo), Vassily Solodkyy (Gabrias)y Natalia Gavrilan (Cerinto/Perside/primera voz femenina).

Hubo más público en la función vespertina del sábado que la del domingo, y es lástima que semejante esfuerzo no se haya visto compensado por una gran asistencia, como hubiera sido deseable. Los que estuvieron, aplaudieron con calor. Y el mayor aplauso debería ir, en este caso, a los responsables de la programación.

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