Die Fledermaus en Trieste

Escena de Die Fledermaus en Trieste © Fabio Parenzan

Julio 12, 2022. La opereta es un género brillante, pero difícil, ya que requiere grandes dotes canoros: los compositores en los que se ha cimentado no escatiman subidas verticales a las sopranos y los tenores y otras tantas bajadas. En muchos papeles, además de la actuación cómica, hay que saber hacer reír.

Una opereta que indudablemente tiene mucha música con arias extraordinarias es Die Fledermaus, compuesta por Johann Strauss II, aunque en Italia es considerada por el FUS (Fundo Unico per lo Spettacolo) como una comedia musical y no es reconocida en los programas de los teatros de ópera, que cuentan con orquestas, coros y ballet, los ingredientes indispensables para montar estas obras, a diferencia de los teatros de prosa. 

Tal vez en otra realidad italiana tal actitud suscite poco interés, pero la capital de la piccola lirica, Trieste, durante más de cuarenta años ha competido compitió con los grandes festivales de opereta austriacos. Desde hace un tiempo, el Teatro Verdi de Trieste ofrece cada julio un título como Die lustige Witwe (La viuda alegre) o Die Fledermaus (El murciélago). Esta última opereta, presentada por el Teatro Lirico Giuseppe Verdi de Trieste, cuenta con cantantes de grandes voces: la Rosalinde de Marta Torbidoni desató  un espléndido y muy aplaudido ‘Klänge der Heimat’, las csardas del segundo acto. 

Todos los cantantes, desde Manuel Pierattelli (Gabriel von Eisenstein) a Federica Guida (Adele), Fabio Previati (Doctor Falke), Anastasia Boldyreva (Príncipe Orlofsky), Federica Vinci (Ida) son excelentes intérpretes de una historia musical que hizo de Johann Strauss II el único «operetista» vienés aceptado en el olimpo de sus colegas más sofisticados de la época, también porque era adorado por el emperador. Pero el espíritu de la opereta, su alma popular, su carácter libre, incluso transgresor, la capacidad de jugar con los dobles sentidos, con los malos entendidos, lucha por emerger con artistas que no están familiarizados con la actuación. 

Algunos intérpretes captan las cualidades del género, como el espléndido Alfred de Alessandro Scotto di Luzio, brillante, histriónico, perfectamente colocado en el papel de la mariposa engañada, y Andrea Binetti, el borracho Frosch que atiborró su guion con cinceladas cercanas a la actualidad; un papel actoral muy extraño para un cantante de opereta, el único que siempre ha practicado la piccola lirica, un legado que siente haber recibido del difunto Sandro Massimini. 

La Orquesta de la Ópera de Trieste fue dirigida por Nikolas Nägele, con buena interpretación, aunque a veces le faltó mayor pasión y los matices que hacen de Strauss II el más grande de su tiempo. El coro, dirigido por Paolo Longo, todavía amordazado por el rebrote de Covid-19, conoce bien la dinámica del género musical, pero no tiene forma de demostrarlo para un uso directoral, que impone una actitud fija en la escena. La dirección de Oscar Cecchi podría haber querido atreverse con algunos temas como el de la guerra, que con Die Fledermaus queda como anillo al dedo, y con la identidad de género. Pero no pasa la prueba: si fuéramos a correr al borde de la guerra tendríamos que verla fluir en toda la dinámica de la opereta y en cambio aparece exclusivamente como pretexto para recordar la actual guerra europea en curso, en un cuadro mudo inicial y en una imagen al final. La ambigüedad se juega en torno al personaje clave, el Príncipe Orlosfky, sin que este armonice con el resto del espectáculo. 

Hay que decir que un equipo de bailarines dignos de ese nombre apareció finalmente en el escenario del Teatro Verdi. El cuerpo de baile del Sing Opera in Balet de Liubliana mostró gran profesionalismo y una estética absoluta en la coreografía. La capital eslovena dista a unas decenas de kilómetros de Trieste y anualmente presenta aquí su festival de música de verano, en el que también aparecerá este año Riccardo Muti con la Orquesta Juvenil.

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