Die Frau ohne Schatten en San Francisco

Escena de la producción de David Hockney de Die Frau ohne Schatten en la temporada del centenario de la Ópera de San Francisco © Cory Weaver

Junio 10, 2023. Die Frau ohne Schatten (La mujer sin sombra), ópera en tres actos de Richard Strauss (1864-1949) con libreto de Hugo von Hofmannsthal, sin duda una obra maestra de gran escala del repertorio operístico, es rara vez representada por algún teatro, pero la Ópera de San Francisco la escenificó como parte de la temporada de su centenario, en la cual la mayoría de los títulos programados se escucharon en la primera temporada de la compañía o mantienen un vínculo especial con el teatro. 

En el caso de esta obra maestra de Strauss, tuvo su estreno estadounidense el 18 de septiembre de 1959 en este importante recinto operístico californiano que es el War Memorial Opera House. Un destacado y alentador dato comunicado por el teatro, que demuestra el interés que puede generar un título de este calibre, que fue visto aquí por última ocasión en 1989, es que, con base en la venta de boletos a las cinco funciones ofrecidas por el teatro, asistiría público proveniente de 46 estados del país y de al menos 14 diferentes naciones. 

Richard Strauss trabajó al lado del poeta y dramaturgo austriaco Hugo von Hofmannsthal (1874-1929) en títulos como: Elektra (1909), Der Rosenkavalier (1911), Ariadne auf Naxos y Die Frau ohne Schatten (1919), Die ägyptische Helena (1928), y Arabella (1929), aunque lamentablemente falleció mientras trabajaban en esta última, dejando a Strauss a la deriva. Sobre La mujer sin sombra, Von Hofmannsthal alguna vez le expresó a Strauss que esta composición sería “la más hermosa de todas las óperas existentes”. 

Una idea que le fascinó mucho fue sobre un mágico cuento de hadas en el que dos hombres y dos mujeres se encuentran. Teniendo ambos la intriga y la curiosidad que les había generado Die Zauberflöte de Mozart como modelo del cuento de hadas cantado en alemán, se propusieron trabajar en una gran obra que contara con una intensa acción y carácter, aunque nunca imaginarían que su trabajo se llevaría a cabo dentro del contexto de la Primera Guerra Mundial, que para cuando la obra se pudo estrenar en 1919 el mundo, y en especial el de ellos, había sufrido una completa transformación. 

En la historia de esta obra, habría un emperador y una emperatriz dentro de un cuento de hadas, donde esta última se enfrentaría a una prueba para encontrar una sombra, lograr la fertilidad y aprender lo que es ser humano con valores como la espiritualidad, la humanidad, la maternidad, la reconciliación entre gobernantes con sus súbditos y la fe redentora. 

Fue este ambiente mágico y fantástico lo que inspiró al pintor y diseñador inglés David Hockney (1937) a crear la escenografía para este montaje, que ha sido una referencia (como durante muchos años lo fue también su Turandot, que circuló muchos años por diversos teatros). Hockney, como pocos, ha sabido captar e imprimirle fuerza y expresividad a la escena con su manejo brillante, principalmente de abigarradas tonalidades rojas y azules. Sus cuadros, collages e instalaciones crearon mágicas y sugestivas escenas de bosques, ríos y lagos, una mezcla moderna cargada de influencias de culturas orientales, ya sea hindúes o árabes, como lo demuestran las coreografías de Colm Seery, los vestuarios de Ian Falconer y la iluminación de Alan Burrett. 

La emperatriz (Camilla Nylund) y El emperador (David Butt Philip) flanquean a La mujer del tintorero (Nina Stemme) y Barak (Johan Reuter) © Cory Weaver

El concepto de Hockney, también encargado de la dirección escénica, transcurre entre un mundo mágico y otro real, los cuales se dividen por una enorme cortina que los separa y transporta a los personajes y espectadores entre esos dos ambientes. Un recurso algo rígido y anticuado, aunque no se debe olvidar que el montaje data de 1992, cuando fue estrenado en la Royal Opera de Londres (y repuesto en las Óperas de Los Ángeles en 1994 y 2004 y en la de Australia en 1993). 

Al presentar por primera vez aquí este concepto, San Francisco apeló a su carácter clásico e histórico y a su relación con la ópera. Además, el teatro no escatimó recursos colocando a 110 artistas en el escenario y fuera de él, con 25 solistas, 54 coristas (de los cuales 42 cantaron desde la parte trasera del escenario, los costados del teatro y desde los pisos más altos del mismo), un coro de niños de 24 integrantes y siete bailarines. De la misma forma, se contó con una extensa orquesta de 96 músicos en el foso; además de trompetas, trombones y percusiones fuera del escenario y en el segundo piso del teatro, creando un efecto vocal y musical que no dejó indiferente o impasible al público presente. 

El encargado de guiar el espectáculo fue Donald Runnicles, dueño de este podio de 1992 al 2009, cuando ocupó su titularidad, quien hizo una lectura homogénea y lúcida de la partitura, atento a cada detalle, y matizando con escrupulosidad cada pasaje, desde los momentos más radiantes y dramáticos, hasta los más tenues y suaves. Hubo momentos, en el segundo y tercer actos, donde su elección de tiempos alargados y prolongados creó un ligero efecto abrumador y letárgico que, aunque se mencione, no cambió el resultado final de tan rica y compleja partitura, como el profesional e implicado desempeño de los músicos de esta orquesta.

Linda Watson (La nodriza), Nina Stemme (La mujer del tintorero) y Camilla Nylund (La emperatriz) en La mujer sin sombra en San Francisco © Cory Weaver

El elenco vocal contó con la dominante presencia de la soprano dramática Nina Stemme que dio vida al papel de Die Färberin (La mujer del tintorero), que le valió recibir sobre el escenario una medalla de reconocimiento del teatro por su trayectoria y sus memorables apariciones en este escenario. Stemme, sin duda una de las más influyentes cantantes en su registro y repertorio, desplegó una voz suntuosa, colorida y amplia, que supo gestionar y controlar tan bien en todos los registros que fue capaz de emocionar en los pasajes más dramáticos, y de exhibir claridad y nitidez casi cristalina en los momentos más conmovedores y sutiles de su papel. 

Escénicamente se mostró convincente y desenvuelta, cantando un papel que estrenara en 2019 en Viena, en el centenario de la ópera, al lado de la soprano finlandesa Camilla Nylund en el papel de la emperadora Die Kaiserin (La emperatriz), que en esta ocasión exhibió elegancia en escena y buenas cualidades vocales, que fueron creciendo en intensidad a lo largo de la función, para terminar construyendo un personaje afable, afectuoso y verosímil. La soprano Linda Watson, oriunda de esta región, mostró una voz extensa, pero distó de ser la esperada engañosa y manipuladora Die Amme (La Nodriza).

Sobresaliente fue el desempeño vocal y actoral exhibido por el bajo-barítono danés Johan Reuter en el papel del tintorero Barak, como notable fue el del tenor David Butt Philip en el rol de Der Kaiser (El emperador), con una voz no tan extensa pero rica y grata en su coloración. Fue buena también la aportación del resto de cantantes del extenso elenco: el bajo-barítono Philip Skinner como Der Einäugige (El manco), el tenor Zhengy Bai como Der Bucklige (El jorobado), el bajo Wayne Tigges como Der Einarmige (El tuerto) y a la soprano Olivia Smith como Die Stimme des Falken (La voz del falcón). Imprescindible y participativo fue el aporte del coro del teatro que dirige John Keene y el infaltable coro de voces infantiles.

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