Ernani en Valencia
Junio 16, 2023. Con apenas 31 años de edad, Giuseppe Verdi ya conocía los ingredientes para enganchar al público: melodía, ritmo argumental y una trama que subraya las pasiones humanas. Con ellos creaba dramaturgia musical de alto voltaje. Ernani, su quinta ópera, estrenada en el veneciano Teatro La Fenice en 1844, se cimienta en el drama Hernani del escritor francés Victor Hugo, primorosamente compendiado por Francesco Piave a instancias del compositor. Y sí, esta obra, primera colaboración entre ambos autores, tiene chispa desde la primera escena y va tomando mayor intensidad con cada aparición en el escenario de un nuevo personaje, como en uno de esos viajes tan de moda en el siglo XIX donde el motor son las situaciones músico-dramáticas.
Si además para la representación se cuenta con una batuta briosa como la del joven maestro Michele Spotti, y con un elenco de solistas de primera, ya no se puede pedir más. El director italiano, atento a los detalles e interesado en extraer de la partitura todo su jugo belcantista, convocó al espíritu del de Busseto en la sala. Es verdad que tener una orquesta en el foso como la de la Comunidad Valenciana, la titular del Palau Les Arts, de potente y redondo sonido, ayuda, pero fue esto mismo lo que en algunos pasajes le hicieron ir pasado de decibelios, con el consiguiente perjuicio al desempeño de algunos cantantes.
No fue en absoluto el caso de la soprano estadounidense Angela Meade, un cañón de voz hermosa, bien timbrada y con unos graves de pecho rotundos. Quizá no sea la mejor actriz, pero desde luego sabe convencer y emocionar al público con su instrumento. Su personaje, Elvira, lo debutó en 2008 en el Metropolitan Opera neoyorquino y lo tiene muy bien compuesto. Sin poder hacer ya alarde de los exquisitos adornos que nos regaló como Ermione en La Coruña en 2015, sabe mantener la gran clase que requiere un papel como el que nos ocupa. Estas funciones han sido su debut en Valencia y el público la ha adorado.
El rol que da nombre a la obra, Ernani, es el de un noble devenido en bandolero, el cual pide fuerza arrebatada, virilidad ardiente y en algunos momentos ímpetu juvenil. De todo esto hay en la voz de Piero Pretti, quien supo sacar adelante al personaje y ganarse al respetable con unos agudos muy bien puestos. Menos interesante vocalmente fue el barítono Franco Vassallo en su errática interpretación de Don Carlo, rey de España y futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. A ratos mostraba la clase que su nombre tiene en el mundo de la lírica, pero en otros momentos parecía un cantante de otra liga, con la voz engolada y sonidos incompletos, desprovisto de una línea de canto definida.
El bajo Evgeny Stavinsky cumplió con creces como el viejo Don Ruy Gómez de Silva, el tercer enamorado de Elvira, con una voz atractiva y dúctil que embelesaba tanto como las melodías verdianas. Su actuación solo se vio lastrada por su escasa presencia escénica. Muy bien los personajes secundarios compuestos por la mezzosoprano Laura Orueta (Giovanna), el tenor Matheus Pompeu (Don Riccardo) y el bajo Javier Castañeda (Jago).
La puesta en escena de este Ernani, firmada por Andrea Bernard, se estrenó en marzo de este año en La Fenice de Venecia, teatro coproductor con Les Arts, y presenta un prólogo visual a manera de película muda sobre el preludio orquestal, en el cual vemos a un Ernani adolescente presenciando la ejecución de su padre y la expulsión de su familia. Con ello podemos entender el odio que siente este personaje hacia la figura del rey. Estas imágenes, en blanco y negro, encuentran una continuidad cromática en la escenografía diseñada por Alberto Beltrame, con un suelo agreste en negro, como de tierra quemada, y unas estructuras arquitectónicas góticas en blanco poliestireno que se asemejan a las piezas de un ajedrez y sugieren los juegos de poder y vasallaje que unen y enfrentan a los diferentes roles. Se trata de elementos escenográficos sin un gran atractivo —mantienen a los solistas casi siempre en la embocadura del escenario—, pero a fin de cuentas resultan funcionales y coherentes. El coro, con escaso movimiento escénico ni mucha acción dramática, se comportó como una masa estática que, visto por el lado positivo, permitió el lucimiento de los solistas.
El vestuario un tanto extraño de Elena Beccaro tampoco fue problema para entender una historia de amor, honor y muerte, todo en niveles exagerados, pero dentro del canon “romántico” de la época. Lo que resulta más difícil de explicar son algunos toques kitsch de la puesta en escena, como los lentes rosas de Giovanna, la coreografía de la segunda parte —un zangoloteo de melenas rubias—, la aparición de un ángel-guerrero y la lluvia de oropel durante la escena de la boda de Ernani y Elvira.
En pocas palabras, lo que presenciamos en Les Arts de Valencia fue una propuesta funcional con unos cantantes de muy buen nivel liderados por Angela Meade y una lectura musical inspirada; todo un descubrimiento para el público valenciano, que aplaudió con entusiasmo a todos, especialmente a la mencionada soprano y al director musical y orquesta.