Don Giovanni en Milán
Abril 10, 2022. «Don Giovanni tiene su propia y precisa visión de lo absurdo de la vida. Ha entendido que la existencia es un juego cósmico”, escribió Robert Carsen en el programa de mano. Su Don Giovanni, repuesto en la actual temporada después de que se inauguró la temporada de la Scala el 7 de diciembre del 2011 bajo la dirección de Daniel Barenboim (y que fue repuesta una vez más en el 2017 con Paavo Järvi), sigue teniendo fuerza explosiva, desde el clamoroso gesto inicial en el que el protagonista, que en los primeros compases de la obertura jala un telón mostrando al público un fondo de espejo que refleja la misma sala del Piermarini.
Esta es la idea básica de la magnífica puesta en escena firmada por el director canadiense: ¡el teatro es vida y la vida es teatro! Y aquí, todo gira en torno al gran arquitecto-titiritero de toda la trama. Don Giovanni, que con sus acciones hace posible la existencia misma de los personajes de la ópera (que en la última escena terminan bajo tierra abrumados por el destino sobrenatural que suele tragarse al protagonista), y quizás nuestra propia existencia. En el escenario, entre superficies reflejantes, escenarios, butacas, y telones deslizantes, se capta perfectamente el efecto pirandelliano del teatro en el teatro. Pero nunca antes como ahora fluyó todo con una naturalidad y una lucidez que respiran verdad. Realmente, es una gran producción que ahora ha entrado en el repertorio del Teatro alla Scala y que probablemente será repuesta en los próximos años.
La dirección orquestal fue encomendada a Pablo Heras-Casado, quien debutó en el máximo teatro italiano. El director español planteó una lectura fluida, con tiempos rápidos y una dinámica no exasperada, quizás poco teatral pero agradable, aunque por momentos un poco superficial. En el papel principal, Christopher Maltman mostró soltura, energía, un tono a veces áspero, y en otros incluso más matizado (como en la segunda estrofa de la Serenata). El suyo no es un Don Giovanni agresivo, mucho menos violento, como acertadamente pedía el director de escena, sino un Don Giovanni que supo mover los hilos de la historia, que confronta y con el cual nos confrontamos. Y en esto Maltman fue admirable por su empatía y afiance dramático.
El Leporello de Alex Esposito es lo mejor que se puede esperar en cuanto a vivacidad, astucia, competencia, y la voz es de hermoso color y espesor, emitida con facilidad. Esposito es sin duda uno de los mejores Leporellos que se pueden escuchar hoy en el teatro. Continuando con el elenco masculino, pasamos a Bernard Richter, un Don Ottavio más viril que de costumbre, elegantemente fraseado incluso con cierta madera de emisión. Fabio Capitanucci creó un Masetto franco y reactivo, con dicción clara, mientras que el Comendador de Jongmin Park impresionó con su peso vocal y su esculpida dicción.
En lo que respecta a la parte femenina del reparto, gustó la Zerlina, interpretada con naturalidad, simpatía, un toque de ingenio (pero también de malicia) por la soprano ligera estadounidense Andrea Carroll, dotada de una correcta emisión y una buena proyección vocal. La soprano alemana Hanna-Elisabeth Müller (Donna Anna) hizo gala de un instrumento vocal indudablemente interesante, pero su línea de canto no siempre lució homogénea y natural, mientras que Donna Elvira fue personificada con dedicación por la soprano ítalo-canadiense Emily D’Angelo, con una voz extendida, de buen estilo, pero con un tono un poco monótono. El Coro del Teatro alla Scala dirigido por Alberto Malazzi mostró su habitual destreza en las pocas intervenciones previstas por la partitura.