Don Giovanni en París

Philippe Jordan, al frente de la Orquesta de la Ópera de Viena, en París

Febrero 5, 2024. ¿Y si Don Giovanni no es un tesoro del pasado, sino un testimonio del presente? Nos gusta creer que siempre ha existido este seductor empedernido cuya condena está programada. En el pasado, el seductor era un Ovidio porque se entregaba a las hazañas sensuales. Pero el Tenorio es un personaje completamente distinto. En la sociedad ilustrada del siglo XVIII, este ser voraz es todo lo contrario del «hombre nuevo» de las nuevas Luces. 

En el texto de Lorenzo da Ponte, el siniestro Giovanni aparece finalmente como un ser primitivo entregado al vicio y no un perverso sin retén. No hay que dejarse timar por la falsa sencillez de su argumento: el libreto de Da Ponte es un catálogo de apariencias engañosas. Todos los personajes llevan el embozo de un «quedar bien» no muy alejado de nuestra politesse mexicana. Don Giovanni está en el centro de una red social brutal. Si se desenmascara a los «virtuosos», el paisaje moral es muy diferente. 

Donna Anna es una falsa mojigata que juega con Don Ottavio. Donna Elvira se convierte en la figura misma del acoso y la obsesión enfermiza. Zerlina es una meretriz que interpreta el papel de la falsa ingenua, lo opuesto de la giovin principiante. Masetto y Ottavio son dos peleles. Leporello imita torpemente a Giovanni, que le fascina y que ejerce sobre él un control total.

¿Debemos reducir al desviado al silencio mortal de los condenados o debemos exonerarlo? Ni lo uno ni lo otro, pero es necesario mirarse en el espejo sostenido por Lorenzo da Ponte, para admirar nuestro propio reflejo con toda la complejidad de nuestro ser. Es mucho más difícil mirar el contraste de lo que somos y lo que queremos parecer.

El Don Giovanni de Mozart en el Théâtre des Champs-Elysées se inscribe en una tradición ya centenaria. Durante los Juegos Olímpicos de París de 1924, en el marco del programa cultural que los acompañó, las fuerzas de la Ópera de Viena representaron Don Giovanni de Mozart en el magnífico escenario del teatro de Gabriel Astruc. Precisamente para celebrar este acontecimiento, Michel Franck decidió invitar a todos los miembros de la Ópera de Viena a interpretar esta opera en versión concertada a la víspera de los próximos Juegos Olímpicos de París.

Christian Van Horn ya nos había impresionado con su destreza vocal en Les contes d’Hoffmann. En el papel principal, sin embargo, encontramos su voz un poco menos valiente y nos hubiera gustado ver más sensualidad. La Donna Anna de Slávka Zámečníková fue extraordinaria. Su timbre brillante y cristalino nos permitieron percibir una infinidad de matices en cada intervención de este personaje, a menudo muy austero. Interpretó a Anna a la perfección y nos ofreció una musicalidad sin límites. Don Ottavio, descrito a veces como un personaje sin relieve, encontró por fin un intérprete que supo darle toda su nobleza y energía. Bogdan Volkov es un tenor de ensueño. Posee un timbre rico y una voz perfectamente estructurada, con matices precisos y un registro impresionante. Sus dos arias fueron una delicia inolvidable.

Federica Lombardi fue Donna Elvira. Nos gustó la redondez de sus graves aterciopelados, pero nos convencieron menos sus agudos limitados y a veces faltos de color. Sin embargo, apreciamos su verdadero sentido del teatro y su total entrega a su papel. Una sorpresa muy agradable fue el divertidísimo y fabuloso Leporello de Peter Kellner. ¡Una voz extraordinaria! Con un timbre afinadísimo, un fraseo holgado y una presencia magnífica, redescubrimos y apreciamos a este personaje secundario.

La Zerlina de Alma Neuhaus poseyó todos los atributos vocales del personaje. Superó con facilidad las numerosas dificultades del papel y nos mostró un hermoso registro vocal. Masetto fue interpretado por Martin Häßler, que no resultó muy convincente vocalmente. Con formidables recursos para un papel tan monumental, Antonio di Matteo demostró su facilidad en la tesitura del Comendador. Por otro lado, quizá nos hubieran gustado algunos matices mejor equilibrados y menos volumen, sobre todo en la espectral escena de la cena.

El Coro y la Orquesta de la Ópera de Viena fueron los intérpretes ideales en este repertorio. Combinando grandilocuencia y dulzura, pathos y comedia. Salvo algunas imprecisiones en los primeros compases de la obertura y una ligera falta de contraste en los vientos, saboreamos este Mozart como una golosina. Philippe Jordan desplegó la partitura con la maestría y el ingenio que la convierten en una obra icónica.

Compartir: