Fidelio en Barcelona
Mayo 26, 2024. Un espectáculo llamado “versión de concierto” que se dio en dos días seguidos, pero con luces, vestuario, interpretación y algún elemento mínimo de escena no parece serlo.
Se trata de un proyecto social con la participación de intérpretes del Deaf West Theatre dirigido por DJ Kurs, con el coro de cámara del Palau de la Música preparado por Xavier Puig, el coro de Manos Blancas preparado por M.I. Velásquez Echeverría y el coro del Teatro preparado como siempre por Pablo Assante.
Es algo preparado por Gustavo Dudamel con la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. Hay un director de escena, Alberto Arvelo, y un codirector, Joaquín Solano. El vestuario es de Solange Mendoza y las luces de Tyler Golver y Tyler Lambert-Perkins. La coreografía del lenguaje de signos es de Colin Analco, asistido por Bridget Berrigan. La producción artística pertenece a Gabriela Camejo.
Como se ve, una versión muy de concierto, en la que los personajes aparecen duplicados: un cantante disfrazado con ropas blancas no muy discretas o sensatas (los cantantes norteamericanos que se suelen quejar de que se les pinta de negro para Aida podrían también pedir no ser caricaturizados con estos ropajes) y un actor (de negro o con ropas oscuras). Si la única ópera de Beethoven presenta tantos problemas de índole teatral, calcule el lector lo que es un cantante más o menos inmóvil mientras su “doble” traduce todo a lenguaje de signos y, para colmo, es el único encargado de los diálogos.
Estos actores fueron todos muy buenos y eficaces. Los cantantes… Gabriella Reyes (Marzelline) me había interesado en el Met en Florencia y el Amazonas. Aquí lo que mejor se oía era el agudo, pero luego se iba perdiendo y en cualquier caso el color resultaba opaco. Al Jacquino de David Portillo apenas lo oí, pero en todo caso es menos grave que el Rocco de James Rutherford, un bajo sin graves ni volumen. El Pizarro de Shenyang fue el compendio del típico cantante asiático: buena voz, correcta técnica, y nada más. Más interesante fue Patrick Blackwell en Don Fernando: tuvo potencia, fraseo y hasta intentó actuar.
La protagonista de Tamara Wilson demuestra que es siempre una cantante sólida, pero que cantar, por ejemplo, esta ópera tras Beatrice di Tenda no es algo muy aconsejable. La voz sigue siendo importante, y es lógico que esté más oscura, pero el menor volumen y lo metálico —en particular en los agudos— deberían servir de llamado de atención. El Florestan de Andrew Staples reveló a un tenor capaz de vérselas con la parte, aunque el color lo haga más apto para roles como Egisto o Herodes en las respectivas óperas de Richard Strauss. El alemán era bastante ininteligible, aunque los protagonistas parecieron mejor preparados.
Muy buenos los coros, y, claro, la orquesta sonó muy bien. El problema es que Dudamel, pese a que se retiró de la Opéra de París a mitad de temporada, insiste en dirigir ópera, que no parece ser su fuerte. Desbordes como en el final, pero también antes —una obertura que pasó de un inicio brusco y rápido a un contraste no solo de dinámica sino de tiempos y que terminó con un sonido poco claro que se repitió durante la función—, una falta total de teatralidad que afectó a la introducción del acto segundo y a todo lo que va luego del aria de Florestan hasta la llegada de Pizarro (y ahí por fuerza de cosas).
El público, mucho pero no con localidades agotadas, respondió muy tibiamente en la primera parte para enloquecer al final entre vítores a todos y en especial a Dudamel. Varios saludaban con las manos, como hacían los actores y varios coristas. Me parece que se tiende a confundir un proyecto social interesante y/o importante con un resultado musical y teatral acorde. No siempre es así, y este fue un caso más. Y que no vengan a contarnos historias de “popularización” del género lírico y nuevos adeptos al mismo, que esa ya la escuchamos y algunos las creyeron con Los 3 tenores…