Gala Ramón Vargas en Bellas Artes

Gala de Ramón Vargas, con Ángel Rodríguez al piano y el Coro del Teatro de Bellas Artes

Julio 4, 2024. El tenor Ramón Vargas materializó uno de los más secretos deseos de la crítica musical: quedar desarmada, ante una presentación que mostró de principio a fin la entrega de un cantante de notables cualidades técnicas e interpretativas.

La gala ofrecida por uno de los exponentes referenciales de la ópera belcantista y romántica de las últimas cuatro décadas, acompañado al piano por el maestro de origen cubano Ángel Rodríguez, se realizó en el marco de los festejos por los 90 años del Palacio de Bellas Artes. 

El Coro de la Ópera de este recinto también formó parte de esta presentación, que tal vez no fue perfecta, pero sí memorable —lo que bien visto resulta aún mejor—, pues Ramón Vargas, a sus 63 años de edad, cantó con plenitud y lucimiento. Es decir, en el nivel que le llevó a desarrollar una de las carreras líricas internacionales más destacadas de su generación y que, en abono de su buena conducción, ya supera los 40 años de haber iniciado profesionalmente.

El programa elegido por el tenor le permitió brillar, de entrada, porque abordó un repertorio que su voz conoce y ha transitado con maestría. Como punto de partida, la gala inició con dos piezas de Gaetano Donizetti: ‘Una lagrima’ (Preghiera) y el aria ‘Una furtiva lagrima’ de la ópera L’elisir d’amore, acaso insignia interpretativa de Ramón Vargas, mostrada en los escenarios más relevantes de la lírica. Luego vendría de Gioacchino Rossini ‘La promessa’ (Les soirées musicales, No. 1) y ‘La danza’.

Para finalizar la primera parte, se recurrió a Giuseppe Verdi, en rigor otro belcantista si se considera la redacción, exigencia y lucimiento para la voz de sus obras. Entre el Coro de los herreros/gitanos de Il trovatore y el infaltable ‘Va pensiero’ de Nabucco, el tenor ofreció al público que lo recibió con calidez (aun cuando no agotó las localidades) ‘Deh! Pietosa addolorata’, ‘Ad una stella’ y el aria ‘La mia letizia infondere’ de I lombardi alla prima crociata.

La voz de Ramón Vargas fluyó de manera óptima —a estas alturas de su carrera con un color broncíneo que resuena con firmeza en el centro y en la zona aguda, no extrema, de su registro—, para entretejer fraseos delicados e intensos de gran expresividad. El prolongado fiato que le permite al tenor agilidad y ornamentaciones, pianísimos y falsetes lánguidos y flotantes, estaba ahí, en su canto, dispuesto para colorear cada pieza con intenciones y matices distinguidos por su elegancia.

El acompañamiento brindado por Ángel Rodríguez mostró una gran madurez. La grandilocuencia al teclado que durante años le ha caracterizado, dejó paso a un sonido asordinado, pleno de control y musicalidad que se impregnó en las voces, sin robarles protagonismo y con luz particular. Así, en plural. Porque ese soporte no solo se apreció con el tenor, sino también con los números del coro, que esta vez —bajo la dirección huésped de Jorge Alejandro Suárez— mostró gradación de intensidades y volumen que la agrupación no siempre incluye en las óperas escenificadas. 

Aunque la gran labor de Rodríguez se manifestó en la gala, la pregunta sobre dónde estaba la Orquesta del Teatro de Bellas Artes en un festejo de este calibre, flotaba en el aire.

Luego del intermedio, salvo la inclusión del coro a bocca chiusa de Madama Butterfly de Giacomo Puccini, Ramón Vargas ofreció una sucesión de canciones italianas y mexicanas donde expuso con brillantez no solo su voz, sino su temperamento elegíaco, removedor de sentimientos y energías apasionadas.

El tenor bebía constantemente, entre pieza y pieza, para hidratarse —se limpiaba también el sudor del rostro—, pues aunque no se dijo de manera oficial, trascendió que se había sentido mal, por una baja de presión arterial. Cierto o no ese malestar, esa segunda parte de la gala podría recordarse como uno de los momentos cúspides del cantante en los últimos años en el Palacio de Bellas Artes. 

De Francesco Paolo Tosti, el tenor abordó ‘Non t’amo più’, ‘Ideale’ y ‘L’alba separa dalla luce l’ombra’, para luego ofrecer ‘Amor de mis amores’ y ‘Oración Caribe’ de Agustín Lara; ‘Alma mía’ de María Grever, ‘Que seas feliz’ de Consuelo Velázquez y un popurrí de Armando Manzanero que incluyó ‘Somos novios’ y ‘Esta tarde vi llover’. Estas últimas piezas mexicanas se interpretaron con los arreglos de Ángel Rodríguez.

Ramón Vargas ofreció deleite al público y —algo que tenía tiempo que no se apreciaba en sus actuaciones en tierras mexicanas—, a sí mismo. Y eso generó un verdadero ambiente festivo, aderezado de una amplia paleta de emociones. Con la experiencia de un intérprete que, si bien ha perdido brillo en su instrumento y ciertas regiones agudas se han vuelto demasiado altas para su canto, ubica y respeta el equilibrio entre la intensidad que plasma en su voz y los horizontes físicos que le plantan los límites. Es decir, es conocedor pleno de su vocalidad lírica y sus características, lo que le permite un canto balanceado y llevado a su mayor esplendor, con franqueza y naturalidad.

El público supo agradecer con prolongados aplausos, a los que el tenor, festivo e incluso eufórico, respondió con cuatro encores: primero, otra de sus canciones mexicanas favoritas: ‘Te quiero dijiste’ de María Grever; luego el “Brindis” de La traviata de Verdi —en el que además del coro, participó la directora de la Ópera de Bellas Artes, María Katzarava, “la más importante soprano que ha dado México”, según dijo Ramón Vargas al momento—; después la romanza ‘No puede ser’ de la zarzuela La tabernera del puerto de Pablo Sorozábal, para cerrar la velada con la canción napolitana ‘Passione’ de Libero Bovio, Ernesto Tagliaferri y Nicola Valente. En ese instante musical, no hizo falta nada más.

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