Hamlet en París

Ludovic Tézier (Hamlet) y Lisette Oropesa (Ophélie) en la Opéra Bastille de París © Elisa Haberer

Marzo 11, 2023. Ausente de la Opéra de Paris desde 1939 (aunque no de otros escenarios parisinos, donde, por ejemplo, hubo una versión notabilísima con la memorable Ophélie de Natalie Dessay), volvió por fin el título que, con Mignon, ha hecho que el nombre de Ambroise Thomas sea algo más que una entrada en los diccionarios de la lírica. 

Fue una gran ocasión un tanto fastidiada por haber elegido para la nueva producción al eterno enfant terrible Krzysztof Warlikowski y su equipo habitual capitaneado por la también inefable Malgorzata Sczesniak (escenografía y vestuario). Si bien no fue de lo peor o más absurdo que de él hemos tenido el placer de ver por aquí, sí resultó tonto, feo y sorprendentemente ‘fácil’. Hacer que todo pase en un manicomio donde está encerrado Hamlet (y no se sabe quién, luego del primer acto, nos dice en un cartel “veinte años antes”) y nos cuenta sin gracia el resto de la ópera siempre con escena única (obviamente Ophélie se ahoga en una bañera: se veía venir desde el principio) es algo que ya se ha visto bastante en “nuevos” espectáculos líricos y de prosa, aunque no sé si en el caso de Hamlet. 

Lo más fastidioso fue, también, algo que se podía predecir: la representación que el protagonista ofrece para descubrir al culpable donde tuvimos derecho al óptimo trabajo de un gran saxofonista (ignoro si Thomas habría estado de acuerdo, pero como está muerto…). El caso es que, también como era fácil prever, al final hubo una tempestad de silbidos mezclados con aplausos de la “intelligentsia”, que pareció un tanto en minoría. Todos contentos porque el escándalo, como se sabe, otorga notoriedad y es sello de modernidad transgresiva.

Por suerte, la parte musical fue otra cosa. El director creo que no era el propuesto en origen, pero lo hizo bien. Pierre Dumoussaud es joven y seguramente crecerá, pero hubo un buen equilibrio con el escenario, no cubrió las voces y tal vez fue algo impersonal (muchos dicen que la culpa es del estilo de Thomas). 

El protagonista de Ludovic Tézier (lo había hecho dos veces a principios de su inmensa carrera) sigue siendo extraordinario; la voz no ha perdido nada de su lozanía, extensión, expresividad (es de los cantantes que lo dicen todo con la voz). La Ophélie de Lisette Oropesa, como siempre que canta el repertorio francés, también fue de notable relieve (y eso que la vistió su enemigo): se adecuó a lo que le pedía el director de escena (francamente demencial) y cantó estupendamente no sólo la escena de la locura, que fue lo más aplaudido durante el transcurso del espectáculo (el recuerdo agradecido de la gran Dessay estuvo presente para los que tuvimos la fortuna de verla y más de una vez en el papel, pero no con ninguna nostalgia ya que el estado vocal de Oropesa es extraordinario).

Eve-Maud Hubeaux encontró en la reina probablemente el papel que se adapta más a su vocalidad y a su gran dominio de la escena. Fue la segunda vez que la veía en la parte y solo me pareció algo exagerada en la emisión de las notas graves. Bueno, aunque tal vez esperaba más de él, el culpable Claudius de Jean Teitgen, estuvo sobrado de recursos vocales.

El espectro de Clive Bayley fue muy bueno pese a su ridículo disfraz de Arlequín. En los roles menores lo hicieron bien el conocido Frédéric Caton (Horatio) y los jóvenes Julien Henric (Marcellus) y especialmente los dos sepultureros, Alejandro Baliñas Vieites y Maclej Kwasnikowski. Lo poco que le ofrece el autor y los libretistas (Barbier y Carré, con ese final donde Hamlet sigue vivo y se convierte en rey) a Polonius fue confiado al veterano Philippe Rouillon, de quien tengo un buen recuerdo de sus temporadas en la Opéra Royal de Wallonie (Lieja).

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