Il campiello en Verona

Escena de Il campiello, de Ermanno Wolf-Ferrari, en Verona © Ennevi

Marzo 17, 2024. Así fue como por primera vez se representó en el Teatro Filarmónico de Verona Il campiello (La plazoleta) de Ermanno Wolf-Ferrari, y en su estreno en esta ciudad la obra fue recibida por un numeroso público con muchos aplausos al final de la función y con verdaderas ovaciones para algunos de los protagonistas de esta comedia musical.

Quién sabe si las noticias del futuro, hablando del buen trabajo de Wolf-Ferrari, incluirán citas similares a ésta como testimonio de un éxito previsto, pero (quizás) no imaginado hasta este punto. Este cronista no es propenso al entusiasmo, pero al final de la función la satisfacción no fue menor al entusiasmo mismo. Finalmente, hubo una dirección que respetó las indicaciones del libreto, versificado por Mario Ghisalberti en 1936 y basado en la comedia homónima de Carlo Goldoni de 1756, y una interpretación que fluyó rápidamente con sus momentos de euforia y pomposidad popular; como también momentos (raros, introducidos por la música) de un sentimiento conmovedor confiado a la melodía. 

En este hermoso montaje del Teatro Filarmónico hubo dos niveles narrativos: al frentecomo se puede deducir y adaptar de los bocetos de las representaciones de mediados del siglo XX— fiel a las indicaciones escenográficas del libretista; al fondo, sin embargo, se encontraba otro nivel narrativo: detrás de las cortinas que se movían horizontal y verticalmente, se abría una ventana sobre el muro para mostrar la ciudad de Venecia poco a poco transformada por el tiempo, donde primero pasaban barcos y góndolas, evocando imágenes y trajes del siglo XVIII (con máscaras incluidas); luego llegaban barcos de vapor (uno con la bandera tricolor italiana); poco después, otro barco con figurantes vestidas de esmoquin y crinolina bailando un vals de la belle-époque; luego los mamparos de moisés que se alzaban para proteger la ciudad de las mareas; y finalmente —en la última escena— un monstruoso crucero para testimoniar que sí, Venecia también se había convertido en un lugar de desembarco que se podía ver mientras se tomaba una copa y se charlaba en la cubierta, al tiempo que el barco transitaba por el Gran Canal. 

Para ver algo “moderno” y alejado del libreto, fue ese segundo nivel narrativo el que nos lo contó. Pero se trata de una modernización casi bajada de tono, para nada inquietante, simplemente evocadora; y sobre todo colocada en un telón de fondo que aparecía de vez en cuando, en el momento que se abría la ventana mostrando los muros de la plazoleta. La verdadera función (no la supuesta por las «transustanciaciones» filosóficas que anuncian la sociedad de ahora que será comparada con la sociedad que fue) se desarrolló en un primer plano. Tiene razón el director de escena Federico Bertolani cuando escribió en sus notas del programa que “…al final, en la triste despedida de la protagonista Gasparina, nos damos cuenta de que este lugar suspendido en el tiempo y el espacio es parte de una realidad mucho más grande, donde el tiempo transcurre rápida e inexorablemente, donde la historia sigue su curso sin que nuestros personajes, absortos en sus rituales, se den cuenta.”

Contribuyeron activamente al exitoso resultado de la puesta en escena Giulio Magnetto (escenografías), Manuel Pedretti (vestuarios) y Claudio Schmid (iluminación). Pero, sobre todo, contribuyó (incluso sobre mis expectativas, un poco prejuiciadas) la concertación del veneciano —pero veronés por adopción— Francesco Ommassini en el podio de la Orchestra della Fondazione Arena. Ommassini guío la función, las partes instrumentales y el canto, con mano segura, realzando los agraciados colores de la música de Wolf-Ferrari.

Muy buena, la caracterización de Gasparina interpretada por la soprano Bianca Tognocchi, una chica snob que redescubre el vínculo con su campiello natal cuando tiene que partir hacia Nápoles, siguiendo a su prometido, el cavalier Astolfi, un noble napolitano decadente y amante de los placeres, interpretado por el barítono Biagio Pizzuti; las parejas de jóvenes amantes, puestas a prueba por los celos y los malos entendidos, compuestas por Sara Cortolezzis (Lucieta) y Gabriele Sagona (Anzoleto); y por Lara Lagni (Gnese) y Matteo Roma (Zorzeto). 

El personaje de Fabrizio dei Ritorti, el brusco tío de Gasparina, le fue confiado a Guido Loconsolo; y las tres ancianas del campiello fueron llevadas a escena por los tenores Leonardo Cortellazzi (Dona Cate Panciana, madre de Lucieta) y Saverio Fiore (Dona Pasqua Polegana, madre de Gnese) y por la mezzosoprano Paola Gardina (Orsola, la fritolera, madre de Zorzeto). Todos tuvieron buen desempeño, vocalmente bien dotados y muy dentro de sus respectivas partes como actores. 

La intervención del Coro della Fondazione Arena que está prevista solo en la escena final, se hizo valer gracias a la maestría de Roberto Gabbiani, su director. Aplausos impactantes para todos y ovaciones, cuando apareció en escena el maestro Ommassini.

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