Il trittico en Múnich

Escena de Il tabarro en Múnich © Wilfried Hösl

Abril 1, 2024. Cuando pienso en una compañía de ópera de excelencia, lo primero que me viene a la cabeza es la Bayerische Staatsoper (Ópera Estatal de Múnich). En los últimos años, se ha convertido en mi destino favorito para la ópera y tiene una temporada que sigo con atención, incluso desde la distancia. El mes pasado tuve la oportunidad de ver en Múnich la producción de Calixto Bieito de Fidelio de Beethoven; la excelente producción de Tobias Kratzer de Die Passagierin (La pasajera) de Mieczyslaw Weinberg, protagonizada por la fantástica Sophie Koch; Parsifal de Wagner, con una más que discutible producción de Pierre Audi, pero con la excelente Bayerisches Staatsorchester dirigida por Constantin Trinks, y con Georg Zeppenfeld y Christian Gerhaher, que lo compensaron todo; e Il trittico (El tríptico) de Puccini, del que me ocuparé en este texto.

Unidad temática y puesta en escena

Hoy en día es habitual que Il tabarro (El tabardo), Suor Angelica y Gianni Schicchi, las óperas que componen Il trittico de Giacomo Puccini, se representen de forma independiente. Esta separación fue autorizada por el compositor poco después del estreno mundial. Sin embargo, cuando se interpretan juntas, es imposible no darse cuenta de que son tres partes de una estructura única, como los trípticos de los cuadros barrocos. Esta percepción es aún más pronunciada cuando la puesta en escena utiliza un lenguaje único para las tres partes, como la de Lotte de Beer, estrenada en la Bayerische Staatsoper en diciembre de 2017.

Los decorados de Bernard Hammer sitúan las tres óperas —o mejor dicho, las tres partes— en una especie de túnel o tubo metálico que parece desafiar a la gravedad, del que emergen o fluyen personajes y elementos escenográficos. Al frente de este tubo, el vestuario de Jorine van Beek, los objetos de utilería y la dirección de actores sirven a una puesta en escena prácticamente tradicional, que sitúa las tres óperas en épocas y lugares diferentes, todo ello de acuerdo con el libreto.

Desde un punto de vista temático, la muerte atraviesa las tres partes del tríptico. La historia de Il tabarro comienza con la muerte del hijo de Giorgetta y Michele y termina con la muerte de Luigi; Suor Angelica está marcada por la muerte del hijo del personaje titular; Gianni Schicchi gira en torno a la muerte y el testamento de Buoso Donati. 

Las relaciones amorosas y sus problemas también están presentes en las tres obras: en Il tabarro, la deshilachada relación de Giorgetta y Michele, y la extramarital y peligrosa de Giorgetta y Luigi; en Suor Angelica, la relación de una joven soltera que se quedó embarazada y, como consecuencia, fue internada en un convento sin siquiera ver a su hijo ni saber de él, incluso cuando éste enfermó y murió; y en Gianni Schicchi, el amor entre la joven Lauretta y Rinuccio, que fue posible gracias a la muerte y la herencia de Buoso.

Escena de Suor Angelica en Múnich © Wilfried Hösl

La puesta en escena de De Beer comienza en silencio, sin aplausos para la entrada del director de orquesta (que entra a oscuras), con un cortejo fúnebre que lleva el ataúd del hijo de Giorgetta y Michele. Entre Il tabarro y Suor Angelica, no hay intermedio ni aplausos, sino una doble procesión, también silenciosa, que supuestamente representa las muertes de Luigi y del hijo de Suor Angelica. Gianni Schicchi no comienza ni termina con una procesión, pero Buoso, muerto, está permanentemente allí.

Antes de cada una de las tres óperas, la iluminación de Alex Brok adquiere protagonismo: vemos las procesiones y los personajes a contraluz, y nos golpea una intensa luz desde el final del túnel. Una luz que aturde nuestros ojos, que nos impide ver. Una luz ominosa que hace aún más dramáticas las sombras de los muertos y de los vivos, muchos de ellos violentos, algunos incluso criminales, otros que han perdido la esperanza de encontrar alguna felicidad. Es una luz al final del túnel que no trae esperanza, sino que asusta y ciega, llevándonos a cerrar los ojos, como hacemos a menudo ante la violencia, ya sea un crimen pasional o un asesinato moral.

El decorado metálico, grisáceo y frío contrasta con los trajes y objetos de la escena. En Suor Angelica casi no hay colores, ya que todas las monjas visten hábitos blancos (un blanco menos frío que el gris del decorado) y velos blancos. Solo Angélica va prácticamente todo el tiempo sin velo, solo se lo pone cuando va al encuentro de la Zia Principessa. Esta ausencia del velo tiene la finalidad práctica de diferenciarla, así como de subrayar la deshonra de la que la acusaba su familia. Y es en Gianni Schicchi cuando la escenografía se vuelve más coloreada, con la cama de Buoso duplicada en la parte superior y un vestuario más llamativo.

Unidad estructural e interpretación musical

Desde un punto de vista estructural, Il trittico se compone de una primera parte dramática, de estilo verista (Il tabarro), una parte más lírica pero no menos dramática (Suor Angelica) y una tercera parte cómica (Gianni Schicchi). Es como un concierto (para orquesta y voces) en tres movimientos: allegro, andante y scherzo. Las tres óperas comienzan con una melodía que contiene un pequeño tema persistente: en Il tabarro, representa el agua, el incesante balanceo de la barca; en Suor Angelica, una campana que suena; y en Gianni Schicchi, la agitación de la familia de Buoso.

La atrayente lectura de Robert Jindra al frente de la excelente Bayerisches Staatsorchester enfatizó el carácter dramático de las dos primeras óperas, especialmente de la primera. Esta lectura estuvo acompañada por las incandescentes interpretaciones de la soprano Lise Davidsen (Giorgetta) y el tenor Yonghoon Lee (Luigi) en Il tabarro. Aunque musical y dramáticamente el dúo estuvo impecable, la comprensión del texto no fue tarea fácil. Lee a veces parecía dejar un espacio interno bastante grande (algo que no ocurría desde hacía una década, cuando le vi en el Metropolitan), comprometiendo su dicción, pero su timbre luminoso y conmovedor compensó este problema. Davidsen, con su voz poderosa e irresistible y su hermoso fraseo, ofreció un Do agudo largo y sostenido en “questa strana nostalgia”. 

Escena de Gianni Schicchi en Múnich © Wilfried Hösl

Sin embargo, fue en Suor Angelica donde el verdadero espíritu del drama ganó profundidad. Los arrebatos pasionales dieron paso a un dolor contenido, que brota del fondo del corazón. En la magistral interpretación de Ermonela Jaho, Suor Angelica —la pobre monja huérfana, separada de su hijo, abandonada por su familia e internada en un convento sin recibir noticias ni visitas durante siete años— ganó en cuerpo y alma. Jaho no tiene la voz de Davidsen —son cantantes tan diferentes que cualquier comparación carece de sentido—, pero posee un vibrato con una rara riqueza de armónicos que hace que su voz sea única e inconfundible sin comprometer su dicción. Además, demuestra una entrega sin límites, una interpretación profunda y sabe construir un personaje como pocos. En otras palabras, es una verdadera artista. Desde el principio, la Suor Angelica de Jaho mostró una cierta sensación de incomodidad, de trauma contenido. 

Durante el enfrentamiento con la Zia Principessa —muy bien interpretada por Katja Pieweck—, Suor Angelica tiene un arrebato violento en esta puesta en escena. A partir de ese momento, y más aún cuando recibe la noticia de la muerte de su hijo, parece liberarse. Con esta atmósfera de alivio, de libertad, termina la ópera. Una cruz iluminada emerge del túnel. En su interior, el hijo de esta madre dolorida.

En sustitución de Wolfgang Koch, Ambrogio Maestri fue Michele en Il tabarro e interpretó el papel principal en Gianni Schicchi. Su imponente y bien sostenido timbre de barítono, con el peso justo, y su bella dicción se hicieron notar en la primera ópera, pero fue en el papel cómico de Gianni Schicchi donde realmente brilló: aquí, Maestri estaba en casa y pudo demostrar todo su talento cómico.

El aria más convencional y famosa de las tres obras es sin duda ‘O mio babbino caro’, que Lauretta canta para seducir a su padre y convencerle de que haga algo con respecto al testamento de Buoso (que había dejado todos sus bienes a los frailes). La Ópera de Múnich contó con una Lauretta de lujo: Elsa Dreisig, una cantante de voz luminosa e interpretación convincente, cada vez más relevante en la escena internacional. La voz de Dreisig ya había arrojado una pequeña chispa de luz durante la primera ópera, Il tabarro, donde tuvo una breve aparición como la amante de la pareja de amantes. Con ella, el joven y prometedor tenor Granit Musliu, actualmente miembro del reparto estable de la Bayerische Staatsoper, formó una buena pareja, tanto como el amante en Il tabarro como en el rol de Rinuccio en Gianni Schicchi.  

Il trittico fue el último espectáculo que vi durante mi paso por Alemania. Y tenía todo lo que se puede desear al final de un viaje musical: drama e inmersión que no permitían que la mente se alejara ni un solo minuto del escenario y del foso, refinamiento musical, una gran producción y cantantes de primera categoría.

Compartir: