El vencedor vencido en Bellas Artes
“El potencial es lo que uno ve cuando cree
que algo no es lo suficientemente bueno”
American Fiction
Cord Jefferson
Abril 18, 2024. En la conferencia de prensa en la que se anunció la Temporada 2024 de la Compañía Nacional de Ópera (CNO), a finales de enero de 2024, la soprano en activo María Katzarava, su flamante directora, informó que su gestión tendría cinco ejes de trabajo: Integración, Celebrando a, El ombligo de la Luna, Abriendo caminos y En fusión.
En síntesis, el tercero de ellos busca reconocer el talento nacional y rescatar la ópera mexicana, mientras que el cuarto pretende dar espacio a nuevos talentos, así como a las creaciones líricas contemporáneas. En esas vertientes, la CNO presentó el estreno mundial de El vencedor vencido del compositor Federico Ibarra Groth (1946), que cuenta con libreto del narrador y ensayista Enrique Serna (1959).
En esta, su décima ópera, de la que solo se programaron dos funciones en el Teatro del Palacio de Bellas Artes —jueves 18 y domingo 21 de abril, además del ensayo general abierto al público y a los medios, el miércoles 17—, Ibarra y su debutante libretista, ambos originarios de la Ciudad de México, retoman la célebre y multitudinaria expedición de Hernán Cortés a Las Hibueras en búsqueda-persecución del rebelde Cristóbal de Olid, emprendida el 12 de octubre de 1524 y que habría de prolongarse durante casi dos años.
El pasaje histórico, pese a ser consignado por el propio Cortés en sus Cartas de relación y el cronista Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, es algo nebuloso en ubicaciones y detalles. Pero lo cierto es que fue catastrófico. En él, además de centenas de muertes más, salió ejecutado Cuauhtémoc, el último tlatoani azteca, probablemente decapitado o colgado o decapitado y luego colgado de los pies por orden del conquistador. Su cuerpo sigue desaparecido y podría decirse que es uno de los tantos que ya desde entonces hay por estos lares.
Aunque lo que en esencia, desde el punto de vista narrativo, es una road story, pues el viaje es lo que enriquece y brinda interés a ese capítulo histórico en el que participan personajes de relieve identitario nacional como la Malinche —aka Malitzin o doña Marina—, en El vencedor vencido es una secuencia de escenas entre expositivas y reflexivas en las que la mayoría de las acciones solo son relatadas o anunciadas, con un lenguaje pulcro —a ratos en prosa, a ratos en verso, en español incluso entre los indígenas—, pero sin demasiada tensión dramática o escénica.
Los hechos, las decisiones, incluso el contexto geográfico, pesan más al interior de los personajes que en su desempeño escénico. Así se explora la psicología, el ánimo y el carácter de los protagonistas en situaciones inclementes del viaje, en las que se incluye hambre, canibalismo, paranoia de levantamientos, recriminaciones, cargos y descargos de conciencia con la polaridad de conquistadores y conquistados, malinchistas o patriotas, en todo caso con la música ecléctica de Federico Ibarra como hilvanado argumental.
Resultó decepcionante que una aventura tan memorable de la historia mexicana (la costa sur del territorio hasta llegar a Honduras: ciénagas, ríos, puentes, canoas, selvas, poblaciones dóciles u hostiles, montes), en esta ópera estructurada en tres actos es semiestatismo, inacción, anquilosamiento y oscuridad. Aunque buena parte de esa impresión quedó por la tediosa puesta en escena de Hernán del Riego —dirección asociada de Rodrigo Vázquez—, apenas distinguible del oratorio o de una versión en concierto, pues el movimiento de los solistas y del coro fue elemental: de entradas y salidas.
Con dispositivo escénico e iluminación de Ángel Ancona y vestuario de Emilio Rebollar, la concepción del director de escena se materializó en una sofocante cámara negra —ni minimalismo o abstracción, sino simple vacío—, en cuya parte superior pendía un tlahtolli —glifo fonético del habla, el lenguaje o la palabra— formado por una manguera rellena de luces en diversas tonalidades. Un poco de color surgió solo en los contados momentos en que el ciclorama, al fondo, se dejó ver y subrayó obviedades, como el rojo de la sangre o el azul, tal vez, del agua. Batones, casacas, camisetas y faldas-pantalón, prendas que no buscaron precisión historicista, ataviaron al elenco.
La música de Federico Ibarra en El vencedor vencido es fiel a sí mismo y a su catálogo. Variada en ritmos, géneros y texturas —inquieta en las sensaciones que convoca—, se tiende como un collage sonoro que incluye justo música española (un trío de personajes menores en la ópera, de hecho, son intérpretes-difusores novohispanos antes de llegar al canibalismo) y de otras influencias y formas europeas incluso de vanguardias. Es una propuesta que insinúa o concreta puentes, interludios, danzas, marchas y canciones, con tintes profanos, sacros, épicos, satíricos y todo aquello que es tan reconocible de este compositor. Como bien se sabe, Ibarra lo que mejor hace es autocitarse.
Aunque esta vez algunas de esas interconexiones y respiros musicales podrían estimarse algo largos, por editar, pues al tiempo que pretenden fluir y enchufar las acciones, diluyen la escasa tensión dramática de los cuadros. Se nota el oficio compositivo de Ibarra, sobre todo en materia vocal y operística, incluida su forma de utilizar el español cantado para calzarlo a sus melodías y acentos o simplemente la voz hablada (algunos de sus personajes protagonistas de otras óperas son actores, no cantantes). Pero una edición que cohesione, compacte y delinee con rigurosidad los puntos medulares de la obra recién estrenada (como cualquier otra en esa condición) puede resultar apetecible.
En este final, el clímax se siente prematuro, descolocado. Cuauhtémoc es condenado y vituperado por la Malinche en sintonía con la causa española. El vejado tlatoani se despide de sus seguidores y de la existencia misma, y aunque el público no presencia su muerte, sí que la registra. Solo para contemplar minutos después que reaparece —¿espectro, látigo de la conciencia, delirio, zombi?— para atormentar a Cortés y afligirlo al punto de que el vencedor es vencido en un largo desenlace que más bien parece epílogo. Por eso siempre ha sido válido preguntar: Quis custodiet ipsos custodes? (¿Quién custodia a los custodios?)
Al referir el elenco, es indispensable considerar los ejes de trabajo uno y cinco propuestos por la directora de la CNO: la integración y la fusión. El primero, porque se ha incorporado a cantantes seleccionados por la vía de la audición —que por obvio que debiera parecer no siempre ha sido así—, y el segundo, por la decisión de unir los cuerpos estables de la CNO con el Estudio de la Ópera de Bellas Artes, de donde también saltan becarios para integrar las producciones profesionales.
El resultado de estas dos vertientes es una calidad vocal e interpretativa irregular, en muchos sentidos por pulir. Pues si bien pueden encontrarse algunos cantantes con cierta carrera de años, también el público puede toparse con varios debuts. Quizá esta apuesta pueda apreciarse más conforme transcurra el tiempo y no se estime solo en su siembra, sino en si se cosecha.
Expuesto lo anterior, el tenor Jesús Estrada se encargó de dar vida a Hernán Cortés, con el Bernal Díaz del Castillo del barítono Armando Gama, el fray Juan de Tecto del también barítono Ricardo López, el Gonzalo de Sandoval del bajo Rodrigo Urrutia y las Malinches —alternando función— de las sopranos Mariana Valdés y su tocaya Mariana Echeverría. Asimismo, participaron el barítono Juan Carlos Navarro (Fernando), el tenor Chac Barrera (Luis), el tenor Edgar Villalva (Pedro) y las mezzosopranos Rosa Muñoz y Vanessa Jara (quienes alternaron el papel de Catalina).
Por el lado indígena (que no necesariamente hizo pensar en rigor fenotípico, de indumentaria o lengua) debe apuntarse el Cuauhtémoc del tenor Andrés Carrillo y el Tetlepanquétzal del barítono David Echeverría. El elenco de cantantes fue complementado por el trabajo de los actores África Arvizu, Ixchel Flores, Christopher Fragoso, René Martínez, Félix Terán y Estefanía Villamar.
La labor de Iván López Reynoso, al frente del Coro —preparado por Rodrigo Elorduy— y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes redondeó esta producción, gracias sobre todo a la flexibilidad de su batuta, mantenida para servir el estilo ecléctico de la partitura y a sus dinámicas para entrar en el ritmo de los géneros utilizados por Ibarra, más que en la trama. Una versatilidad amplia es la que la obra, su sonido y sus cantantes requirieron del concertador. Y se logró. Se trató claramente de una propuesta con esfuerzos artísticos y, sin duda, harto potencial para ponerlos a tiempo.