Juan José en Madrid
Abril 4 y 9, 2024. Triunfal reposición de la zarzuela Juan José, actualización del sainete madrileño del compositor español Pablo Sorozábal llevó a cabo el Teatro de la Zarzuela, revindicando así una partitura que, dada su enorme calidad musical, merecería una difusión que lamentablemente hasta el momento no ha logrado imponer.
Compuesta en 1968, estrenada en versión de concierto 48 años después y escénicamente hace solo siete años, este drama lírico popular —entendiendo lo de popular como proletario y sin folklorismos— con libreto del propio compositor, está basada en la pieza teatral homónimo del escritor socialista español Joaquín Dicenta, una abierta denuncia política acerca de los que, sin acceso a lo más mínimo, son víctimas de una sociedad injusta que los excluye y los abandona a su suerte. En su muy moderna música, pueden encontrarse tanto influencias del expresionismo alemán como del verismo italiano, entrelazado con elementos musicales típicos locales.
El reparto vocal respondió con igual solidez, tanto a las inclementes exigencias vocales como a las interpretativas. A cargo del rol protagónico, el barítono Juan Jesús Rodríguez encarnó a un albañil Juan José introvertido, agrio y violento, con una voz de apabullante opulencia, extensión y vigor que condujo con depurada técnica.
Alternando en la parte, el barítono Luis Cansino, de voz más ligera y menos impactante que la de Rodríguez, supo con mucho oficio brindar una caracterización muy elaborada de la compleja psicología de su personaje, retratando un protagonista menos brutal que el del anterior, pero más acomplejado y amargo ante la vida que le ha tocado en suerte. De muy efectivo patrimonio vocal, Cansino lució una voz de bello esmalte, dúctil, homogénea y bien proyectada.
Como la seductora Rosa, fue imposible no caer rendido ante la impresionante artillería vocal de la soprano Saioa Hernández, quien exhibió una voz poderosa, extensa, segura por igual en los tres registros y dramáticamente incisiva. Inteligente e implicada intérprete, con gran dominio de la escena, la soprano Carmen Solís a su turno, propuso una Rosa muy consciente de su feminidad y del enorme poder de atracción que generaba en los hombres, con una voz firme, de timbre cálido y un canto de gran madurez y expresividad al que cinceló de variados y emotivos acentos.
Como Paco, el maestro de obra, patrón y rival del protagonista, el tenor Alejandro del Cerro resultó muy solvente, con una voz agradable, bien encausada, de gran musicalidad y una buena presencia escénica. En la misma parte, el italiano Francesco Pio Galasso cumplió con lo justo, haciendo gala de un agudo firme y poderoso, pero de línea poco homogénea y canto escaso noble.
Como Toñuela, gran desempeño en el apartado vocal e interpretativo brindó la soprano Vanessa Goikoetxea, mientras que Alba Chantar apenas resultó discreta. Excelente, la alcahueta Isidra de la siempre eficaz mezzosoprano María Luisa Corbacho y correcta, sin más, la de la mexicana Belem Rodríguez Mora.
Un auténtico lujo fue contar con el bajo-barítono Simón Orfila como Andrés, parte a la que talló con descollantes medios vocales y excelsos recursos histriónicos y a la que logró extraer comicidad en medio del fondo dramático de la trama. Dejó una muy grata impresión y ganas de más canto el bajo Luis López Navarro, a cargo de la breve parte del presidiario Cano. Del resto de intérpretes comprimarios no debe pasarse por alto la labor del tenor Igor Peral como el parroquiano Perico.
Desde el foso, la orquesta de la comunidad de Madrid brilló a más no poder capitaneada por del director español Miguel Ángel Gómez-Martínez, quien ofreció una magnífica lectura cargada de tensión dramática y de exuberante variedad de colores y matices.
Dando marco con una atmosfera de insoportable pesadez, pesimismo y marginalidad, la producción escénica firmada por José Carlos Plaza, pero cuya reposición corrió a cargo de Jorge Torres, fue otro de los pilares de esta exitosa reposición. Contribuyeron de forma decisiva al éxito de la presentación la realista escenografía de Paco Leal, el contrastante diseño de vestuario de Pedro Moreno y los estudiados movimientos escénicos de Denise Perdikidis, que lograron fusionar a los figurantes y miembros del coro con las fantasmagóricas pinturas encomendadas a Enrique Marty.