Il turco in Italia en Madrid
Con María Pardo
Junio 2, 2023. El Teatro Real ha dado la bienvenida al mes de junio con una nueva producción de un título de Gioachino Rossini que aún no había pisado su escenario: Il turco in Italia. Prototipo de la opera buffa, se estrenó con poco éxito en el Teatro alla Scala de Milán en 1814, solo un año después de L’italiana in Algeri, hecho que sin duda lastró su recorrido.
La extraordinaria popularidad de Il barbiere di Siviglia (1816) y La Cenerentola (1817) conllevaron su desaparición del repertorio hasta mediados del siglo pasado, cuando la rescataron Gianandrea Gavazzeni y Maria Callas. Desde entonces, y a pesar de una trama que puede resultar incómoda por su tratamiento de los roles de género y los estereotipos culturales, Il turco in Italia está cada vez más presente en las casas operísticas de todo el mundo. La versión que nos ocupa viajará a la Opéra de Lyon y al New National Theatre Tokyo, coproductoras con Madrid.
Si Gioachino Rossini contribuye a elevar la ópera bufa a otro nivel, digno de todo tipo de públicos, la corrección política que impera en nuestra sociedad parece exigir a directores y directoras de escena que faciliten una versión de estas obras más acorde con los tiempos. Laurent Pelly traslada la acción de Il turco in Italia a la década de los 60 del siglo pasado, que marcó un punto de inflexión para la sexualidad en Occidente gracias a la aprobación de la píldora anticonceptiva y al activismo de movimientos feministas y de derechos sociales.
Don Geronio y Fiorilla encarnan a un matrimonio de clase media que vive una aburrida vida en un tranquilo barrio residencial de la periferia. Ella, de carácter soñador y rebelde, encuentra una vía de escape en la lectura compulsiva de fotonovelas románticas, tan populares en la Italia de aquella época, lo cual ciertamente hace pensar al espectador actual en las pasiones que despiertan en todo el mundo las series turcas, y especialmente sus protagonistas masculinos, como Can Yaman o Burak Deniz.
Lo que vemos en el escenario se puede interpretar, pues, como el fruto de la desbordante imaginación de la protagonista femenina, quien, no bastándole los agasajos del solícito Don Narciso, su chevalier servant, cae locamente enamorada de un exótico príncipe turco que está de paso por la ciudad, hasta el punto de querer abandonarlo todo para fugarse con él. Por su parte, Prosdocimo, el poeta, queda convertido en un vecino fisgón y “metomentodo” que, falto de inspiración para el libreto que está escribiendo, no duda en espiar al bueno de Don Geronio y a la descocada de Fiorilla desde su ventana.
El concepto escénico de Pelly resulta coherente y encaja con el espíritu de la obra original. La escenografía de Chantal Thomas, funcional y onírica al mismo tiempo, subraya la idea de que lo que estamos presenciando no es sino el remedo de una de las fotonovelas que tanto gustan a la protagonista. El vestuario, gran trabajo del propio Pelly, se adapta a la perfección a la psicología de cada personaje y la época evocada, y la iluminación de Joël Adam también es digna de aplauso.
Sin embargo, todo ello no podría funcionar sin la destacable interpretación dramática y musical de los intérpretes, quienes bucean con pericia en el universo rossiniano, donde todos los componentes de la opera buffa se suceden sin complejos unos tras otros en todas las variantes y combinaciones posibles: las audaces agilidades y los ritmos trepidantes, la alternancia de recitativi secchi y arias, duetos y números de conjunto, la importancia de la acción escénica… Si el oficio de los cantantes es transmitir emociones y no dejar al público indiferente, desde luego que este cast lo logra con creces, hasta el punto de que criticar si las voces estaban más o menos llenas de armónicos, de si eran más o menos flexibles o tenían un bonito timbre deja de tener mucho sentido.
Los solistas resultaron frescos y vitales en sus respectivos personajes —la esposa casquivana y manipuladora, el marido terco y bonachón, el engreído galán, el amigo del marido que coquetea con la señora de este, el guionista de folletín, la mujer herida que quiere restablecer su honor y recuperar a su amado—, de modo que cualquier “deficiencia” vocal queda al servicio del personaje que interpretan.
Ya no se trata de cantantes que saben, conocen y cantan su parte, sino que se transforman de tal manera en sus personajes que a uno se le hace difícil imaginárselos haciendo de ellos mismos cuando bajan del escenario. Brillantes todos ellos en sus papeles, destacando la frescura orgánica de Sara Blanch (Fiorilla) y de Misha Kiria (Don Geronio), que fueron los que mayor ovación se llevaron. Alex Esposito (Selim), Edgardo Rocha (Narciso), Florian Sempey (Prosdocimo), Paola Gardina (Zaida) y Pablo García-López (Albazar) aportaron a sus roles la calidad necesaria para dar la réplica que hizo vibrar al conjunto entero.
El Coro Titular del Teatro Real, como siempre, a la altura, y actuando como un solo personaje, preciso, bien avenido y camaleónico en sus intervenciones. Encomiable el trabajo del director de escena a la hora de mover por el escenario a la masa coral. La Orquesta Titular del Teatro Real, dirigida hábilmente por Giacomo Sagripanti, también protagonizó una actuación de gran calidad. El maestro italiano consiguió dar un fabuloso soporte al conjunto, a pesar de un par de momentos en los que la acción de los cantantes y la velocidad de la música no se ajustaban, quizás en los próximos días lo consigan ajustar para que no haya ni un “pero”.