Il viaggio a Reims en Santiago

Escena de ensamble de la producción de Emilio Sagi de Il viaggio a Reims de Gioachino Rossini en el Teatro Municipal de Santiago © Patricio Melo

Noviembre 9 y 18, 2023. Con dos atractivas comedias belcantistas finalizó en los dos últimos meses la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago de Chile, y ambas tuvieron características especiales: la primera, Don Pasquale de Gaetano Donizetti, se ofreció entre el 5 y el 14 de octubre con dos elencos (el primero de los cuales contó con el debut local del reconocido director italiano Evelino Pidò, cuya lectura de la partitura fue un verdadero lujo en estilo, ritmo y dinámica) y en formato de concierto, algo a lo que el público se había debido acostumbrar en la pandemia por motivos de aforo y precaución sanitaria, pero que desde fines del año pasado, con el regreso de la puestas en escena de Manon de Jules Massenet, ya podría haber quedado atrás, sobre todo porque este año ya se pudieron apreciar producciones escénicas de Carmen de Georges Bizet y Rigoletto de Giuseppe Verdi; y la segunda era algo que muchos operáticos chilenos esperábamos durante años, el estreno en este país de Il viaggio a Reims (El viaje a Reims), de Gioachino Rossini, que se presentó con un elenco único y en cinco funciones ofrecidas entre el 9 y el 18 de noviembre.

En Chile solo se han representado 17 de las 39 óperas que compuso Rossini —una decena de ellas en el Municipal de Santiago—, a las que se sumó ahora la número 18, la misma que tiene la relevancia de ser la última que el compositor escribiera en italiano, y una de las últimas creaciones para la escena de su carrera. Un título que durante más de un siglo nadie conocía y parecía perdido para siempre, ya que fue creado específicamente como obra de circunstancia para ser estrenada en el Théâtre-Italien de París —al que Rossini se había incorporado recientemente como director musical— como parte de los eventos y festejos por la coronación del nuevo rey de Francia, Carlos X, que retomaría la tradición de realizarse en la catedral de Reims, algo que no se hacía desde hacía medio siglo. Tras el debut el 19 de junio de 1825, y salvo un par de reversiones, permaneció guardada, aunque su música no fue del todo olvidada, ya que el compositor reutilizó varios números en su comedia Le comte Ory.

Pero luego de más de 100 años, la partitura fue descubierta por casualidad en los años 70 del siglo pasado, y reestrenada en una versión memorable y que a estas alturas ya es un verdadero hito histórico: en 1984, en el Rossini Opera Festival, con un elenco de lujo y una brillante dirección de Claudio Abbado. Desde entonces, y a lo largo de casi cuatro décadas, ha ido sumando representaciones en las más diversas latitudes, a pesar de sus exigencias y particularidades: protagonizada por un grupo de nobles que se hospeda en la posada de un balneario que se aprestan a partir a la coronación en Reims. Aunque hay situaciones cómicas, celos, intereses amorosos y algunas rivalidades sentimentales, aderezadas con humor y una suerte de sátira social —sumadas al problema que surge cuando una circunstancia inesperada les impedirá emprender el viaje según lo planeado—, el argumento es en general bastante simple y sin mayores acontecimientos que le den mayor peso o relevancia. 

Pero la música, además de muy hermosa, típicamente rossiniana y con algunos momentos que son verdaderas joyas (como el concertado para 14 solistas con el cual termina la primera parte), requiere de un extenso elenco de solistas, de los cuales al menos 10 son verdaderamente protagónicos.

Escena en el balneario Il Giglio d’Oro © Patricio Melo

Entre los montajes de esta obra, uno de los que se ha convertido en un verdadero clásico a nivel internacional —y muy conocido y difundido a través de YouTube— es el que en 2001 creó para el Festival Rossini de Pésaro el reconocido régisseur español Emilio Sagi, que funcionó tan bien que desde entonces y a lo largo de dos décadas se vuelve a ofrecer ahí cada año, como instancia de aprendizaje para los jóvenes cantantes que participan de la Accademia Rossiniana (entre ellos, tres de los intérpretes chilenos de las funciones que comento acá) que se realiza anualmente en la época de ese evento musical. 

Esta misma producción se ha presentado en el estreno de la obra en Latinoamérica, en 2011, en el Teatro Argentino de La Plata, y en teatros como el Real de Madrid y el Liceu de Barcelona, y es justamente con ella que se presentaron estas funciones de estreno en Chile, a casi 200 años del debut de la obra original y trayendo de regreso a Sagi un año después de su Manon de Massenet, agregando así un nuevo título a la decena de obras que ha escenificado en el Municipal de Santiago a lo largo más de un cuarto de siglo, que han incluido otras tres piezas rossinianas: L’italiana in Algeri (2009), Il turco in Italia (2015) y Tancredi (2016).

Con un vestuario de la ya fallecida Pepa Ojanguren que, tras una primera parte donde todos van de blanco, los nobles en bata y el personal que los atiende de uniforme, pasa en la segunda a lucirse con elegantes diseños en color negro, sin demasiados elementos escénicos más que algunas sillas de playa o tumbonas, y ambientando la acción en la terraza en el exterior del spa donde se hospedan los nobles que pretenden viajar a Reims, la propuesta de Sagi es sencilla pero a la vez muy elaborada en las entradas, salidas y desplazamientos del elenco, en sus soluciones visuales muy bien apoyadas por la iluminación de Eduardo Bravo, y en el uso de algunos recursos juguetones e incluso tiernos y naíf que funcionan de manera simpática en determinados momentos. Aunque en la primera parte hay algunos pasajes en los que el ritmo parece decaer, alargarse o estancarse momentáneamente, Sagi saca mucho provecho a un argumento tan simple y escueto, y consigue desarrollar un espectáculo vital, simpático y fluido.

En lo musical, el chileno Paolo Bortolameolli, cuya carrera internacional tuvo un impulso imparable en los últimos años desde que asumiera como director asociado de la Filarmónica de Los Ángeles con el fundamental apoyo de Gustavo Dudamel, ha estado cosechando elogios del público y la crítica en el repertorio sinfónico en prestigiosos escenarios de diversos países, y en el ámbito de la ópera el año pasado debutó en dos legendarios teatros, con funciones de Die Zauberflöte en el Liceu de Barcelona y Tosca en la Ópera de París. Tras el clamoroso éxito que tuvo a comienzos de año con el estreno en Chile de la monumental Octava Sinfonía de Gustav Mahler, Bortolameolli se puso al frente de la Filarmónica de Santiago, de la que es director invitado principal, para este otro importante debut musical en ese país, en el mismo escenario donde en 2016 dirigiera por primera vez una ópera, precisamente de Rossini, a cargo del segundo elenco de Tancredi. 

Así como en esa ocasión encontré que los resultados fueron desiguales y no quedé completamente convencido con su dirección, probablemente por ser la primera vez que asumía una ópera, debo reconocer que en este Viaggio a Reims se notaron los avances, y si bien en el estreno aún hubo ciertos pasajes donde se pudo regular más el peso y volumen de la orquesta para alcanzar un mayor equilibrio con las voces, entre otros detalles, en la última función ya se notaba todo mucho más fluido y completo, conformando un muy buen desempeño en una labor no menor, como es la de guiar a un elenco tan extenso y en constante movimiento, sin descuidar ni lo musical ni lo que exige lo teatral.

Una de las grandes apuestas de este estreno en Chile, que terminó siendo un verdadero acierto, fue que siete de los 10 personajes principales fueran interpretados por cantantes locales. De partida, las solistas femeninas estuvieron espléndidas, en especial la soprano Annya Pinto, quien tras destacar con su Norina en Don Pasquale, cautivó ahora como la poetisa italiana Corinna, particularmente en sus dos grandes momentos solistas, en ambos acompañada por la arpista solista Betuel Ramírez y en los que el tiempo parece suspenderse gracias a la etérea belleza y lirismo de la melodía y el canto: el aria ‘Arpa gentil’, interpretada junto a la arpista desde lo alto en uno de los palcos en el costado del escenario, y su escena final. 

Otras dos sopranos también se pudieron lucir en lo escénico y vocal: Tabita Martínez, vivaz y encantadora como Madama Cortese, a cargo del spa; y Vanessa Rojas, como la Contessa di Folleville, quien logró superar muy bien las dificultades de su gran escena solista. Y encarnando a la Marchesa Melibea, otro valor en alza, la mezzosoprano Gabriela Gómez se mostró muy efectiva y segura en los momentos tan típicamente rossinianos que el autor escribió para ella.

Los empleados del balneario hacen burbujas © Patricio Melo

De los roles principales que quedaron más marcados y asociados con los intérpretes originales de la resurrección de esta obra en tiempos modernos, uno de los que puede presentar más escollos es el noble británico Lord Sidney, considerando que en 1984 lo interpretó el gran bajo Samuel Ramey, especialista imbatible en terrenos rossinianos. En la versión del Municipal se contó con el joven y ascendente bajo Matías Moncada, quien en los últimos dos años estuvo cantando en importantes escenarios internacionales mientras integraba la Accademia Teatro alla Scala de Milán, incluyendo ese legendario teatro, donde entre otros roles pudo cantar el Don Basilio de Il barbiere di Siviglia. Aunque nuevamente se pudo apreciar su atractivo material vocal, en el estreno la gran escena solista de Lord Sidney, acompañada por una sutil y excelente interpretación en flauta solista y con sus notas altas y agilidades, lo mostró algo tenso y no totalmente cómodo con las exigencias de la partitura, pero afortunadamente, cuando volví a ver este espectáculo en la última de las cinco funciones, se notó más relajado y con mayor dominio de sus recursos.

El otro personaje muy asociado con el intérprete original en tiempos modernos es Don Profondo, el divertido anticuario en el cual el italiano Ruggero Raimondi dejó una versión prácticamente modélica de su irresistible y genial aria ‘Medaglie incomparabili’, en cuya primera parte va imitando los acentos y formas de hablar de las distintas nacionalidades de los otros nobles protagonistas. Pero aunque la sombra de Raimondi en este papel ha sido difícil de soslayar, afortunadamente otros intérpretes también se han podido lucir en este pasaje, y uno de los que mejor lo ha conseguido, como quedó demostrado en esta misma producción cuando se presentó en el Liceu de Barcelona, es el destacado barítono italiano Pietro Spagnoli, quien desde su debut en el Municipal hace casi tres décadas en Il barbiere… ha regresado en otros roles rossinianos en óperas como La Cenerentola, L’italiana… e Il turco… De vuelta en el país tras cuatro años de ausencia, gracias a su talento como cantante y actor y sus años de experiencia, su Don Profondo fue insuperable y su versión del aria fue merecidamente ovacionada. Además, al término de cada función fue el cantante más aplaudido.

Los otros dos cantantes internacionales del elenco fueron los tenores, y ambos fueron un gran aporte: al igual que Spagnoli, de regreso en el Municipal luego de cantar en L’italiana… de 2019 con su debut en Chile como Lindoro, el español Juan de Dios Mateos fue un sólido Conte di Libenskof, que afrontó con seguridad y firmeza las exigentes notas agudas y agilidades que Rossini compuso para el noble ruso, mientras en su debut local el mexicano Edgar Villalva dejó una excelente impresión como el Cavaliere Belfiore, también muy seguro y desenvuelto en lo vocal y escénico.

Por su parte, tras su divertido Don Pasquale en octubre, Ricardo Seguel fue ahora un inmejorable Barone di Trombonok, y como el irascible Don Alvaro se lució el barítono Ramiro Maturana, quien venía de debutar en el Teatro de la Zarzuela en la ópera El caballero de Olmedo, donde ya pudo compartir escena con Mateos, en otro de los importantes compromisos internacionales que ha estado teniendo en los últimos años tras su exitoso paso por la Accademia de Milán.

Además del sólido desempeño de los solistas principales, en este Viaggio… hay que mencionar el muy buen aporte en los roles secundarios de los tenores Felipe Gutiérrez (Don Luigino) y Gonzalo Araya (en los papeles de Zeferino y Gelsomino), los bajo-barítonos Kevin Mansilla (Don Prudenzio) y Homero Pérez-Miranda (Antonio), las sopranos Javiera Saavedra (Maddalena) y Camila Guggiana (Delia) y la mezzo Camila Aguilera (Modestina). 

En conjunto, fue un espectáculo inolvidable, como quedó demostrado con el entusiasmo del público al terminar cada velada, aumentado cuando a partir de la segunda función y en medio de los aplausos finales todo el elenco hacía el bis del último y energético concertado, con Bortolameolli dirigiendo a la orquesta desde el escenario junto a los cantantes, ocasión que los dos tenores y algunas de sus colegas aprovechaban para coronar con alguna brillante nota sobreaguda. Se notó siempre que los artistas lo pasaban tan bien como nosotros los espectadores, conformando un debut chileno de Il viaggio a Reims para guardar por siempre en la memoria.

Escena final © Patricio Melo

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