La bohème en Nueva York
Junio 4, 2023. Uno de los últimos vestigios de la época dorada que se resiste a la oleada modernizante que sacude al Metropolitan Opera por estos días, la ultra-tradicional, grandiosa y taquillera producción de La bohème de Giacomo Puccini que firmara Franco Zeffirelli hace poco más de tres décadas regresó al escenario de la casa con una nueva serie de representaciones que incluyó una oferta vocal sólida y equilibrada.
A cargo del personaje protagónico, la soprano americana Susanna Phillips fue muy adecuada como la costurera Mimì por su voz lírica, de buen centro y agudos seguros e incisivos. En lo interpretativo, su composición fue ganando en calidad y expresión a medida que fue avanzando la noche, destacando particularmente en el aria ‘Donde lieta uscì’ y en el final, donde supo oscurecer su voz y fragilizar su canto, presagiando el avance de su enfermedad y su inevitable desenlace.
Perfecto como el poeta Rodolfo, Charles Castronovo le dio ideal réplica con un canto exquisito lleno de pasión, emoción y buen gusto. En un momento vocalmente excepcional de su carrera, el tenor neoyorquino alardeó de una voz de timbre varonil, espontánea, rica en armónicos, bien coloreada y flexible que manejó con una sólida técnica. Su entrega en la composición de su personaje fue total. En su escena final, junto a la moribunda Mimì, arrancó lágrimas y hubiese podido conmover incluso a una piedra. No se quedó atrás el barítono hawaiano Quinn Kelsey quien resultó un lujo desmedido como el pintor Marcello, parte a la que delineó con una voz generosa, bien proyectada, de muy grato color e inmaculada línea.
El resto de bohemios compañeros de piso no desentonaron. El barítono ucraniano Iurii Samoilov concibió un músico Schaunard bien entonado, pleno de vitalidad y simpatía. Mientras que el bajo polaco Krysztof Bączyk, muy correcto en general como el filósofo Colline, aprovechó la ocasión que le brindó la despedida de su abrigo en la breve ‘Vecchia zimarra’ para lucir autoridad y melancolía en su canto, así como graves cavernosos y de atractivo color. El único punto discordante de la distribución vocal lo dio la Musetta de la soprano americana Latonia Moore, quien con una voz mucho más pesada de lo habitual y en un rol que no le quedó en lo más mínimo, ofreció una apenas discreta composición de Musetta en la que abundaron los gritos.
Para su doble caracterización del casero Benoît y del viejo protector Alcindoro, el muy profesional barítono escoces Donald Maxwell recurrió a una buena batería de recursos histriónicos que dibujaron perfectamente composiciones sin caer en las caricaturas habituales. Los coros, tanto el de los adultos como el de los niños, preparados por Donald Palumbo y Anthony Piccolo, respectivamente, brillaron a más no poder.
Desde el foso, el director neoyorquino James Gaffigan hizo un buen trabajo en general, con un volumen orquestal más cuidado que en anteriores ocasiones y una mayor atención por no tapar a los cantantes. Su lectura, de buen ritmo y plena de contrastes, tuvo toda la tensión requerida, rico lirismo y cuidada concertación.
Apuesta segura de la casa, la legendaria y modélica producción del director de escena italiano Franco Zeffirelli, a pesar del paso del tiempo, sigue resultando tan atractiva y convocante como el primer día, gracias a una dirección de actores minuciosa y precisa, la espectacularidad de sus decorados y la riqueza de su despampanante vestuario. Un público muy heterogéneo, compuesto en su mayoría de turistas, aplaudió a más no poder cada vez que tuvo oportunidad e hizo una fiesta de la representación.