La Cenerentola en Barcelona
Mayo 18, 2024. Volvió tras bastante tiempo una de las obras maestras del Cisne de Pésaro, esta vez en una coproducción con la Ópera de Roma, donde nació el espectáculo dirigido por Emma Dante. Esta original artista consigue siempre atraer, aunque inevitablemente en sus trabajos haya repeticiones y caídas, y aquí la cantidad de figurantes y bailarines que al principio (desde la mitad de la obertura) crean un fuerte impacto estético, de buen gusto y “magia” poco infantil, casi todos convertidos en autómatas (como al final los tres “malos” del cuento, el padrastro y las hermanastras), terminan por cansar (en especial al final del segundo acto, cuando las pretendientes al trono se suicidan ante la fascinación que sobre todos ejerce la bella desconocida, no sin antes intentar asesinarla. Pero la acción se sigue bien, los personajes se comprenden (magnífico el Alidoro realzado por la presencia y el canto de Erwin Schrott, un lujo para la parte).
Se presentaba por primera vez en el rol titular la mezzo Maria Kataeva, que causó muy buena impresión. La voz no es grande, pero está bien emitida y tiene un buen color, buena extensión y, cuando llega su gran escena final, demuestra toda su capacidad y saca la artillería técnica completa, que había ido demostrando pausadamente desde el principio.
También estimable artista, aunque a veces su voz se perdiera en los conjuntos y diversos tríos, quintetos, etcétera porque el encomiable trabajo de Giacomo Sagripanti no siempre reguló bien las sonoridades, a lo que se suma que algunos instrumentistas no eran los de siempre. Tampoco el coro fue el habitual del Teatro, sino el Madrigal (dirigido por Pere Lluís Biosca).
Javier Camarena se apuntó un nuevo y legítimo triunfo con un excelente Ramiro en el que el dominio técnico pareció superior a la naturalidad del canto. Su gran aria del segundo acto tuvo tal vez el aplauso más cerrado y prolongado. Paolo Bordogna es un bufo de primera, aunque tal vez el espectáculo muy abierto, sus posiciones en el escenario, y cierta pesadez y volumen orquestal (bien visible en su última aria) no le permitieran lucirse como habría sido el caso.
Quien insistió en lucirse (una tendencia ya evidenciada en otras ocasiones) fue Florian Sempey en Dandini. Tiene buena voz y canta bien, pero exagera en los movimientos, en las coronas que terminan resultando previsibles y de no muy buen gusto, y eso no le impide vociferar al final del aria de entrada o cambiar de color y emisión de modo notable en el ataque del sexto ‘Questo è un nodo avviluppato’ del segundo acto.
De las hermanastras, la mejor y más musical fue la Tisbe de Marina Pinchuk. La Clorinda de Isabella Gaudí fue mejor actuada que cantada.
Cité al comenzar a Schrott. Contratarlo solo para el papel del preceptor es un lujo que estaría muy bien si pudiéramos tenerlo en otro título más acorde, por extensión e importancia, con sus capacidades y curriculum. Estuvo soberbio en su gran aria (el público no pudo esperar al final para aplaudir, como ocurrió también con Camarena), que canta curiosamente cada vez mejor, y en todos los números en que le tocó cantar resultó la voz más penetrante y poderosa (lógico, visto el repertorio), pero sobre todo destacó, incluso sin cantar o diciendo un simple recitativo, su carismática figura.
Después el Liceu busca otros bajos o bajo-barítonos para desempeños más comprometidos. Inexplicable. Teatro lleno y muchos y convencidos aplausos y caras de satisfacción.