La del manojo de rosas en Madrid

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Escena de La del manojo de rosas © Javier del Real

Noviembre 10, 2020. Triunfal retorno de la producción de La del manojo de rosas de 1990, con el barítono Carlos Álvarez interpretando, otra vez, el personaje de Joaquín.

Emilio Sagi recreó con esta propuesta escénica algunas de las señas de identidad de su trabajo, en donde la modernidad de lo clásico está en la esencia de la obra. Esta producción del Teatro de la Zarzuela tiene treinta años y, con el frescor del primer día, ha viajado por una decena de ciudades, de Roma a Sevilla, pasando por Barcelona, San Sebastián, Valladolid y París. En Oviedo se puso tantas veces que decidieron hacer una producción propia, obviamente firmada por Sagi y su equipo, que también ha resultado viajera (Bilbao, Bogotá) . Vista en esta quinta reposición en el teatro que la parió es de suponer, y desear, que puede continuar mostrándose al mundo sin ningún complejo. 

Pablo Sorozábal, el compositor de esta zarzuela, y sus libretistas (Francisco Ramos y Anselmo Cuadrado) crearon una estupenda comedia musical, nacida en unas coordenadas específicas (el republicano Madrid de 1934) sin desconectar con los sentimientos personales de toda la vida en casi cualquier lugar del mundo. 

Sagi, conocedor del género como pocos y maestro a la hora de ponerlas sobre el escenario, la limpia, pule y da esplendor de la mano de un equipo que funciona como maquinaria de relojería. La escenografía única (Gerardo Trotti) grandiosa y funcional sirve para todo y es puesta en valor con una adecuada iluminación (Eduardo Bravo). La coreografía (Goyo Montero) está en donde debe estar y el vestuario (Pepa Oranjuren) también da lo suyo a la propuesta, aunque convendría revisar la conveniencia de alguna prenda para los cantantes de turno. Sagi cumple este año 40 años de carrera y la reposición de este montaje podríamos tomarla como un homenaje a esas cuatro décadas de dedicación y compromiso con la lírica.

Carlos Álvarez y Ruth Iniesta © Javier del Real

También podríamos entenderlo como un homenaje al barítono Álvarez, que hace 30 años, con esta producción, fue catapultado a los escenarios internacionales de los que continúa siendo habitual. Su interpretación de Joaquín fue un dechado de virtudes: belleza en el timbre, emisión espléndida y un equilibrado fraseo, siempre noble y limpio. A nivel actoral se desenvuelve con soltura, pero es verdad que cuesta creerse que, en escena, se trata de joven de veinte y pocos años. 

La noche del estreno, tras su ‘Madrileña bonita’, el público aplaudió tan intensamente que la representación se detuvo por casi cinco minutos. La soprano Ruth Iniesta también se anotó un gran éxito como Ascensión. La zaragozana ha transitado con armonía desde una soprano ligera a retos vocales de mayor calado lírico. Si en la última reposición de este montaje, en 2014, se hizo notar como Clarita, ahora asume con total derecho y personalidad la parte de Ascensión. Su voz muestra un centro redondo, bien trabajado, y su interpretación emociona con matices personales. En la romanza ‘No corté más que una rosa’ utiliza los reguladores con inteligencia e intención. 

El tenor Vicenç Esteve, como Ricardo, dio muestras de conocer el repertorio. A su voz, bien emitida y homogénea, se le suma un buen hacer actoral. Su personaje tiene más profundidad que esa epidérmica antipatía en la que es encasillado a primera vista, y Esteve supo sacarle partido. 

La pareja formada por Clarita y Capó estuvo interpretada por Sylvia Parejo y David Pérez Bayona, actores-cantantes más en estilo del musical, transmitieron chispa y frescura aliñadas con las vistosas coreografías. Ambos cantantes han participado en el “proyecto Zarza” y son magníficos profesionales, pero el canto lírico aún les queda lejos y, al estar al lado de voces de la magnitud de Álvarez e Iniesta, simplemente son anulados. El actor Ángel Ruiz continúa la senda de quienes le precedieron en la interpretación, espléndida, del ridículo y pomposo Espasa. 

Fue un lujo contar con Milagros Martín, la Ascensión del estreno de esta producción y una reina en el género, como la Doña Mariana, madre de Joaquín y clienta de la florista. Es un personaje de actriz al que Martín le sacó todo el jugo posible. Igual que el de Don Daniel, bien delineado por Enrique Baquerizo, otro veterano cantante y conocedor de los ingredientes que debe tener una zarzuela. Con esto me refiero a todos esos pequeños personajes que deben ser de excelente factura para que la representación no tenga un “talón de Aquiles”. Aquí los parroquianos, los obreros, el inglés, el camarero y hasta el del mantecado hacen, dicen y se mueven con naturalidad, al igual que los bailarines, insertados de tal manera que forman parte esencial del trajín propio de la calle en la que están el taller, la floristería y la cafetería.

Guillermo García Calvo, al frente de una Orquesta de la Comunidad de Madrid, mostró el rigor y la efectividad de un catalizador entre foso y escenario. El número de músicos no pasó de 25 efectivos, pero no nos rasguemos las vestiduras. Es probable que en el estreno de la zarzuela, en el Teatro de Fuencarral, la orquesta no fuera mucho mayor. García Calvo consiguió dar el toque justo de lirismo por aquí, de ligereza por allá, y hasta de nostalgia en acuyá. El sainete estuvo tan excelentemente servido que en la recoleta plaza de la fachada principal hubo una manifestación de trabajadores del INAEM, organismo del que depende el Teatro de la Zarzuela, reivindicando sus derechos ante ciertas arbitrariedades, según denunciaban en pancartas y a grito vivo.

Así es Madrid, una ciudad golpeada duramente por la pandemia y en la que un extraño equilibrio entre tensiones de fuerzas políticas antagónicas, la responsabilidad ciudadana y el compromiso del sector cultural, mantiene abiertos los espacios culturales y deportivos, los mejores remedios para el golpe emocional que supone esta horrible realidad. De paso se demuestra que, cumpliendo protocolos sanitarios, la cultura es segura.

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