?? La fille du régiment en Bellas Artes

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Javier Camarena celebró el 15 aniversario de su debut en Bellas Artes con el mismo rol que cantó por primera vez en 2004

Antes
Los días 21, 25 y 28 de noviembre de 2004, la Ópera de Bellas Artes presentó como título añadido de última hora para concluir su temporada tres funciones de La fille du régiment (1840) del compositor Gaetano Donizetti (1797-1848) con libreto de Jean-François-Alfred Bayard (1796-1853) y Jules-Henri Vernoy de Saint-Georges (1799-1875), basado en una obra de Carl Gollmick (1796-1866).

La particularidad de aquellas presentaciones, además de que representó el estreno de esa comedia donizettiana en el Palacio de Bellas Artes, consistió en que el trío de cantantes protagonistas que daría vida a Marie, Tonio y Sulpice eran jóvenes casi desconocidos en el ambiente operístico, de no ser porque meses antes la soprano Rebeca Olvera, el tenor Javier Camarena y el barítono Josué Cerón habían triunfado en la XXII edición del Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli.

Esa decisión del entonces director artístico de la Ópera de Bellas Artes, Raúl Falcó, se recibió con interés y cierto entusiasmo por un sector de nuestra comunidad lírica, ante la posibilidad de conocer nuevos talentos; pero otras facciones la miraron con escepticismo, ánimo quejoso o franca desaprobación por no optar por cantantes ya probados, de renombre, que hacían fila por una oportunidad de trabajo y escenario en esa institución. “Elenco de conservatorio”, llegaron a decir los más radicales.

Sobre aquellas funciones, escribí en Pro Ópera: “Resulta insoslayable la necesidad de apoyar a los nuevos valores artísticos de nuestro país que requieren la oportunidad y los foros adecuados para demostrar sus respectivos talentos ante el público, lo cual nos llevará, seguramente, a un desarrollo cultural del que todos podamos sentirnos satisfechos. En otras palabras, brindar la alternativa a jóvenes capaces, como en esta ocasión, no equivale a cerrar las puertas a los cantantes que llevan más tiempo intentando despegar su carrera profesional”.

El balance vocal de los tres jóvenes protagonistas en mi crítica —pequeños detalles a pulir al margen— fue muy positivo. De Rebeca Olvera quedó subrayada la agilidad de su voz, su desenvolvimiento escénico, y la brillante proyección de su instrumento por el teatro; de Josué Cerón fue destacada la confiabilidad de su canto, su mesura, y su exactitud vocal e histriónica. De Javier Camarena expresé que “lució gracias a un canto sólido, de agudos completamente aprehendidos y de emisión redonda y cálida. Otro cantante mexicano que ya se vislumbra podrá inscribirse en el panorama tenoril internacional”.

En las páginas de Pro Ópera incluimos también entrevistas —y si fueron las primeras, no serían las únicas— con aquellos jóvenes que buscarían abrirse paso en el mundo lírico. Spoiler: lo lograron y, con vertientes propias, cada uno de ellos tiene una historia de triunfo para contar y ya muchos se la saben a partir de ese punto. La celebran y la comparten gozosos.

Pero apostar por ellos en aquel momento, aquilatar su valor operístico antes del reconocimiento, fue ir contra la corriente. 

Varios minutos de vítores y aplausos hicieron que Javier Camarena bisara parte del aria que lo hizo famoso: ‘Ah! mes amis, quel jour de fête!’

Ahora
Es por ello que entre lo más llamativo de las funciones celebradas los pasados 13 y 16 de febrero de 2020 en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, ocasión en la que La fille du régiment volvió a presentarse con el mismo elenco protagónico como una celebración de 15 años al tenor Javier Camarena, puede citarse el entusiasmo efervescente del público operístico mexicano, que se expresó en boletaje agotado, culto institucional y mediático, admiración genuina por el bel canto, interminables loas e incluso fanatismo en redes sociales.

Con una trayectoria desarrollada y reconocida en prestigiosos teatros internacionales y su merecida fama como tenor belcantista, Javier Camarena fue adorado por su público, aquel que lo vio surgir y marcharse en busca del aplauso global, en un emotivo acto de comunión, en la que él ofreció su infaltable artillería de agudos y una desternillada presencia cómica. Además, no sólo cantó con fuelle ‘Ah! mes amis…’, su aria insignia, sino que bisó la sección ‘Pour mon âme’, que siguió aumentando el contador de Do’s, en rigor emitidos de manera más pura que la primera vez, en la que se le deslizó un talloncito.

Las risas y los aplausos salpimentaron la función del jueves 13, de manera consagratoria para Camarena en su tierra, lo que por diversas circunstancias no todos sus colegas actuales o pasados pueden presumir.

Y por si fuera poco el contenido de esa fiesta ritual, el tenor estuvo en todo momento feliz y amparado por el talento de sus amigos: con la Marie de Olvera que en términos de canto en sentido amplio marcó la noche con musicalidad, estilo y refinado fraseo; el Sulpice del barítono Cerón vocal y escénicamente en riguroso equilibrio; y la dirección musical de Iván López Reynoso, cuya batuta rindió la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes a tono del festejo y el festejado. 

Sin olvidar al resto del elenco, en el que se encontraron María Luis Tamez (Marquesa de Berkenfield); Arturo López (Hortensius); José Luis Reynoso (Caporal); Efraín Corralejo (Campesino); y doña Florinda Meza (Duquesa de Crakentorp).

En la función del domingo 16 de febrero ocurrió la apoteosis: no sólo Javier Camarena volvió a bisar, sino que en un ambiente festivo incontenible también Rebeca Olvera bisó su aria ‘Il faut partir’, inscribiendo el momento directamente en la historia del Teatro del Palacio de Bellas Artes, pues en sus 85 años de existencia jamás había ocurrido algo así: bises de dos cantantes, consecutivos, y en un solo acto.

Después
Pasado el tiempo, se recordarán sin duda los momentos vibrantes de una interpretación musical coronados y agradecidos hasta las lágrimas. Un paroxismo provocado por la voz de Javier Camarena en plenitud, su simpática presencia y, asunto no menor para mucha gente, la aureola de su éxito lírico más allá de los muros nacionales.

Y tal vez, ojalá no, se mantendrá en la memoria histórica que el par de funciones de esta ópera de Donizetti, tan emblemática en la carrera vocal de Olvera, Camarena y Cerón, y con la que la Ópera de Bellas dirigida por Alonso Escalante Mendiola arrancó su Temporada 2020, sólo tuvo una puesta en escena a medias.

Y que la dirección de concierto semiescenificado a cargo de César Piña no estuvo regida por un concepto estético sino por la gloria efímera del pastelazo y se pudo entender, más bien, como una La fille du régiment, bootleg version, que confundió la comedia con lo infantil, el homenaje con la genuflexión y el guiño hacia el público y los participantes con el fan service. Un batidillo al que no le faltarían defensores por coincidencias de códigos postales ni críticas más desilusionadas que aguafiestas.

Y no se olvidará tampoco que la Ópera de Bellas Artes, presta siempre a los homenajes, cosechó un cúmulo de aplausos engarzada como institución al aura de un cantante, de una potencia vocal, y no a la idea que armoniza todas las artes en un fenómeno mismo y cuyo montaje es su razón de ser. Pero, probablemente, dicho recuerdo se diluya para seguir hablando de los hijos del regimiento, sus metas conquistadas y las fiestas rituales que las celebraron y de las que todo el mundo operístico en México quiso ser parte.

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