La Gioconda en Verona
Octubre 23, 2022. La actividad compositiva de Amilcare Ponchielli se sitúa entre los primeros éxitos de Giuseppe Verdi y los albores musicales de los compositores de fin de siglo. Entre las 12 óperas que compuso, es sin duda La Gioconda la que alcanzó inmediatamente el mayor éxito, gracias a su mezcla de novedad y tradición: es la colaboración con el libretista Arrigo Boito, más que nunca inspirado y algo refinado en el lenguaje, la que estimuló la atención por las soluciones dramatúrgicas inusuales.
Ponchielli hizo uso de la lección de Verdi —de tener siempre presente la palabra— y puso música de forma inteligente a los elaborados versos del poeta. La ópera faltaba en Verona desde 2005, cuando se representó en la Arena: en esta ocasión llega por primera vez al Teatro Filarmónico con una producción globalmente exitosa.
La compañía de canto es bastante homogénea y muestra que ha asimilado bien los requisitos de una partitura especialmente compleja. La protagonista Monica Conesa destacó especialmente por su temperamento y su eficaz presencia escénica, aunque tuvo algunas dificultades en la zona baja de su voz. Su actuación fue apreciada por sus intenciones expresivas y el gran carácter que imprimió al canto y a la interpretación escénica.
También Angelo Villari cuenta con un instrumento sólido que se adapta a la pasión de Enzo Grimaldo. El control de la emisión y las variadas intenciones expresivas hicieron que su actuación fuera convincente y apasionada. Igualmente eficaz fue el Barnaba de Angelo Veccia, un sólido cantante y certero fraseador, capaz de reinterpretar el papel de villano con personalidad. Agnieszka Rehlis estuvo muy convincente, prestando su voz de bello timbre, realzada por una firme atención a la emisión y un preciso control de la palabra escénica, a Laura Adorno. Agostina Smimmero fue una Cieca de profunda habilidad. Los tonos oscuros, de rara belleza de contralto, y su delicado canto hizo plena justicia a las implicaciones emocionales de la mujer.
Igualmente convincente estuvo Simon Lim que, en el papel de Alvise Badoero, sacó a relucir una línea de canto cuidada y una respetable caracterización del dux veneciano. Al frente de las cuerdas de la narración estuvo Francesco Omassini, un concertador que, aunque no imprimió una marcada personalidad a la lectura, mostró convicción y precisión, junto con una encomiable visión de conjunto que se benefició de una correcta interpretación libre de efectos de dudoso gusto. La Orquesta de la Arena de Verona hizo todo lo posible por cumplir los deseos del director de orquesta, demostrando cohesión y suficiente preparación. También fue válida la aportación del coro de la fundación, preparado por Ulisse Trabacchin, y cabe destacar la buena actuación del Coro de Niños de la A.LI.VE., dirigido por Paolo Facincani.
La puesta en escena concebida por Filippo Tonon, que se encargó de la dirección, la escenografía y el vestuario (junto con Carla Galleri), trasladó la acción a los años en los que se compuso La Gioconda: un cierto extrañamiento es natural, sobre todo teniendo en cuenta la decadencia de Venecia, ahora alejada de los esplendores de la Serenísima. Si el impacto visual fue en todo caso bastante tranquilizador, con elementos típicos de la tradición, la realización adoleció de una falta de credibilidad, e hizo poco convincente la trama y amortiguó algunos de los efectos grandiosos típicos de esta obra. La puesta en escena tuvo, sin embargo, el mérito de saber manejar y mover bien a las masas, ofreciendo una mirada exitosa y apreciable. Al final de la representación, el aplauso fue unánime para todos los intérpretes y productores.