La porta divisoria y El castillo de Barbazul en Trieste

Isabel De Paoli y Andrea Silvestrelli en El castillo de Barbazul en Trieste © Fabio Parenzan

Junio 14, 2024. Concluyó con un díptico la temporada lírica del Teatro Verdi: en escena La porta divisoria de Fiorenzo Carpi y El castillo de Barbazul de Béla Bartók. 

De La porta divisoria las noticias están ligadas a los documentos conservados en el archivo del Piccolo Teatro di Milano, porque a la obra está vinculada la figura del Giorgio Strehler, nativo de Trieste, como libretista. En efecto, a este acto único están unidos dos personajes de la ciudad giuliana, Victor de Sabata, quien comisionó la ópera cuando fue director artístico de la Scala de Milán, y el conocido director de escena del teatro Piccolo, quien, a pesar de haber abandonado la ciudad a la edad de seis años, mantuvo toda su vida la cadencia del dialecto triestino.

Fiorenzo Carpi no terminó nunca la ópera, y de los cinco cuadros previstos, compuso cuatro, dejando así incompleta la obra. Las motivaciones y explicaciones al respecto son varias, pero una vez visto el espectáculo, convencen mucho. Las afirmaciones de Alessandro Solbiati, que, al meter mano a la composición del final observó que probablemente Carpi fue obstáculo del texto de Strehler porque, según escribió, “he revisitado parcialmente eliminando algunas fórmulas que parecen anticuadas, un poco prolijas y más adecuadas para un ‘teatro de palabras’ al que Strehler estaba ciertamente más acostumbrado, que para el teatro musical, especialmente el de la actualidad”. 

Los artistas cantan poco: declaman, actúan con la música, una verdadera singularidad; Gregorio, el protagonista, se asoma por uno de los palcos del teatro y se expresa distante a la escena. La ópera se inspiró en la Metamorfosis de Franz Kafka, y es indudablemente un homenaje al gran escritor de Praga, pero se aparta de ella por un hecho innegable en la puesta en escena: la cucaracha, en la que Gregorio se convierte de repente, nunca se muestra al público. Lo ven sus familiares, las sirvientas y los invitados, representando horror, pero nunca se verá al insecto que el escritor describe en detalle. 

Franz Kafka vivió poco tiempo, empleado en la Assicurazioni Generali en Trieste, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, y fue precisamente su presencia en su ciudad natal lo que convenció a Strehler de elegir su obra más conocida, donde el protagonista, Gregor Samsa, se convierte en una cucaracha, pero en el fondo sigue siendo un hombre que no logra comunicarse más con el mundo. 

Escena de La porta divisoria de Fiorenzo Carpi en Trieste

La puesta en escena de Andrea Stanisci es el interior pequeñoburgués, un ambiente considerado un lugar de marginación, estrecho y conformista, según el pensamiento dominante de los años 50 del siglo pasado, más cercano al mundo de Kafka que un elemento de incomunicabilidad. Un velo divide la escena del público, un velo sobre el que se abre una puerta que debe permanecer cerrada y que Gregorio no debe cruzar. Pero esto sucederá y ello será su fin. 

Gregorio fue interpretado por Davide Romeo; su padre Alfonso fue Michele Ciulla; su madre fue Simone van Seumeren; la hermana, Antonia Salzano; el jefe de Gregorio fue Davide Peroni; los internos, Oronzo D’Urso y Giordano Farina; las criadas, Federica Tuccillo y Claudia Floris. 

Dirigió la Orchestra del Verdi el maestro Marco Angius, y la dirección escénica fue de Giorgio Bongiovanni. Las iluminaciones de Eva Bruno dieron vitalidad al espectáculo y a la música de Carpi y Solbiati recuenta un siglo XX difícil, doloroso e inquieto. El público aplaudió el montaje creado en 2022 para el Teatro Lirico Sperimentale de Spoleto, la única ocasión en la que ha sido posible ver esta obra, además de Trieste, porque no se había montado anteriormente. 

La segunda parte de la velada fue dedicada a El castillo de Barbazul, cuya leyenda está basada en el cuento de Charles Perrault de 1697, empleada en varias óperas, incluidas las de André Grétry (Raoul Barbe-bleue, de 1789), Jacques Offenbach (Barbe-bleue, de 1866), Claude Debussy (Pelléas et Mélisande, de 1902) y Paul Dukas (Ariane et Barbe-bleue, de 1907). 

La versión de Béla Bartók y del libretista Béla Balász (de 1918) fue utilizada por el director de escena Henning Brockhaus, quien la define como un mundo de emociones sin lógica, surrealista: “Barbazul habla de torturas que no se hacen, horrores que no se ven, mujeres que se creen muertas y que sorprendentemente están vivas. El monstruo bueno las mata metafóricamente, es alguien que ha terminado con la vida”. 

En un ensayo, Enrico Giraldi escribió “Todo esto —la organización estructural, el lenguaje musical plegado a la descripción de contenidos simbólicos— confieren a la obra de Bartók un altísimo grado de teatralidad, pero no explica por qué el compositor húngaro se sintió tan atraído por el tema que le propuso Balász. Ciertamente, es un tema de gran actualidad en aquellos años de vivo y profundo interés por el alma humana y por las pasiones y perversiones que la atraviesan. Entre las diferentes interpretaciones posibles de la historia de Barbazul, además de la homosexualidad y la impotencia, parece sugerente la que motiva el deseo de dejar una distancia entre sí y la propia realización femenina». 

Los vestuarios de Giancarlo Colis fueron asombrosos: los cuatro colores de las mujeres, suaves y en tonos pastel, representan el amanecer, el mediodía y la noche… el rojo fuego de la protagonista Judith, que eventualmente se convertirá en la mujer de la noche, con todas las sutilezas que se pueden imaginar. El duque lleva un abrigo de cuero, que enfatiza su carácter sombrío, incluso imponente en su aspecto físico. 

Las escenas representan el castillo del horror, tal y como lo describe la música: los rayos de luz, las proyecciones, las imágenes, la sangre que gotea de las paredes, el agua que cae, los diamantes y los sonidos de fondo producidos por la orquesta, en un conjunto es un drama apremiante. 

El duque de Andrea Silvestrelli y Judith, interpretada por Isabel De Paoli, fueron extraordinarios. Sus voces son adecuadas para los papeles que están llamadas a evocar: él áspero, pero no brutal; ella apasionada y curiosa. No abras las siete puertas, le pide el duque, pero la mujer llegará hasta el final. Cada puerta abierta es un desarrollo musical en sí mismo, desde la sala de tortura hasta la de los horrores, pero también la de las flores y los tesoros, hasta la última en la que se encierra a las mujeres de la vida del monstruo, a las que Judith, deseosa o no, en ese punto se agregará. 

Al triste comienzo le sigue un crescendo en el que se refuerzan los alientos desde el foso. La música no deja de ser dramática e inquietante. Aquí también el director fue el maestro Marco Angius, quien exaltó plenamente, con una orquesta en gran forma, la obra de Béla Bartók. La obra en un acto se abrió con la presencia en escena de un bardo, interpretado por Maurizio Zacchigna. El público aplaudió al final con convencimiento a los intérpretes, como también a la estructura general del espectáculo. 

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