La traviata en Bari

Escena de la producción de La traviata de Hugo de Ana en el Teatro Petrucelli de Bari © Clarissa Lapolla

Diciembre 18, 2022. Ésta es una de las obras más populares del género, que el público operómano conoce hasta el hartazgo. ¿Es entonces necesario leer otra crítica con un elenco sin grandes estrellas? La respuesta es un contundente , si el lector va por la obra y no solo por los nombres de los cantantes. No se trata de ponerse a menospreciar a los cantantes, aunque hoy en día el sistema de estrellas oscurece el hecho que muchas de las así llamadas “estrellas” no cantan tan bien como los que no lo son.

Habiendo ya establecido este hecho, el Teatro Petruzzelli de Bari se vistió de gala para la premiere de esta Traviata, en una lujosisima producción de Hugo de Ana, quien se ocupo de todo: régie, vestuario y escenografía, con resultados variables. 

Nino Machaidze fue Violetta: una figura dominante, cómoda en su palacio parisino, mezclándose con las parejas dadas al placer, el champagne y la lujuria. Fue una Violetta que se sentía a gusto en su mundo, sexy, que sabía lo que hacía y lo hacía bien. No fue ésta una figura dominada por deseos de tener una vida “normal”; no había excusas ni arrepentimientos. Pasó de la cortesana pública a la cortesana en privado que, cuando escuchó la voz de Alfredo desde afuera de su ventana, reaccionó casi con impaciencia: ‘Ah! fors’è lui che l’anima’ fue como una intrusión en el mundo que conocía tan bien. 

Nino Machaidze (Violetta) y Celso Albelo (Alfredo) en La traviata en Bari © Clarissa Lapolla

Una vez llegado el segundo acto, se encontró en un mundo que no conocía, y cuando se enfrentó a Giorgio Germont, no supo qué hacer: se defendió bien, pero sin las armas suficientes. Estalló ese ‘Amami, Alfredo!’ que el director Giacomo Sagripanti preparó con una orquesta trágicamente brillante, como si fuese una ceremonia de sacrificio (que lo fue). Su transición a la moribunda figura en el último acto fue también una página nueva en esa vida que la estaba llevando a terrenos desconocidos. La Machaidze unió sin problemas los tres registros requeridos para Violetta, luciendo una segura coloratura y agudos en el primer acto, un cálido y bello registro lírico en el segundo, y más dramatismo en su gran acto final. Dada la calidad de la dirección de cantantes, es casi seguro que la Violetta de Nino Machaidze fue una creación de la cantante.

A su lado estuvo un cantante español con todo lo bueno que la escuela de canto española tiene que ofrecer: una emisión segura, limpia, de voz clara y agudos nítidos. Celso Albelo no tendrá la figura ideal, pero sí la postura del joven seducido. Pero la figura de la noche (cuando el público estaba siguiendo la final de futbol con teléfonos silenciados) fue sin duda Vladimir Stoyanov como Giorgio Germont: un cantante en la plenitud de sus medios, con una voz bella y fraseo excelente. Vocalmente fue un verdadero hallazgo. Fue una pena que De Ana no se hubiera ocupado de darle mejores indicaciones escénicas, pero Stoyanov superó estas deficiencias de marcaje con un canto de excepción. 

Un elenco más que correcto destacó el Gastone de Saverio Fiore y el dottor Grenvil de Dongho Kim: una voz prometedora. Muy en papel estuvo Daniela Innamorati como Flora y Margarita Pugliese como Annina. La otra gran figura de la noche fue el director concertador, que tomó la partitura y le sacudió el polvo dándole vida, cambios de velocidad, con rubato y, así, lo que pudo haber sido “otra Traviata más”, se convirtió en una excelente función con muy buenos cantantes y, gracias a Dios, sin estrellas. El Teatro Petruzzelli ha reecontrado su lugar entre los prominentes de Italia.

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