La traviata en Los Ángeles

Rachel Willis-Sørensen como Violetta en La traviata de Giuseppe Verdi con la Ópera de Los Ángeles © Cory Weaver

Abril 24, 2024. La tercera ópera de la llamada “trilogía popular” de las obras maestras de Giuseppe Verdi (después de Rigoletto e Il trovatore) es La traviata, cuyo estreno ocurrió el 6 de marzo de 1853 en el Teatro La Fenice de Venecia. Sin duda, es considerado hoy en día como su título más popular, entre otras cosas, por su riqueza e inventiva melódica y su vocalismo expresivo, que están tan estrechamente ligados a la conmovedora y trágica historia de amor. 

Lo cierto es que esa popularidad quedó de manifiesto con el reciente montaje que realizó la Ópera de Los Ángeles, y que me hizo recordar que en el periodo postpandemia, este ha sido el espectáculo al que ha asistido la mayor cantidad de público y todas las butacas del enorme teatro Dorothy Chandler Pavilion se vieron nuevamente ocupadas. ¿Será acaso una consecuencia de que el público decidió volver al teatro a presenciar obras en vivo o será un por esta ocasión debido a la presentación de esta obra, que había estado ausente de este escenario desde la temporada 2019?

Lo cierto es que las obras que se considerarían como clásicas nunca dejan insatisfecho a nadie, y quizás sea una fórmula para recuperar al público en muchos teatros, que a nivel internacional aún padecen las secuelas de un periodo de inestabilidad y baja afluencia. Por lo pronto, después de La traviata, la LA Opera ofrecerá como ultima ópera de su temporada Turandot de Puccini, otra obra popular y muy apreciada, que ha estado ausente de este teatro por más de 20 años. 

Para esta Traviata se recurrió a la producción de la Ópera de San Francisco, estrenada a finales de 2022. Los diseños escénicos, con elegantes y coloridos vestuarios de Robert Innes Hopkins e iluminación de Michael Clark, y bajo la dirección escénica de Shawna Lacey, son respetuosos de lo que dicta la historia y están apegados al libreto. Se agradece el amplio espacio para el libre y fluido desplazamiento del coro y los solistas, que sitúa la acción en el interior de un opulento salón en el primer acto, en un enorme jardín en el segundo —y de nueva cuenta en otro enorme salón con brillantes y abigarradas paredes e inmobiliario rojo para la segunda escena, en la fiesta de Flora—, y de nueva cuenta en el salón inicial, ahora transformado en una austera habitación y el lecho de muerte de Violetta en el tercero y último acto. 

Cuando fue estrenado este montaje, se mencionó que la intención del teatro de San Francisco era volver a sus orígenes y contar con una producción que pudiera ser repuesta y utilizada en diversas temporadas futuras. Por ese lado, la parte escénica estuvo bien cubierta. Sin embargo, las dimensiones del montaje ocasionaron que hubiera dos largos intermedios, haciendo que la función se prolongara hasta tres horas y media de duración, como aquí sucedió. Además, la directora Lacey quiso dejar su marca, haciendo resaltar el erotismo y la sensualidad en la historia, con una relación más íntima y cercana entre los dos principales protagonistas, un detalle poco visto en otros montajes donde existe cierta distancia entre ellos; y en el primero y en el tercero, resaltó escénicamente la depravación y perversión que se vivía en la sociedad y fiestas del demi-monde parisino, con momentos de travestismo y sadomasoquismo que, sin entrar en términos moralistas, parecen no aportar nada a la trama.

La parte vocal estuvo bien llevada por los cantantes elegidos para la ocasión, como la soprano Rachel Willis-Sørensen, quien dejó una grata impresión el año pasado en Los Ángeles como Desdemona en Otello, y que volvió para personificar a la cortesana Violetta de manera convincente. En escena se mostró envuelta en la piel del personaje, que vivió y actuó con intensidad, además de gracia y desenvoltura. Vocalmente, posee una refinada y grata paleta de colores que sabe enfocarla de acuerdo con el estado de ánimo o las situaciones de tensión y zozobra por los que atraviesa el personaje, además de ser cadenciosa y ágil. La proyección y la densidad de su voz, sin embargo, fueron puntos que le jugaron en contra y, en el primer acto, mostró inseguridad y cautela en la emisión de sus agudos durante, y sobre todo al final de su cabaletta ‘Sempre libera’. Su desempeño durante el resto de la función fue dramática y vocalmente satisfactorio. 

El tenor armenio Liparat Avetisyan (Alfredo) y Violetta © Cory Weaver

Como Alfredo Germont, el tenor armenio Liparit Avetisyan tuvo un desempeño poco uniforme. Posee unas cualidades indudables en cuanto a su voz y el color de su timbre, pero mostró por momentos escasa proyección, lo que dificultó que su voz se escuchara sobre la masa orquestal. Su cometido vocal fue creciendo en intensidad y terminó escuchándosele un timbre robusto y viril. Escénicamente, sobreactuó en los momentos de ira y furia que vive su personaje, como en el final del segundo acto y durante el tercero, pero en general es un artista que sabe cumplir con su parte y que será interesante escuchar en más ocasiones.

Por su parte el barítono coreano Kihun Yoon mostró un brillante color, recio, pujante, pero también capaz de maravillar con los casi imperceptibles pianissimi que regaló en el aria ‘Pura siccome un angelo’ y en su dueto con Violetta en el segundo acto. Lamentablemente, por su evidente apariencia juvenil, ni la vestimenta, ni el maquillaje, ni su rigidez sobre el escenario le ayudaron parecer un mayor y creíble Germont padre. 

Correctos estuvieron el resto de los personajes que interpretaban los papeles menores, como la mezzosoprano Sarah Saturnino, elegante y seductora Flora, el bajo-barítono Patrick Blackwell como el Barone Duphol; el tenor Julius Ahn como Gastone, el bajo Alan Williams como el Dottore Grenvil, el barítono Ryan Wolfe como el Marchese d’Obigny, y la mezzosoprano canadiense Deepa Johnny en el breve papel de Annina; la mayoría de ellos forman parte del estudio de jóvenes artistas del teatro.

No se puede dejar de mencionar el desempeño del coro del teatro que dirige su titular Jeremy Frank, y el de la orquesta, que extrajo momentos de intensidad, emoción y vigor de la partitura, bajo la lectura segura y apasionada de su titular James Conlon, quien desde la obertura pareció ir cincelando lentamente la suntuosa partitura hasta terminar emocionando al público y dándole un lugar preponderante a los músicos de la orquesta. El veredicto, aprobación y beneplácito del público presente que aplaudió intensamente, festejó cada intervención de los artistas y disfrutó de la función. En los negocios se dice que el cliente siempre tiene la razón; en el teatro, y en especial el día de hoy, el público al final fue el que tuvo la razón.

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