Cavalleria rusticana y Pagliacci en Milán

Escena de Pagliacci de Ruggero Leoncavallo en el Teatro alla Scala de Milán © Brescia e Amisano

Abril 28, 2024. Volvió a la Scala el que probablemente es el díptico más famoso en la historia de la ópera: Cavalleria rusticana y Pagliacci. 

Cabe recordar que las dos óperas no nacieron para ser representadas juntas. Cavalleria rusticana, en un acto único de Pietro Mascagni, se estrenó en el Teatro Costanzi de Roma en 1890, mientras que Pagliacci de Ruggero Leoncavallo, se estrenó dos años más tarde en el Teatro dal Verme de Milán. Los dos títulos, quizás los más representativos de la ópera verista italiana, aparecieron por primera vez juntas en 1893 en el Metropolitan Opera de Nueva York y desde entonces han viajado felizmente como pareja. 

El Teatro alla Scala recuperó el afortunado montaje curado por el director de escena Mario Martone (repuesta de manera óptima por Federica Stefani) y que fue visto por primera vez en 2011 con Daniel Harding y repuesto en 2015 bajo la conducción de Carlo Rizzi. Martone reclama Cavalleria rusticana de todas las convenciones óleográficas y estereotípicas que han caracterizado sus puestas en escena desde siempre. Sobre un escenario casi desnudo (con solo sillas, un altar y un gran crucifijo), Martone propuso una representación a la mitad del camino entre lo sacro y lo profano, en la cual el drama se desarrolla en un clima de tragedia griega, con el coro sentado en sillas (también de espalda al público) que asiste al espectáculo siendo parte integral de él. 

Martone ve a Cavalleria rusticana como una ceremonia ritual con un final ya escrito, en el que nadie puede cambiar el orden de los eventos: un verdadero descenso a los infiernos; a la vez, más realismo se encuentra en Pagliacci, ambientado en un lugar olvidado por Dios por debajo de un viaducto de coches, entre caravanas, malabaristas y artistas callejeros, y en medio de la degradación y la suciedad. Es en este microcosmos de desheredados que se consuma el drama con los fuertes tintes que bien se conocen. Martone estuvo atento a trabajar sobre los personajes, buscando siempre la relación directa entre la emoción y el público, sin filtros. 

Desafortunadamente, la batuta de Giampaolo Bisanti desilusionó, tan interpolada en una tradición interpretativa no siempre propensa a cincelar, entre artificios sonoros tendientes al efecto (que sin embargo no fue vulgar) y un peso orquestal por momentos exagerado. En honor a la verdad, basta sin embargo reconocerle un paso teatral convincente. 

Irina Lungu (Nedda) y Amartuvshin Enkhbat (Tonio) © Brescia e Amisano

¡El elenco fue de nivel notable! Y cómo no iniciar escribiendo de Amartuvshin Enkhbat, el único miembro del elenco en cantar en ambas óperas, como Alfio en Cavalleria y como Tonio en Pagliacci. El barítono mongol dominó un verdadero caudal de voz, que logró, sin embargo, disminuir, cuando ocurre, en frases muy sutiles y suaves. No mostró solo el músculo, sino que supo modular su voz fraseando con gran musicalidad. Hoy, su potencia vocal es fuera de lo común, verdaderamente impresionante, pero también su dicción y su acento se están refinando constantemente, poniéndolo al vértice mundial entre los barítonos de nuestro tiempo. Memorable fue su “Prólogo” de Pagliacci, un gran momento de canto hecho con energía, temeridad, pero también con sutileza, con el uso de medias voces prácticamente perfectas gracias a una impostación vocal de primer orden. 

Saioa Hernández (que sustituyó de última hora a la indispuesta Elīna Garanča) personificó a Santuzza, la protagonista femenina de Cavalleria rusticana. La soprano madrileña cantó con pasión, mostrando un registro vocal homogéneo en toda la gama, con un color cautivante y un acento ardiente. Su Santuzza convenció también escénicamente. A su lado, Brian Jadge, como Turridu, mostró sus indudables cualidades de tenor dramático, exhibiendo un squillo fuera de lo común, un acento ardoroso y agudos muy seguros y plenos. Su ‘Addio alla mamma’ fue un momento de gran electricidad y conmoción.

Francesca di Sauro personificó una Lola irónica y sensual con timbre persuasivo y fraseo adecuado. Elena Zilio, en lo más alto de su muy larga carrera y experiencia, esbozó una Mamma Lucia de antología; cada palabra, y cada frase de su canto sonaban penetrantes y estilizadas. 

Brian Jagde (Turiddu), Saioa Hernández (Santuzza) y Francesca di Sauro (Lola) © Brescia e Amisano

En la ópera de Leoncavallo, Nedda fue interpretada por Irina Lungu, quien dio una prueba convincente en lo vocal y actoral. Su voz lírica, vibrante y matizada pareció ideal para dibujar un personaje no solo enamorada y dispuesta a cambiar de vida al costo que fuera, casi aprisionada por las cadenas de su marido Canio, un Fabio Sartori gallardo y alucinado, de fraseo febril, que mostró saber afrontar la zona más exigente de la tesitura con ascendente facilidad. Dotado de una voz granítica y potente, mostró también saber cómo encontrar acentos emocionantes (‘Vesti la giubba’), aun sin contar con una gran fantasía interpretativa.

Mattia Olivieri interpretó a Silvio con voz bien impostada, un timbre rotundo y seductor, fraseo terminado por un personaje que pocas veces emerge tan plenamente con todas sus facetas. En este montaje Silvio entra en escena en un auto de lujo, con saco y corbata, atractivo como nunca. Es él quien promete a Nedda el cambio pasando de una vida hasta ese momento monótona, opresiva y sin perspectivas. Jinxhu Xiahou cantó la elegante Serenata de Peppe con ligereza. Al final, fue notable el aporte del Coro del Teatro alla Scala dirigido por Alberto Malazzi, coro muy empeñado en ambas óperas.

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