Un ballo in maschera en Valencia

Escena de Un ballo in maschera de Giuseppe Verdi en Valencia © Miguel Lorenzo y Mikel Ponce

Abril 25, 2024. El Palau de Les Arts ha podido finalmente resarcir a su público de una deuda histórica, y es que el coliseo valenciano tiene algunas cuentas pendientes con las cimas del repertorio lírico. Bien es cierto que es difícil llegar a todo, y que si en cada temporada se programan una decena de títulos que deben repartirse entre tradición, modernidad e innovación, necesariamente se quedarán fuera alguno de los grandes hitos del género. 

Sea como fuere, lo cierto es que finalmente Un ballo in maschera ha llegado al primer escenario de Valencia, y todos nos congratulamos por ello. Estrenada en el Teatro Apollo de Roma en 1859, constituyó para Giuseppe Verdi un verdadero quebradero de cabeza, ya que hubo de superar varios procesos de censura que obligó al compositor a efectuar continuos cambios.

El argumento, lejanamente inspirado en el asesinato del rey Gustavo III de Suecia durante un baile de máscaras, no parecía el tema más adecuado para el momento político que atravesaba Europa, y los más timoratos vieron en las palabras del libretista Antonio Somma una instigación directa a la insurgencia. La solución pasó por priorizar la historia de amor y celos, tan del gusto de la época, aderezándola con premoniciones y augurios varios y, sobre todo, alejando la acción del viejo continente, ubicándola en Boston e intercambiando la regia cabeza coronada por un gobernador británico, mucho más justificable para ser tiroteado.

El presente montaje es una nueva producción de Les Arts, junto a la Staatsoper Unter Den Linden de Berlín, y viene precedida de varias polémicas, especialmente respecto de la dirección escénica y el vestuario. Personalmente, encuentro desmesuradas las contraindicaciones que se le han visto a lo uno y a lo otro que, sin ser ninguna maravilla, cumplen sobradamente los estándares de calidad que uno puede esperar en los escenarios de la primera fila internacional, como es el caso.

De la escena me sobraron algunos elementos, cuya poética me resultó algo trasnochada, como los monitores de televisión que, dispersos por el escenario, recordaban a las posmodernas instalaciones de los 90, en los que no había ni un solo happening o performance que careciera de ellos. El resto de recursos me pareció apropiado, incluso podría decirse que ayudaron al desarrollo argumental. Una estructura fija a modo de cajón con una parte móvil que permite tapar y destapar espacios secundarios, y un cambio de escenario en el segundo acto. 

¡Señores, que más se puede pedir! Es cierto que Rafael R. Villalobos no propuso nada especialmente original, ni de factura deslumbrante, pero todos los elementos funcionaron, y la historia podía entenderse si uno se había documentado mínimamente en casa. Tuvo la dirección de escena una excelente aliada en la Iluminación que diseñó Felipe Ramos, que fue capaz de insinuar diferentes atmósferas, sirviéndose tan solo de la luz o de la ausencia de ella. Me gustó especialmente la ambientación siniestra e inquietante del segundo acto. 

El vestuario, otro de los atractivos de esta producción, ha sido confeccionado por el prestigioso modista Lorenzo Caprile, pero desde donde yo estaba se veía mucha ropa de calle, y mucha prenda que podría haber estado en este montaje o en cualquier otro, y no me llamó la atención especialmente; si acaso, la escena de la mascarada, en donde la fantasía fue la nota predominante.

El elenco vocal resultó ser bastante competente y su conjunto y los papeles secundarios también estuvieron correctamente resueltos. Anna Pirozzi capitaneó a los principales, cantando una Amelia potente y dramáticamente bien resuelta, aunque en el registro grave resultó engullida por la orquesta. Algún pasaje me resultó algo ambiguo desde el punto de vista de la afinación. Riccardo fue encarnado por Franceso Meli. Su interpretación se mantuvo en un buen nivel a lo largo del argumento, pero hacia el final el cansancio ya iba haciendo mella en su garganta, y terminó con la voz abierta y algo carente de apoyo. 

Franco Vasallo, con su extraordinaria potencia y su timbre redondo y homogéneo, cantó muy bien en líneas generales, pero cometió el error de andar continuamente buscando la confirmación del público, y eso le llevó a perder el control de algún remate de frase y algún exceso de medida sobre el acompañamiento, manteniendo la nota cuando el director ya había cortado el calderón. Es decir, demasiada ansia de protagonismo. Agradable sorpresa fue la intervención de la soprano valenciana Marina Monzó, que defendió el papel travestido de Oscar. Monzó tiene un instrumento de timbre cristalino e innegable habilidad para la coloratura. Se escuchó muy segura respecto de la afinación, y convenció en sus formas como actriz.

La Orquestra de La Comunitat Valenciana estuvo dirigida en esta ocasión por el maestro Antonino Fogliani, que demostró un profundo conocimiento del estilo de madurez de Verdi. Sacó de la orquesta innumerables colores y gran variedad de fraseos, con movimientos contundentes que transmitían claridad y exactitud al oyente. Se le puede reprochar que tampoco él fuese capaz de domeñar a los del foso, que hicieron de las suyas sepultando a los solistas en un caudal desmesurado en demasiadas ocasiones. Por lo demás, la orquesta estuvo brillante, como de costumbre.

El Cor de la Generalitat, que tenía un número de intervenciones muy considerable, estuvo en su línea de corrección y exactitud, moviéndose con soltura a pesar de los muchos obstáculos que se tuvieron a bien repartir por todo el escenario. El pequeño cuerpo de baile que asiste a las representaciones más elaboradas hizo gala de mucho dominio técnico, con piruetas y acrobacias que tenían que abrirse paso entre las varias decenas de personas que poblaban la escena de la fiesta.

En esta ocasión, por problemas de agenda asistí a la segunda representación, pero tengo la sensación de que el estreno no es siempre el mejor momento para disfrutar de un espectáculo, que —vencida la barrera de los nervios de la premier— suele resultar más redondo en las siguientes funciones.

El público respondió al estímulo que supone el estreno de un Verdi, y llenó la sala en su totalidad, reconociendo el trabajo de los intérpretes con un aplauso compacto pero no excesivamente efusivo.

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