La traviata en Nueva York

Nadine Sierra (Violetta) y Stephen Costello (Alfredo) en La traviata del Met © Marty Sohl

Noviembre 1, 2022. En una noche en la que todos los astros se alinearon, un rotundo éxito se apuntó el Metropolitan Opera de Nueva York con la reposición de La traviata, cuyo inmejorable elenco de solistas hizo que le representación resultase inolvidable.

A cargo de parte protagónica de la popular opera verdiana, Nadine Sierra encontró un rol ideal que construyó con sobrados medios vocales y un enorme carisma escénico. Con absoluto dominio de su capital vocal, gran musicalidad y una técnica soberana, la soprano americana supo adaptar admirablemente su voz a cada una de los requerimientos de la parte de la cortesana Violetta. Bastó su aria ‘È strano!’, concebida como un cantabile de admirable hechura y un fraseo pleno de emoción, para que el público cayese rendido a sus pies. Su posterior cabaletta, ‘Sempre libera’, de coloraturas ágiles y precisas, a la que coronó con un sobreagudo firme, cuidado y potente, resultó electrizante y provocó una ovación que casi hizo temblar la sala. 

Sin embargo, lo mejor de su prestación llegaría en los actos siguientes, donde su voz lírica, ya más libre, encontraría un terreno más fértil donde lucir su exquisito legato, su cuidada línea y su canto siempre noble y matizado. De gran impacto, su ‘Addio del passato’, cantado con un hilo de voz y salpicado de innumerables toques dramáticos, cerró una composición superlativa de la joven y talentosa soprano americana, a quien seguramente esta parte le regalará grandes satisfacciones en el futuro. 

En un rol que conoce a la perfección y en una noche particularmente inspirada, el tenor americano Stephen Costello dio réplica con canto elegante, buena emisión, agudos seguros y una entrega fuera de serie a un Alfredo Germont exultante de juventud, sonador e impulsivo. Ya sea por la belleza de su canto, la autoridad de su fraseo y la variedad de colores, el barítono italiano Luca Salsi delineó un Giorgio Germont vocalmente deslumbrante, en cuya caracterización, de gran autoridad, pueden percibirse claramente los cambios de su personaje: de cínico y rígido en el comienzo, a más humano a medida que avanzó la ópera, y honesto, en su arrepentimiento final. 

Todos los cantantes comprimarios cumplieron a la perfección con su cometido en un alto nivel de calidad, de entre los que destacaron con brillo propio la Annina de Eve Gigliotti y el barón Douphol de Brian Major. Muy bien el coro, aplicado tanto en el canto como en lo escénico. Desde el podio, Daniele Calegari, piedra angular del éxito de la representación, dirigió con fervor, brindando una lectura musical de la partitura verdiana, generosa de detalles, nada rutinaria, respetuosa del estilo y que no deja nada librado al azar. Guió a los cantantes y cuido de ellos. 

Quienes hemos debido padecer la espantosa producción de Willy Decker (2010-2017) con su omnipresente reloj, su fiesta de Drag Queens y su sofá rojo movible, no podemos evitar tener una mirada mucho más benevolente frente a la discreta producción que Michael Mayer creó en 2018 para esta casa y que en esta ocasión dio marco a la trama. Proveniente de la comedia musical, el director de escena americano ideó una puesta multicolor y recargada, en la que la protagonista rememora, desde su lecho de muerte, los episodios de su vida, a los que asoció a cada una de las estaciones del año. 

El resultado fue un espectáculo bastante tradicional, aunque con aires de cuento de hadas que, si convenció, fue en gran parte gracias a los aportes de Christine Jones (escenografía) y Susan Hilferty (vestuario) quienes lograron, no sin altibajos, conducir la acción a buen puerto. En su relectura de la trama, Mayer tuvo el mal tino de presentar a la hermana “pura como un ángel” de Alfredo, deambulando muda sobre el escenario, lo que no solo no aportó nada, sino que, por el contrario, tiró por tierra la evocadora imagen casi mítica de la joven —que motivó el sacrificio de Violeta—, además de debilitar la intensidad de la conflictiva relación entre Germont y su hijo Alfredo. 

De gran pobreza teatral, las superficiales interacciones entre los solistas, así como los empantanados movimientos de las masas corales, tampoco convencieron. Dignas de mención, las elaboradas coreografías de Lorin Latarro para el baile en casa de Flora, que convirtieron en dos estrellas más a los bailarines Barton Cowperthwaite y Cara Seymour. No sería justo pasar por alto el enorme aporte de Kevin Adams a cargo de la iluminación, quien brindó siempre la atmósfera ideal para el buen desarrollo de la trama.

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