Chiara e Serafina en Bérgamo

Escenas de la ópera rara Chiara e Serafina en el Festival Donizetti de Bérgamo © Gianfranco Rota

Diciembre 4, 2022. Luego de un clamoroso éxito en Nápoles en el estreno de sus óperas La zingara y La lettera anónima en 1822, el jovencísimo Gaetano Donizetti firmó un contrato con el Teatro alla Scala para representar tres títulos inéditos. La buena nueva se convirtió rápidamente en la primer gran decepción profesional del compositor bergamasco, quien se mudó a la capital lombarda para cumplir el compromiso y estrenar en octubre de ese mismo año su más reciente ópera: Chiara e Serafina —también llamada Il pirata—, la cual fue un rotundo fracaso. ¿Las causas? Un conjunto de desafortunadas circunstancias que provocaron que después de solamente 10 representaciones, el manuscrito entrara en un cajón y permaneciera literalmente encerrado bajo llave por 200 años.

En 1822 Donizetti tenía solamente 25 años y no tenía el “colmillo” necesario para prever el caos venidero, pues —además de la inexperiencia— estaba apenas comprendiendo y enraizando su característico estilo de composición. Títulos posteriores como L’elisir d’amore, Don Pasquale o Lucia di Lammermoor tienen esa inconfundible pluma donizettiana de la que Chiara e Serafina carece. La técnica compositiva es muy interesante, pues el Gaetano principiante es una mezcla homogénea entre la línea melódica de Cherubini, la simpleza de Paisiello, las agilidades de Cimarosa y la orquestación de Mayr: una estructura placentera, pero no es el Donizetti al que estamos habituados. 

Otro factor del fracaso fue la prisa: el tiempo de creación desde que Felice Romani le entregó el libreto para comenzar a componer hasta que se levantó el telón (ensayos incluidos) fue de únicamente 18 días. Cabe mencionar que el trabajo de Romani fue decadente, pues contiene tiene muchas lagunas de tiempo, acciones injustificadas, trama muy confusa, algunos personajes vacíos y frases redundantes que complican tremendamente el hilo conductor de la trama aparentemente sencilla, anticipando inconscientemente el teatro del absurdo.

Aún con esa inexperiencia, Donizetti presagiaba ya un futuro oscuro para su ópera, pues escribió en una carta a su entonces maestro, Simon Mayr: “…debo confesarle que por desgracia la premier será el 26. Apenas ayer hicimos el primer ensayo general a piano. Espero verlo en la tercera función y le encargo que por favor traiga un Requiem, ¡porque me matarán!, así que están listos para el funeral”. E incluso en la última página del manuscrito original firmó: “Así terminará la ópera: por las buenas o por las malas”. 

A final de cuentas, el novel compositor no se equivocó: Chiara e Serafina cayó en el olvido hasta que el que el Donizetti Opera Festival realizó el estreno mundial en época contemporánea para la edición 2022, brindándole una nueva oportunidad de ver la luz y de ser apreciada por el público a dos siglos de la última caída de telón en el hermoso e histórico Teatro Sociale de la ciudad alta de Bérgamo.

La propuesta escénica fue íntegramente fruto de la creatividad de Gianluca Falaschi, quien firmó la regia, la escenografía y los vestuarios. El creativo romano refrescó la acartonada trama con mucho color y excesivo movimiento. La isla de Mallorca —donde sucede la trama— se convirtió para la primera escena en un “cabaret playero”: palmeras, olas y barcos que se movían al ritmo de la música que, junto a un coro vestido con un atrapante atuendo típico del cabaret de la década de 1980, preveían una positiva segunda oportunidad para el título. Coloridos vestuarios, una escena llena de gags, pequeños bailes encargados a los cantantes al ritmo de la jovial música; aunado al efectivo diseño de iluminación a cargo de Emanuele Agliati, quien emergió al público tanto en una soleada playa española como en una oscura y fría gruta subterránea, desencadenaron una propuesta visiva sumamente apreciada y aplaudida.

En el foso, a desempolvar la quasi inédita partitura estuvo Sesto Quatrini, quien concertó la obra donizettiana de manera académica con dinámicas casi inexistentes y tempi en estilo belcantista. El director romano tuvo algunos notorios problemas de coordinación entre los cantantes y la orquesta, sobre todo en el II acto y en el aria final de Chiara, donde se evidenció una falta de ensayo con la cantante (quien ejecutó el rol solo en una función). Por otra parte, para no cubrir a los cantantes, cuidó siempre el volumen de la Orchestra Gli Originali, quienes ejecutaron la amigable y digerible partitura con los requerimientos de Quatrini.

Sobre el escenario, se repitió la mancuerna “maestro + alumnos” que fuera presentado por el Teatro alla Scala en Il matrimonio segreto a inicios de septiembre de este año: el consumado barítono Pietro Spagnoli en un rol protagónico, y el resto de los personajes encomendados a alumnos de la Accademia Teatro alla Scala, quienes se nutren de la experiencia del profesional y al mismo tiempo refrescan las marquesinas de teatros trabajando y aprendiendo contemporáneamente. El cantante romano en extraordinaria forma física y vocal posee un instrumento envidiable; con su voz potente y robusta interpretó a Don Meschino, un rico pueblerino oriundo de Belmonte enamorado de Lisetta que, como indica su nombre, es un hombre mezquino. El registro central y agudo de Spagnoli son homogéneos y llenos de armónicos, que junto a su innegable vis comica hizo del Meschino un personaje digno de atención a pesar de no ser de tanto peso en la historia.

Algunos de los ‘alumnos’ bien podrían pasar por profesionales con experiencia, como el barítono coreano Sung-Hwan Damien Park, quien interpretó el cómico rol de Pícaro, el antiguo servidor de Don Fernando, convertido en pirata, con una bella emisión de agudos y graves entonados; o la soprano búlgara Aleksandrina Mihaylova, quien encarnó a Chiara, la hija menor de Don Fernando, con una voz oscura, cremosa y tímbrica con maestría y belleza durante el primer acto, mientras que el aria final con la que termina la ópera fue desafortunada, con problemas en los agudos, coloratura sucia y evidente cansancio vocal; una verdadera lástima que los últimos siete minutos hayan entorpecido la brillante actuación precedente.

La voz cavernosa, profunda y afinada del bajo chileno Matías Moncada fue idónea para el doble rol de Don Alvaro, marinero esclavo y padre de Serafina y Chiara y el de Don Fernando, tutor de Serafina y falso amigo de don Alvaro, respectivamente (creando aún más confusión a la ya compleja trama). 

Por otro lado, la soprano suiza Nicole Wacker dio vida a una tibia y discreta Serafina, de voz nada agraciada pero cumplidora y con buena técnica, mientras escénicamente fue estática y fría. Por su parte el Don Ramiro, prometido de Serafina, del tenor sudcoreano Hyun-Seo Davide Park, fue sobreactuado en escena pero vocalmente sólido, sobre todo en los agudos.

Un punto de aplaudir a los cinco cantantes extranjeros fue su correcta pronunciación italiana, que permitió comprender en gran parte el texto durante las más de tres horas de duración de la puesta en escena. Muy convincentes fueron los pequeños roles de Lisetta, de la mezzosoprano ucraniana Valentina Pluzhnikova y Agnese, de la italiana también mezzosoprano Mara Gaudenzi, sobre todo en los óptimos duetos con Meschino; mientras el pirata Spalatro de Andrea Tanzillo es lamentable que no tenga mayor participación en escena para lucir su elegante voz.

Digno de mención fue la colaboración del Coro dell’Accademia Teatro alla Scala, dirigido por Salvo Sgrò, que brindó el apoyo necesario a los novedosos conjuntos donizettianos, mientras que las participaciones coreográficas de Andrea Pizzalis reforzaron la idea escénica. Este espectáculo se reveló una verdadera joya digna de ser representada en otras ocasiones, simplemente por la cantidad de estilos firmados por un jovencísimo Donizetti y para hacerle la justicia que se merece al estar fuera del repertorio por tanto tiempo.

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