Tosca en Nueva York
Noviembre 4, 2022. Al completar la primera serie de Toscas previstas para el inicio de su presente temporada, el Metropolitan Opera volvió reunir sobre su escenario al matrimonio compuesto por la dupla de cantantes Roberto Alagna y Aleksandra Kurzak, quienes condujeron una noche en la que a la ópera de Puccini no le faltó ni intensidad ni canto del bueno. A cargo del rol protagónico, la soprano polaca, quien apenas pocos meses antes debutó la parte de Floria Tosca sobre este mismo escenario, sorprendió por su crecimiento vocal e interpretativo, echando por tierra cualquier reparo sobre su incursión en este nuevo personaje.
Sin nunca forzar, Kurzak enfrentó las dificultades de su parte con mucha más seguridad y comodidad vocal que en la ocasión anterior, lo que redundó en una interpretación mucho más natural cargada de intensidad, emoción y dramatismo. Su bellísima voz lírica nunca resultó un impedimento para plasmar en su canto todo el dramatismo, la angustia y la desesperación requerido por su complejo personaje. Así fue como su Tosca supo aprovechar los momentos líricos para presumir de una voz ricamente timbrada, homogénea y flexible; y de los momentos más dramáticos, para revelarse como una interpreta de gran temperamento y convicción.
Magistralmente cantado, su ‘Vissi d’arte’, rico en notas filadas, medias voces y de agudo radiante, le dio a la noche uno de sus mejores momentos vocales y uno de los más celebrados. Asimismo, su confrontación con Scarpia tuvo momentos electrizantes que hicieron saltar a mas de uno de la butaca.
A su lado, el tenor francés Roberto Alagna ofreció un retrato de Mario Cavaradossi de descomunal entrega escénica, con una voz que a pesar del paso del tiempo no ha perdido un ápice de brillantez y robustez. Un fraseo sonado y unos agudos de acero completaron el combo de una prestación sin puntos débiles del revolucionario pintor amante de la protagonista. No apto para cardiacos, su aria ‘E lucevan le stelle’, de gran virtuosismo vocal y de una emoción a flor de piel, resultó absolutamente irresistible. Como era de esperar, en cada intercambio con Kurzak, la química operó y el rendimiento de ambos cantantes se potenció por mil, alcanzando niveles de calidad estratosféricos.
Completó el trío de protagonistas George Gagnidze, imponente Scarpia cuya sola presencia inspiró terror. En un rol que conoce hasta el más mínimo detalle, el barítono georgiano desplegó una voz amplia, de línea de canto noblemente expresiva y acentos mordientes para componer un aristocrático jefe de la policía secreta romana extremadamente repulsivo, cruel y sádico.
En los roles secundarios, Patrick Carfizzi compuso con efectividad un Sacristán cascarrabias y malhumorado, al que menos tics y payaseo le hubiesen agregado valor. El barítono americano Kevin Short lució una voz muy sonora como el fugitivo Cesare Angelotti. Sumisos a las instrucciones de su jefe, Rodell Rosel y Christopher Job resultaron solventes y oficiosos como los esbirros Spoletta y Sciarrone, respectivamente.
El coro de la casa tuvo un gran desempeño en el Te Deum dando una vez más muestras de su sólida preparación. Al frente de la orquesta, el director italiano Carlo Rizzi hizo una lectura muy loable, acompañando la labor de los cantantes y buscando en todo momento poner de relieve la rica escritura de la partitura de Puccini.
Sin buscar reinventar nada, la clásica producción del escocés David McVicar, una de las más bonitas con las que cuenta la casa en la actualidad, vistió la escena con elegancia y esplendor, haciendo galas de sus bellísimos decorados y su suntuoso vestuario (John MacFarlane), de una iluminación de esmerados claroscuros (David Finn) y de una dirección de escena teatralmente muy efectiva.