La traviata en París

Escena de La traviata en París © Vahid Amanpour

Enero 21, 2024. Presenciar una puesta en escena de La traviata en París —lugar en el cual transcurre la acción— con una propuesta modernizada, coherente, con locaciones plenamente reconocibles y con una versión musical de primer orden no puede ser menos que una fiesta.

Eso es lo que vivió el público que colmaba hasta la última localidad del Teatro de La Bastille. Simon Stone presentó una París actual con una marcación actoral casi cinematográfica. La actualización de tiempo y espacio fue respetuosa y bien pensada. La versión convirtió a Violetta en una influencer’ en las redes sociales, que muestra públicamente la más mínima de sus actividades personales, con un perfume con su rostro, que intenta y consigue atraer todas las miradas y despierta una fascinación instantánea. 

Ya desde el preludio sabemos que su enfermedad ha mutado de la tisis o tuberculosis del libreto a un actual cáncer, posiblemente leucemia. El resto de los personajes menores la acompañan. Alfredo sigue siendo un buen muchacho que se fascina con ella y Germont padre intenta alejar a Violetta de su familia, pues el príncipe de algún sultanato petrolero que estaba comprometido con su hija quiere dejarla por romper su futuro cuñado los moldes de un islamismo fanático.

La actualización marcha bien si abstraemos algunos detalles como enviar a Flora a llevar una carta a Douphol que en realidad es un mensaje de texto escrito en el teléfono portable de Violetta y algún pequeño pormenor más. Solo para preocupar a los más puristas, pues en realidad la puesta funciona de principio a fin. Stone aporta soluciones muy inteligentes, como en un ‘Ah fors’è lui’ transitado por París y en conversación virtual con Alfredo, el ‘Addio, del passato’, donde se vuelven a ver imágenes del primer acto o la escena final donde Violetta, agonizante, se sumerge en una atmósfera de luz y humo.

El marco escénico creado por Robert Cousins utiliza el escenario giratorio con dos grandes paredes perpendiculares que dejan ver un exterior y un interior. En el lado exterior, donde prevalece el negro, las paredes son enormes pantallas en las que se difunden videos, publicaciones de Instagram, conversaciones por SMS, correos electrónicos del banco o resultados de análisis médicos, entre fotografías de bellos momentos de vida de pareja entre Violetta y Alfredo. Esto da soporte a la trama, pero en algunos momentos distrae de la música y el canto. 

El espacio interior está casi siempre en un blanco inmaculado. Aparecen la entrada a la fiesta en una local bailable plenamente actual, la estatua de Juana de Arco en la Plaza Pyramides, una esquina cualquiera de París con un simple quiosco de venta de comida al paso, y el hospital del final, entre otros lugares.

Alice Babidge diseñó bellos trajes actuales tanto para las escenas de lujo como del trabajo agrícola y disfraces un tanto procaces para la fiesta en casa de Flora, que parece ser una noche de Carnaval.

Coherentes con la versión las luces de James Farncombe, así como los videos de Zakk Hein. El maestro Giacomo Sagripanti condujo una versión musical de primer orden, con refinamiento, con pleno conocimiento del estilo, con perfectos tempi; y logrando en todo momento un exquisito balance entre el foso y el escenario, dejando cantar y extrayendo de la partitura todas sus riquezas.

Nadine Sierra brilló como Violetta Valéry. La propuesta fue perfecta para una mujer de esta época, joven y bella, ambas características que están en la cantante nacida en Fort Lauderdale, Florida, Estados Unidos. Plena en cada uno de los actos pudo pasar sin problemas de las coloraturas y agudos del principio a la dramaticidad del final sin mella en su prestación vocal. Además, sus sutilezas, sus filados, sus medias voces y sus pianissimi fueron un verdadero lujo. Lució su extraordinario registro con bello centro y agudos perfectamente timbrados en una tarde de verdadero triunfo.

Ludovic Tézier volvió a dar cátedra de canto verdiano con su Giorgio Germont. A su registro de encantadora belleza le sumó su amplio volumen y su perfecta intencionalidad en cada una de sus frases a la vez de su autoridad escénica.

El tenor René Barbera fue un Alfredo Germont de gran calidad, con bella voz, adecuada proyección y perfectos agudos que no desentonaron ante el canto de Sierra y de Tézier, dos verdaderas estrellas del firmamento lírico de la actualidad.

A destacar la Flora de Marine Chagnon y el Barón Douphol de Alejandro Baliñas Vieites, dos voces a seguir con marcado interés. Muy interesante el doctor Grenvil de Vartan Gabrielian. Muy bien servidos los personajes secundarios interpretados por Cassandre Berthon (Annina), Maciej Kwaśnikowski (Gastone), Florian Mbia (D’Obigny), Hyun-Jong Roh (Giuseppe), Olivier Ayault (mayordomo) y Pierpaolo Palloni (mensajero), estos últimos tres miembros de Coro de la casa.

Dúctil y refinada la prestación de Coro dirigido en esta ocasión por Alessandro Di Stefano.

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