L’ajo nell’imbarazzo en Bérgamo

Escena del elenco de L’ajo nell’imbarazzo en el Festival Donizetti de Bérgamo © Gianfranco Rota

Noviembre 20, 2022. Un fría y nublada tarde en la ciudad de Bérgamo, tierra natal de Gaetano Donizetti, preparaba la atmósfera para el estreno de la nueva producción de L’ajo nell’imbarazzo  (El tutor avergonzado), compuesto por un joven Donizetti de 27 años. L’ajo tuvo un éxito considerable durante su estreno en 1824 y puso al entonces prometedor Gaetano bajo el reflector del mundo belcantista. El título presenta una música fresca, ágil y con todos los elementos —aún no desarrollados en plenitud— que encontramos en el Donizetti maduro y serio.

El libretto de Jacopo Ferretti tiene la estructura clásica de un dramma giocoso, que cuenta la historia del viejo marqués Giulio Antiquati, padre de dos hijos: Enrico y Pippetto, quienes están enamorados de una vecina amiga de la familia y de la anciana ama de llaves, respectivamente. Como en toda opera buffa de enredos, el padre rechaza ambas relaciones por las costumbres de la época, mientras los amantes se ven a escondidas; el clímax llega cuando se descubre que Enrico es padre de un pequeño bebé y, como es de esperarse, el anciano marqués termina aceptando a todos en un final feliz lleno de pirotecnias belcantistas.

El Festival Donizetti propone este 2022 una escena firmada por Francesco Micheli, no solo director escénico del título, si no también director artístico del festival. El regista bergamasco propuso una idea verdadera y literalmente adelantada a nuestros días: la escena no sucede en la Italia decimonónica que pide el libreto, sino en el metaverso en 2042. 

Los personajes, todos posicionados en un espacio unipersonal con fondo blanco —creado por Mauro Tinti— son en realidad los “avatares” digitales de los personajes y no personas de carne y hueso. Es difícil de concebir, ya que todo lo que se ve en escena en realidad ocurre en un futuro digital. Cuando los personajes tienen que interactuar para un dueto, por ejemplo, en vez de acercarse uno al otro para poder tocarse e interactuar, aquí se ponen unos visores futuristas del mismo color de su vestuario y “entran en contacto” cada quien de un lado diferente del escenario. Proyecciones de video, animaciones y grabaciones de los personajes off stage, creados por el Studio Temp, junto al diseño de iluminación de Peter van Praet, potencializaron este universo digital. Un único “pero” se le podría objetar a la propuesta: el vestuario diseñado por Giada Masi, que fue completamente normal; para una producción en el metaverso de 2042 uno esperaría camisas de plexiglás, pantalones touch-screen, zapatos que flotan… no unos simples pants fluorescentes para todos los personajes.

Para dirigir el título, se encaminó al foso Vincenzo Milletarì, joven concertador de 32 años quien ofreció una versión certera de la quasi desconocida partitura donizettiana. Siempre presente el estilo belcantista, y con un volumen cuidado gracias a la buena mancuerna que hizo con la Orchestra Donizetti Opera, el resultado musical fue placentero.

Alex Esposito (como el tutor Gregorio Cordebono) y Alessandro Corbelli (como el viejo Giulio Antiquati) © Gianfranco Rota

En los roles protagónicos, un par de grandes monstruos del escenario: el infalible barítono turinés Alessandro Corbelli como el viejo Giulio Antiquati y el talentoso bajo-barítono bergamasco Alex Esposito como el simpático tutor Gregorio Cordebono. Corbelli presentó ligeras dificultades en el registro agudo, mientras que el central y el grave son de envidiar. A una voz saludable y potente, se suma el elegante y delicado fraseo que lo caracteriza, evidenciándolo como un exponente viviente del bel canto. Por su parte, Esposito tiene una vis cómica con la cual se echa al público a la bolsa desde la primera escena. Su cálido y redondo color vocal, su poderosa entonación, y su sana y precisa técnica hacen que uno no quiere que salga de escena.

Ambos experimentados cantantes fungieron como apoyo para los demás personajes interpretados por una generación de jóvenes pertenecientes a la Bottega Donizetti, la academia del festival que busca formar nuevos cantantes especializados en el repertorio donizettiano y que brinda la oportunidad de aprender y debutar roles al lado de nombres pesados como los ya mencionados.

Enrico, el hijo grande del marqués, fue interpretado por Francesco Lucii. El tenor posee una voz con calidad y facilidad en el registro agudo, pero con poco volumen, que hace que los sobreagudos —siempre entonados— se escuchen ligeros y flácidos. Mientras tanto, el también tenor Lorenzo Martelli como Pippetto, el hijo menor, a pesar de tener un rol más pequeño respecto a su “hermano”, todas sus apariciones fueron afortunadas. Es poseedor de una voz robusta pero cálida y que en escena tiene un timing óptimo que hace que sus pocas participaciones fueran muy apreciadas.

Por su parte, madama Gilda Tallemanni, la enamorada de Enrico, interpretada por la soprano Marilena Ruta, fue in crescendo tanto actoral como vocalmente. De voz igualmente pequeña, pero con mucha agilidad, permitió que la ópera cerrara con la pirotécnica aria feminista “las mujeres estamos hechas para mandar”, bajo una marea de aplausos. Igualmente óptimas fueron las actuaciones de Caterina Dellaere como la vieja Leonarda y de Lorenzo Liberali en el doble rol de Simone y Bastiano. 

Definitivamente, una producción digna de recordarse y que probablemente inaugurará la época en la que el metaverso se funde con la ópera y que cada vez estará más presente en las producciones musicales.

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