L’elisir d’amore en Parma

Francesco Meli (Nemorino) en L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti en Parma © Roberto Ricci

Marzo 17, 2024. El Festival Verdi, que se lleva a cabo en el segundo semestre de cada año, es sin duda el evento más importante en el Teatro Regio de Parma, que durante el primer semestre ofrece una nutrida cartelera nutrida de eventos musicales, conciertos, recitales y una temporada lírica, al menos de tres títulos esta temporada, de conocidas óperas del repertorio italiano como Il barbiere di Siviglia de Gioachino Rossini, Tosca de Giacomo Puccini y L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti, que parecería poco para el exigente y muy operístico público parmesano.

Con la intención de ofrecer nuevas visiones y alternativas escénicas al público local, este Elixir de Amor se montó en nueva coproducción con el Teatro Regio de Turín, a donde será llevada próximamente, ideada por el director Daniele Menghini, quien aquí realizó un trabajo muy plausible e interesante, ya que logró alejarse de las ideas y clichés tan vistos y repetitivos que se asocian repetidamente a la escenificación de esta ópera. 

Si bien Donizetti, compositor que estrenó esta obra el 12 de mayo de 1832 en el Teatro della Canobbiana de Milán, la concibió como un melodramma giocoso, Menghini buscó ahondar en argumentos más profundos que se pueden desprender de la historia. Aquí, Nemorino no es el ingenuo del pueblo que se mueve, a veces sin sentido, sobre el escenario, sino que es el protagonista de la historia en la cual los demás personajes giran en torno a él, y es en realidad un personaje verista desde este punto de vista dramatúrgico.

Nemorino, que hace su entrada por los pasillos entre público, es un artesano que en su taller crea marionetas. Es cuando se va a dormir que en sus sueños aparecen los demás personajes, como Adina, Gianneta y el coro, caracterizados y vestidos como marionetas y títeres, con un buen trabajo en el diseño de los simpáticos vestuarios de Nika Campisi, y la simple pero efectiva escenografía con una larga mesa y tarimas de madera al fondo, donde se colocó el coro, algunos de cuyos miembros se movían como títeres con las cuerdas que colgaban de lo alto del escenario.

La iluminación fue de Gianni Bertoli, y en escena hubo algunos bailarines haciendo precisas coreografías, así como el grupo I Burattini dei Ferrari, especializado en el manejo de marionetas que replicaban a los personajes en escena. Para Menghini, Nemorino es un hombre solo, triste, una especie de Geppetto que, para alcanzar lo imposible, incluso creyendo en la magia con la que crea a Pinocchio, está dispuesto a todo y es víctima de los engaños de Dulcamara.

En el planteamiento escénico, y a lo largo de la historia, el personaje muestra una evolución: Nemorino toma la decisión de abandonar su vida para comenzar una nueva, tomando elecciones para sí mismo, aunque en su camino aparece Adina. La puesta hace pensar en cómo es que un melodramma giocoso pueda contener una aria tan melancólica como ‘Una furtiva lagrima’, alejada de la comicidad, y que su personaje tenga conciencia de lo que quiere para sí mismo y cómo afrontar la vida, que son ideas que vive la gente en la actualidad. En la segunda parte, Nemorino parece haber entrado en ese mundo mágico e imaginario, pues él también es una marioneta, y en ese mundo es donde descubre y se interesa por Adina. 

La deserción inesperada unos días antes por parte de John Osborn trajo como sustituto al destacado tenor Francesco Meli en el papel de Nemorino, quien después de una ausencia de 13 años de este teatro, donde se le había escuchado en papeles verdianos, dio cátedra de canto, desmitificando de cierta forma que papeles como Nemorino están reservados para quien están especializados en bel canto. Meli demostró que sabe cantar bien y pudo adaptarse al papel, con una voz amplia, musical, plena de matices y buena proyección. Se escuchó la solidez y experiencia de un notable cantante, y su interpretación de ‘Una furtiva lagrima’ causó tal conmoción entre el entusiasta público que de manera espontánea aceptó bisar. Su desempeño actoral fue acorde a la idea de la puesta en escena. 

Roberto De Candia como Dulcamara © Roberto Ricci

El papel de Adina fue bien interpretado por la soprano Nina Minasyan, quien posee una voz ágil y colorida, segura en los agudos, pero carente de cierto espesor que no le permitió proyectar bien en ciertos pasajes. Roberto De Candia hizo una notable caracterización del Doctor Dulcamara, simpático, embaucador, de voz profunda pero tersa en tonalidad. El joven barítono Lodovico Filippo Ravizza como Belcore exhibió inmediatamente las cualidades vocales que debe tener un cantante que llega a temprana edad a escenarios de este tipo, y su actitud fanfarrona y arrogante redondearon su buen desempeño. La soprano Yulia Tkachenko le dio juventud y frescura al papel de Giannetta y entendió bien su actuación y movimientos de marioneta.

El coro del teatro tuvo su aporte, en la detallada puesta en escena y cumpliendo con su cometido en sus intervenciones cantadas con uniformidad. En el foso estuvo como invitada la Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia, que mostró su oficio, a pesar de ciertos desajustes y desfases con el escenario de la conducción de Sesto Quatrini, en una partitura que, sin embargo, no deja a nadie descontento o insatisfecho al escucharla. 

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