Medea en Nueva York
Octubre 28, 2022. Para la apertura de su temporada 2022-23, la dirección del Metropolitan Opera decidió apostar por un título nunca antes presentado en la compañía: Medea del compositor italiano Luigi Cherubini, en la versión en lengua italiana de su estreno en La Scala en 1909. El promocionado y largamente esperado ingreso en el repertorio del máximo coliseo neoyorquino incluyó los atractivos adicionales: del debut de Sondra Radvanovsky en la parte protagónica y la presentación de una nueva producción de quien se ha convertido en el director escénico “fetiche” de la era de Peter Gelb, el escocés David McVicar.
Como la hechicera Medea, Radvanovky fue “la” gran triunfadora de la noche, dominando la escena con una caracterización del complejo personaje de la vengativa hechicera de descomunal vehemencia e implicación dramática, que acaparó toda la atención y que arrasó todo a su paso. Con una envidiable resistencia vocal, Radvanovsky se paseó por la extensa tesitura de su extenuante parte, sin la menor dificultad ni atisbo de cansancio, exhibiendo una voz fresca, caudalosa, de inagotable potencia y de amplia paleta de colores, que condujo con absoluto dominio técnico y a la que cinceló con una enorme variedad de recursos expresivos. Una prestación monumental de la soprano americana-canadiense que le dio al Met una de sus noches más gloriosas.
Eclipsados por la artillería Radvanovsky, el resto del elenco luchó con desiguales armas por intentar no pasar desapercibidos. Merecedora de grandes elogios, la mezzosoprano rusa Ekaterina Gubanova hizo una Neris de manual, con una voz redonda, cálida y fluida y un sentido canto. Su hermosísima aria ‘Solo un pianto con te versar’, interpretada con cuidadoso estilo belcantista y tocante emoción, fue un momento de serenidad en medio de la tempestad de la ópera. Como la malograda princesa Glauce, hija de Creonte, la ascendente soprano americana Janai Brugger exhibió una voz opulenta, de agudos luminosos e incisivos, pero de canto de escasa capacidad expresiva.
Con una voz lozana, dúctil y brillante de tenor mozartiano, y una mayor entrega de la acostumbrada, Matthew Polenzani se calzó la parte de Giasone, el jefe de los argonautas, con buenas intenciones, aunque con dispares resultados. El tenor americano planteó una caracterización demasiado lírica y de pocas calorías para una parte que requiere de un heroísmo y carácter que el tenor americano no posee. “Lo que natura no da, Salamanca no presta”. Cumplió con lo justo y de su labor mereció destacarse su honestidad de nunca forzar ni intentar construir una voz con fines de efectos dramáticos. Con mucho oficio, el veterano bajo italiano Michele Pertusi defendió la parte de Creonte, el rey de Corinto, con un canto noble, de gran autoridad escénica e impoluto estilo.
En los roles comprimarios, Christopher Job demostró ser un muy sólido jefe de la guardia de Creonte; y tanto Brittany Renée como Sarah Larsen resultaron solventes como las sirvientes de Glauce. Al coro se la casa se le escuchó en buena forma.
Desde el podio, el todoterreno Carlo Rizzo —quien en la misma semana dirigió además Don Carlo y Tosca en este mismo teatro— hizo una lectura correcta, muy atento a no cubrir a los cantantes, cuidadosa de la concertación y buscando, no siempre con éxito, resaltar la rica orquestación de una partitura en la frontera entre el clasicismo y el romanticismo. La producción del escocés McVicar trasladó la acción, a decir del bellísimo vestuario de Doey Lüthi, a la época de la creación de la obra. Alejado del mito griego y centrado en la psicología de Medea, McVicar propuso una puesta en escena tan sobria y oscura como la extraviada psicología de la vengativa maga.
La funcional escenografía diseñada por él mismo estuvo dominada por dos puertas doradas que —abriendo y cerrándose, a manera de muros del palacio de Corinto— delimitaron las zonas habilitadas de las vedadas a la protagonista. Un enorme espejo inclinado en el fondo de la escena ofreció a la audiencia una interesante y reveladora mirada cenital de los sucesos acaecidos intramuros de palacio. Las acertadas proyecciones de S. Katy Tucker fueron un sostén importante en la creación del ambiente ideal para enmarcar el desarrollo de la trama.
Si Radvanovsky obtuvo un rotundo triunfo personal, parte de su éxito debe buscarse en las elaboradas marcaciones teatrales que, fruto de su agudo sentido teatral, puso McVicar al servicio de la soprano. Mucho menos esmerado resultó su trabajo en las marcaciones del resto de los personajes y de las masas corales. La exhumación de la ópera de Cherubini resultó un éxito por partida doble: por un lado, un público particularmente entusiasta festejó con ensordecedoras ovaciones a cada uno de los intérpretes e hizo de cada presentación una fiesta; y por el otro, la casa pudo colgar el finalmente el cartel de “sold out”, algo que no sucedería desde hace mucho tiempo.