The Tempest en Milán

Escena de The Tempest de Thomas Adès en la Scala de Milán © Brescia e Amisano

Noviembre 15 del 2022. ¡Finalmente! Finalmente la ópera contemporánea conmueve, conquista y exalta al público. Finalmente la voz humana se adueña de la melodía. Finalmente la tonalidad no es vista más como el enemigo número uno a combatir. Finalmente uno sale del teatro con melodías cantables en la cabeza y no con susurros y silbidos, armonías sinuosas y ruidosas. Finalmente se desempolvan hasta las certezas de alguna vez, las viejas y sanas arias, duetos, tríos y hasta un quinteto. ¡Qué maravilla! 

The Tempest nos ha reconciliado con la ópera y podría constituir un buen punto de partida para que la ópera tome posesión de su propio tiempo y nuestro tiempo recupere la pertenencia de esta extraordinaria forma de espectáculo que justo con su contemporaneidad siempre ha compartido alegrías y tristezas. A partir de la segunda posguerra, las obras que entraron en el repertorio de forma permanente —aparte de las de los grandes especialistas del género como Serguéi Prokófiev y Benjamin Britten, y algunos unicum (como Ígor Stravinsky, Leonard Bernstein y Francis Poulenc me vienen a la mente)— son muy pocas.

Thomas Adès, con su obra maestra inspirada en la homónima obra shakesperiana ¡ha dado en el clavo! Puesta en escena por primera vez en Londres en el 2004, The Tempest ha sido repuesta muchas veces (Estrasburgo, Copenhague, Santa Fe, Lübeck, Quebec, Nueva York, Francfort, Viena y Budapest). Es con el montaje escénico de Nueva York del 2012, ideado por Robert Lepage, que ha llegado a la Scala, al final de esta temporada, entre otras cosas por una justa cuadratura del círculo, ya que esta producción está ambientada en el teatro milanés. «Milan the fair, Milan the artful, Milan the rare, Milan the skillful, Milan my library, Milan my liberty» canta Prospero poco después del inicio del primer acto, cuando le cuenta a su hija Miranda los trasfondos que los condujeron a la isla desconocida. 

Puesta en escena de Robert Lepage © Brescia e Amisano

Lepage individualizó justo el Teatro alla Scala como el lugar en el que se coagulan todas las fuerzas racionales y de ingenio de la ciudad. Es, por tanto, que la obra se desarrolla en una metafórica isla encantada, que es en realidad un teatro, por siempre el lugar mágico y fascinante por excelencia, un sutil juego de teatro dentro del teatro, ya visto muchas veces en verdad (también aquí en la Scala), pero nunca como ahora ha sido un recurso tan acertado.

Adès dirigió la orquesta con una máxima concentración, en que cada colorido detalle ha sido puesto en evidencia como mejor no se podría hacer; cada astucia contrapuntística ha recibido el correcto énfasis, todo con el objetivo de dar una fuerte cohesión a la grandiosa partitura que, recuerdo, surge de una única breve célula motívica. La Orchestra del Teatro alla Scala respondió a los requerimientos del compositor, pianista y director inglés con atención y conciencia. 

Del elenco, brillaron Audrey Luna, un acrobático y vertiginoso Ariel, capaz de tocar con su voz picos siderales difícilmente escuchados en el teatro, la conmovedora Miranda de Isabel Leonard, con su timbre bruñido y voz cálida y homogénea, así como Leigh Melrose, un Prospero, siempre en escena, de dicción esculpida, capaz de modular el propio instrumento vocal pasando con facilidad de la melancolía y amargura a la arrogancia y a a la violencia en el acento.  Josh Lovell personificó un Ferdinand justamente soñador, mientras que su padre, el Rey de Nápoles, fue cantado por Toby Spence, con penetrante voz britteniana y angustiante. 

Al sabio Gonzalo le dio voz con buen color, rotunda y bien timbrada, Sorin Coliban. Por su parte Robert Murray (Antonio). Paul Grant (Sebastian), Kevin Burdette (Stefano) Owen Willetts (Trinculo) y Frédéric Antoun (Caliban), este último afectado por una indisposición anunciada antes del inicio de la función, completaron una compañía de canto de alto perfil y muy bien engranada. Al final, fue extraordinario el desempeño del Coro del Teatro alla Scala, dirigido como siempre con gran dedicación por Alberto Malazzi. 

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