Mefistofele en Venecia
Abril 17, 2024. Después de más de medio siglo de ausencia, el Teatro La Fenice presentó Mefistofele de Arrigo Boito. Como es natural, hubo expectación desde el principio: es un título que plantea bastantes dificultades, tanto escénicas como vocales, y requiere artistas de cierto calibre para dar forma a la partitura con convicción. El propio Boito revisó la obra varias veces para devolverle dimensiones y estructura más propias del teatro de ópera de finales del siglo XIX, con evidentes referencias al estilo de algunos colegas ilustres.
En los últimos años se han intentado resolver las cuestiones musicológicas con una serie de intervenciones encaminadas a restaurar el original boitiano. Precisamente en esta nueva fórmula se propuso la ópera en Venecia, con un gran trabajo y excelente preparación. El Coro de la Fundación Veneciana, formado por Alfonso Caiani, y de los Piccoli Cantori Veneziani, formados por Diana D’Alessio, merecen ser inmediatamente elogiados. Ambos fueron capaces de dar vida a pruebas creíbles y cuidadosas.
Los mismos honores mereció la Orquesta del Teatro La Fenice, que consiguió dominar con seguridad la partitura, obteniendo una interpretación diligente y al mismo tiempo rica en colores y matices, bajo la guía de Nicola Luisotti que, aunque no estuvo libre de cierta pesadez, obtuvo una ejecución fiable y calibrada.
Todo el montaje parece haberse forjado alrededor de la figura del bajo Alex Esposito, el verdadero maestro indiscutible de la función. Su camaleónico Mefistofele confirmó, una vez más, su natural predisposición hacia papeles malignos o demoníacos que tienen características evidentemente similares a su brillante vena interpretativa. Tanto las habilidades escénicas como los recursos musicales, potenciados por un fraseo siempre cuidado y lleno de color, aseguraron una total y acertada adherencia al personaje.
La interpretación de Piero Pretti como Fausto, en cambio, denotó cierta aspereza en la escritura que requiere una flexibilidad considerable y un dominio técnico total por parte del tenor. Ciertamente, se agradeció el gran esfuerzo que hizo, pero al mismo tiempo fueron evidentes algunas faltas de homogeneidad en su emisión y algunos descuidos en su fraseo.
Hubo dos protagonistas femeninas, Maria Agresta en el papel de Margherita y Maria Teresa Leva en el de Elena. La primera exhibió un hermoso timbre e intenciones interpretativas válidas, lamentablemente no respaldadas por una sujeción vocal igualmente sólida. Su ejecución se vio comprometida por dificultades de entonación y cierta aspereza en la región aguda. Llamó la atención la actuación de la segunda, que encontró, en la breve intervención de su personaje, una dimensión capaz de resaltar sus dotes materiales y escénicas. Otras actuaciones válidas fueron las de Kamelia Kader (Marta/Pantalis) y Enrico Casari (Wagner/Nereo).
La dirección de escena estuvo a cargo de Patrice Caurier y Moshe Leiser, este último también a cargo de los decorados, así como Agostino Cavalca (vestuario), Christophe Forey (diseño de luces), Etienne Guiol (diseño de video) y Beate Vollack (coreografía). El resultado fue un espectáculo capaz de impresionar por las múltiples implicaciones propuestas y por las ideas, a menudo inesperadas pero siempre acertadas o motivadas. Tanto las masas corales como los artistas individuales se movieron con maestría en el escenario, mientras que la puesta en escena reservó varias sorpresas que contribuyeron a definir sagazmente los múltiples temas contenidos en la obra de Boito. Al final, el éxito entusiasmó a todos: esperamos que sirva de estímulo para una interpretación más frecuente de esta partitura.