
Nabucco en Verona

Vista panorámica de la puesta en escena de Stefano Poda de Nabucco de Giuseppe Verdi en la Arena de Verona © EnneviFoto
Junio 13, 2025. Que Nabucco de Giuseppe Verdi, bandera del irredentismo italiano, pudiera ser una ópera-ballet, no era algo evidente. Sin embargo, 183 años después se ha demostrado que es posible: lo logró el director Stefano Poda, con una producción en la Arena de Verona que desafió todas las tradiciones y toda previsión imaginaria, construyendo un espectáculo fuera de lo común…
“Yo soy un histrión, pero la genialidad nació junto a mí”, cantaba Charles Aznavour en los míticos años 60 del siglo XX. Aquí, adaptemos el silogismo a Poda. Él, para esta producción que inauguró, la centésima segunda edición del Arena Opera Festival en el teatro al aire libre más grande del mundo, en una noche con todo el boletaje vendido (sold-out, para que lo entiendan los más modernos…), se deshizo de cualquier posible y eventual interferencia técnica, histórica y/o filosófica de terceros, firmando en solitario la dirección, escenografía, vestuario, luces y coreografía: “Yo soy un histrión y la genialidad nació junto a mí”. Punto.
Construyó un espectáculo de gran gala areniana, que se transmitiría en Mondovisión el sábado 21 de junio para el Día Mundial de la Música. ¿Cuál es la síntesis y las características? Pronto se dice: exuberancia coreográfica, meticulosidad técnica, grandilocuencia escénica, habilidad tecnológica, ritmos de tarantolati (ritmo de tarantela), recursos de coup-de-théâtre, transgresión… y añadamos todo lo que pueda ser en contraposición a la costumbre, la insipiencia, la tradición, la simplicidad, la pertinencia, el descuido, el déjà-vu, e incluso… la moda.
En resumen, fue un espectáculo ciertamente original, construido gracias a 400 empleados, entre artistas, figurantes y técnicos, 3,000 vestidos de estilos diferentes, según las etnias que la dramaturgia ideada por Temistocle Solera para Verdi preveía en escena; luego, las luces en escena, en el cielo, en cada espacio donde pudiera llegar la vista del espectador; luces, luces, luces, aplicadas incluso en los trajes, en una fantasía de gusto ultra barroco, donde por barroco se entiende no el significado musical o artístico, sino el significado extensivo de extravagante y bizarro. Un espectáculo generado precisamente por las omnipresentes coreografías más que por el canto de los protagonistas.
En escena, pocas cosas: una torre de la “vanidad” y dos semiesferas luminosas que indicaban los dos mundos étnicamente diferentes y opuestos, el de los asirios de Babilonia y el de los judíos, prisioneros discriminados y enemigos. Dos semiesferas que al final se unirían en una esfera única, símbolo de la pacificación entre las etnias (es decir, metáfora de la paz alcanzada; y, en la realidad de hoy, mensaje en contracorriente).
Luego, a lo largo del espectáculo, algunas estructuras montadas directamente a la vista (es decir, en escena) por los figurantes, como por ejemplo las jaulas-prisión construidas por los asirios para segregar a los judíos a la espera de la decretada aniquilación racial. Es difícil resumir en una crónica musical todo el contenido de esta moderna puesta en escena de Nabucco en la Arena. Pero no sería aquí lo esencial describir la escenografía.
Así que prefiero escribir —en aras de informar y para si parva licet componere magnis— sobre lo esencial e irrelevante de la velada. He aquí lo irrelevante: los comentarios del público, pero también de una parte de los críticos acreditados, durante el intermedio; comentarios que, en el calor del momento, se manifestaron de la forma más dispar, desde los favorables (¡hermosos! ¡sugerentes! ¡originales!), hasta los cautelosos y los que suspendían el juicio sobre el Nabucco firmado por Poda (¡¿eh?! Esperen… ya veremos…), pasando por los abiertamente burlones o censuradores (¡qué triunfo de la vanidad! ¡qué revoltijo! ¡qué escándalo! ¡qué ridículo!). Fue un juicio sobre Poda lo expresado en los acalorados comentarios del “pueblo” de la Arena, no un juicio sobre Nabucco, que fue y sigue siendo una obra maestra venerada a lo largo de los siglos.
Pero, como sabemos, este director factótum tiene admiradores y detractores en todo el mundo: entre los admiradores, creemos que deberíamos mencionar, primus inter pares, a la sobreintendente Cecilia Gasdia, quien en declaraciones públicas y elecciones ha demostrado la valentía de confiar en él, en Poda, para el espectáculo más esperado e importante del Festival de 2025. Entre los detractores… no nos corresponde nombrarlos, se pueden encontrar en las páginas de revistas y periódicos, tanto impresos como digitales. Leyendo opiniones y reportajes que creemos abundantes, ya que se trata de la Arena de Verona. ¿Y para el reportero de este pequeño, exclusivo e importante medio que lee la voz de los círculos de la ópera y la música? No es difícil de entender: me cuento entre los admiradores, porque el genio no se puede minimizar, ni ridiculizar o ignorar. Opinión favorable, sin esnobismo.
Es cierto que hubo exageración en la puesta en escena (el rayo que impacta y enloquece a Nabucco cuando se proclama dios, el cual, al explotar con una estallido repentino, hizo saltar a todos porque era el rugido de una bomba atómica y no un rayo; las luces colocadas en el vestuario de todos —coro, bailarines y figurantes— en el tercero y cuarto acto, que hicieron que todo pareciera un pesebre popular de mal gusto; otras manifestaciones ultra barrocas en las escenas corales…), pero el juicio positivo general no puede considerarse invalidante por un exceso de ideas, en un espectáculo que, precisamente por su programación, apunta a eso.
Así pues, como mencione anteriormente, un Nabucco transliterado de ópera lirica a ópera-ballet. Dentro de los efectos altamente sugestivos, cabe destacar la extraordinaria habilidad del cuerpo de ballet, de los extras y del coro (dirigido por Roberto Gabbiani), y elogiar la excelencia estilística de las masas protagonistas sin ningún fallo durante toda la puesta en escena (o en todo caso con algún fallo insignificante, por tanto, un leve rasguño en la perfección, pero no un elemento que pudiera comprometer el disfrute). Última nota de crónica: la velada fue inaugurada con el himno nacional (hoy ya no se llama —según los perfeccionistas de la filología patriota— “Himno de Mameli” sino que lleva el altisonante título —¿altisonante?— de “Canto de los italianos”), interpretado por el coro que, como en años anteriores, vestía capas verdes, blancas y rojas.

Amartuvshin Enkhbat (Nabucco) © EnneviFoto
Yendo al fondo de la interpretación musical: el regreso del maestro Pinchas Steinberg al podio de la Orquesta de la Fondazione Arena di Verona tuvo resultados mixtos: a veces sublimes (como en la interpretación de ‘S’appressan gli istanti’ e ‘Immenso Jehova chi non ti sente?’), a veces absolutamente rutinarias (como en la interpretación del ‘Va pensiero’, recibida tibiamente por el público y por primera vez en mi memoria terminó sin la petición de un bis): para expresar mi juicio general, las lapidarias notas de los apuntes de la función relativas al desempeño del director se exponen aquí: “Mucha infatuación paracamerística”, “búsqueda de sonidos extraños a Verdi”; “lentitud exasperante en el stacco de los tiempos”; “sustancialmente aburrido”… En resumen: una conducción no precisamente envolvente.
Sobre los cantantes, pensados por la dirección como solistas programáticamente dispersos dentro del frenético dinamismo de los movimientos de las masas, y revelados sustancialmente como protagonistas casi ocultos por el canto y por el protagonismo escénico, nos atrevemos a decir (más allá de los efectos de la discreta amplificación) que Amartuvshin Enkhbat (Nabucco) se confirmó como un grandísimo barítono verdiano, Anna Pirozzi (Abigaille) hizo lo que pudo, terminando por no brillar en ese bullicio escénico que fue espectáculo pero no realizado para el canto, mientras que Roberto Tagliavini destacó más que sus otros colegas del reparto tanto por la parte esencialmente místico-heroica del personaje de Zaccaria como por los indudables méritos de su canto, Francesco Meli (Ismaele) y Vasilisa Berzhanskaya (Fenena) honraron sus papeles sin excesos y sin defectos, pero con una actitud rutinaria confiada en la profesionalidad; Gabriele Sagona (Gran sacerdote de Belo), un joven bajo emergente, ratificó su talento innato que lo llevará a ser una brillante estrella de la ópera de nuestros tiempos.
Completaron dignamente el elenco Carlo Bosi en el papel de Abdallo y Daniela Cappiello en el de Anna. Cito (no por deber de crónica, sino por méritos) también al coordinador de baile Gaetano Bouy Petrosino y al director de los decorados Michele Olcese, sin cuyas valiosas colaboraciones el espectáculo de este Nabucco ideado por Stefano Poda no habría sido tan efectivo ni tan bien realizado. El público al final estuvo dividido, entre quienes aplaudieron y quienes silbaron en desacuerdo hacia la producción escénica.

Escena de baile de Nabucco en la Arena de Verona © EnneviFoto