Recital de Sondra Radvanovsky en Buenos Aires
Julio 5, 2022. Se produjo dentro del Ciclo “Grandes Intérpretes” del Teatro Colón el debut local de la soprano norteamericana-canadiense Sondra Radvanovsky, que deslumbró al público porteño por amplitud de su registro y su volumen fenomenal.
Radvanosky es de esas voces amplias y caudalosas que el público del Colón ama y que espera escuchar en su sala. Por eso fue una noche de triunfo en la cual la soprano desplegó un arco interpretativo de casi 300 años de historia de la música en un trayecto cronológico desde el barroco y el bel canto, pasando por Verdi para llegar a la “nueva escuela italiana” con plena solvencia, conocimiento de los estilos y un diseño de programa que combinó arias con canciones.
Como presentación ofreció tres piezas que forman parte de la colección de canciones y arias antiguas recopiladas por Alessandro Parisotti: ‘Amarilli, mia bella’ de Giulio Caccini,’O del mio dolce ardor’ de la ópera Paride ed Elena de Christoph Willibald Gluck y ‘Danza, danza, fanciulla’, de Francesco Durante. No era dable esperar una interpretación “históricamente informada”, pero la artista demostró profesionalismo y oficio. Siguió el aria ‘Piangerò la sorte mia’ de Giulio Cesare de Georg Friedrich Händel, plena de matices y con perfecto fraseo.
Estas cuatro interpretaciones sirvieron de presentación para entrar en lo que sería la parte central del recital. Un repertorio elegido con inteligencia, buen gusto y coherencia estética: una combinación de arias y canciones de cámara de Vincenzo Bellini, Giuseppe Verdi y Giacomo Puccini, relacionadas algunas entre sí por la reutilización que los compositores hicieron de sus propias melodías.
Así, pasaron de Bellini las canciones ‘Per pieta, bell’ idol mio’ y ‘La ricordanza’ —melodía reutilizada luego en la cavatina de Elvira ‘Qui la voce sua soave’ de I puritani— y una exquisita interpretación de ‘Casta Diva’ de Norma. Esta primera parte finalizó con dos arias de gran envergadura de Verdi que ponen en aprietos a más de una intérprete: ‘Tacea la notte placida’ de Il trovatore y ‘Pace, pace, mio dio’ de La forza del destino.
Sin piezas al piano de relleno o para permitir descansos, esta primera parte de alrededor de 55 minutos mostró en la intérprete su voz enorme, sus firmes agudos, sus bellos filados, pianísimos y medias voces, además de su excelente línea de canto.
El inicio de la segunda parte retomó la estética del final de la primera: melodías reutilizadas por los propios compositores. De Puccini se interpretaron ‘Sole e amore’ —melodía integrada posteriormente en el cuarteto del tercer acto de La bohème— y ‘E l’uccellino’ junto a una vibrante e inolvidable ‘Sola, perduta, abbandonata’ de Manon Lescaut. Mientras que tres fueron las canciones verdianas: ‘In Solitaria stanza’ —con melodías utilizadas en Il trovatore—, ‘Perduta ho la pace’ y ‘Stornello’.
El final fue de alto impacto emocional. La soprano se refirió a la sublimación por el arte y al dolor que le produjo la reciente muerte de su madre. Así, casi como en un homenaje y como credo artístico, se interpretaron ‘Io son l’umile ancella’ de Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea y ‘La mamma morta’ de Andrea Chénier de Umberto Giordano. Aquí la voz adquirió una resonancia casi ilimitada, con una interpretación exquisita y un fraseo conmovedor. Su apabullante técnica le permitió casi en una misma toma de aire pasar del piano al fortissimo para finalizar en pianissimo en el fragmento de Adriana Lecouvreur, mientras que en el aria más famosa de Andrea Chénier mostró la plenitud de matices e intensidad dramática que la intérprete dota a sus personajes.
En todo momento el pianista Anthony Manoli resultó un sólido y refinado acompañante de la diva. Con cuatro bises cerró su presentación. En primer lugar, la “Canción a la luna”, de Rusalka de Antonín Dvořák y ‘Vissi d’arte’ de Tosca de Puccini, ambas espléndidamente interpretadas. Siguió ‘O mio babbino caro’ de Gianni Schicchi de Puccini, un clásico en los bises de casi todas las sopranos, en buena versión; para finalizar con ‘Somewhere over the rainbow’ de Harold Arlen de la película El mago de Oz de 1939 dirigida por Victor Fleming, único momento en un idioma no italiano y en algún punto homenaje a sus raíces norteamericanas, que cerró un recital de excelencia con un programa sin concesiones.