Un ballo in maschera en Chicago

Un ballo in maschera en concierto, con Riccardo Muti al frente de la Chicago Symphony Orchestra © Todd Rosenberg

Junio 28, 2022. Las representaciones en concierto de Un ballo in maschera de Giuseppe Verdi, que concluyen un ciclo de óperas de Verdi que comenzó en 2009 con el Réquiem, cuando Riccardo Muti asumió la dirección musical de la Chicago Symphony Orchestra, fueron también los últimos conciertos que dirigiría el célebre director italiano en su cargo.

Sin embargo, por petición de la administración de la orquesta, que atraviesa por un periodo de transición en la búsqueda de un nuevo director titular de un calibre cercano al de Muti, se le pidió extender su vínculo por un año más, situación que él amablemente aceptó. Pero para el director que ha afirmado: «Verdi es el músico de la vida, y por supuesto que ha sido el músico de mi vida», su encargó concluirá finalmente no con Verdi sino con Beethoven, dirigiendo su Missa solemnis en junio del 2023.

Es por eso que más allá del sobresaliente resultado musical y vocal que aquí se presenció, en el último de tres conciertos, el gran valor anecdótico, curricular e histórico que adquiere este concierto crece considerablemente, ya que, al haber sido de una obra de Verdi, este fue de hecho la culminación de un vínculo personal y afectivo propio del director con la orquesta, no así en el plano laboral o profesional.

Quedan como testimonio y para la posteridad ejecuciones memorables del citado Requiem, interpretado varias veces durante su gestión (y cuya grabación en CD obtuvo el premio Grammy), así como conciertos de Otello, Macbeth, Falstaff y Aida en el Symphony Center, continuando con la tradición de presentar óperas en concierto, algo también habitual en la gestion de Sir Georg Solti.

En realidad, la relación de Muti con la CSO no comenzó en el 2009, cuando se le ofreció la dirección titular, sino en julio de 1973, por lo que seguramente en el 2023 no habrá una separación definitiva, ya que las mejores agrupaciones requieren siempre tener a los mejores directores.

La versión de Ballo escuchada aquí fue la que se sitúa en Boston, y la ejecución musical de la orquesta fue sobresaliente, por momentos sublime, con la sincronización y precisión de un reloj, en cada una de sus secciones, como las cuerdas, los metales o las percusiones. Con pocos movimientos, pero con precisión en su conducción, Riccardo Muti demostró autoridad y conocimiento del repertorio, plasmándolo en cada pasaje, extrayendo lo mejor de los músicos, y con consideración por las voces, esculpiendo una lectura musicalmente colorida y entusiasmante. Poco más que agregar al ver en acción a un director y una influyente presencia en la ejecución del repertorio operístico italiano. 

Pocas veces se dice, pero los coros que acompañan a estas orquestas están al mismo nivel de la orquesta, y el Chicago Symphony Chorus no es la excepción. Colocado en las butacas traseras del escenario y detrás de la orquesta en un plan superior, se mostró uniforme, participativo y contribuyó al buen resultado final, bajo la dirección del longevo maestro Donald Palumbo, conocido por su trabajo con el coro del Metropolitan Opera.

El elenco vocal agradó y satisfizo con la presencia del tenor Francesco Meli, quien cantó con una voz de timbre cálido y rotundo, además de buena proyección, que incluso logró conmover en los momentos de vulnerabilidad e inseguridad por los que atraviesa su personaje, como las arias ‘Di’ tu se fedele’ al estilo de una barcarola en el Acto I, o ‘È scherzo od è follia’. 

La mezzosoprano rusa Yulia Matochkina, ofreció una escalofriante intervención como Ulrica, por la densidad vocal que posee pero con la que supo darle un sentido comunicativo a lo que canta. Sobresaliente estuvo la soprano Damiana Mizzi, dando vida a un perspicaz y astuto Oscar, al que actuó con gracia y convicción y cantó mostrando elasticidad, seguridad y brillantez en su vocalidad. El barítono Luca Salsi, mostro garbo escénico y adecuados medios vocales en el papel de Renato. 

Por su parte, la soprano Joyce El-Khoury tuvo un inicio incierto, un poco inaudible e inseguro, que fue creciendo en intensidad a lo largo del concierto, hasta llegar al que fue uno de los momentos más altos con ‘Morrò, ma prima in grazia’, que detuvo el tiempo y causó una explosión de emotividad en el público. Correctos estuvieron los bajo-barítonos Kevin Short (Tom) y Alfred Walker (Samuel) y el barítono puertorriqueño Ricardo José Rivera (Silvano). 

Es evidente que presentar óperas en concierto tiene sus ventajas: que permiten apreciar y adentrarse en la música y el canto, pero también posee algunas desventajas: la colocación de los solistas en posiciones distantes uno del otro, provocó una desconexión y alejamiento entre Riccardo y Amelia que, colocados en extremos opuestos del escenario, privaron al concierto de cierta teatralidad. Además, en esta ocasión se extrañaron los supertitulos, pues en su lugar se entregó un libreto a cada persona del público, lo que causó mucha distracción por el ruido ocasionado ante el constante cambio de páginas. 

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