Rigoletto en Madrid
Diciembre 20, 2023. De los tres repartos propuestos, con numerosas funciones, pude ver la que se transmitió en directo por televisión y cines con el primero de los mencionados. La nueva producción confiada a Miguel del Arco no convenció, sobre todo porque —siendo la primera vez que este conocido hombre de teatro ponía en escena una ópera— no supo quiso o pudo entender que entre una obra en prosa de Victor Hugo y el mismo tema tratado en música por Giuseppe Verdi sobre un libreto de Francesco Maria Piave no solo tiene la música como elemento fundamental, sino que requiere sus tiempos.
Al margen de que se haya exagerado sobre el abuso de poder y la violencia sobre la mujer (dos temas que están en la obra, pero a la que desnudos continuos no dan mayor contundencia ni tampoco resultan pornográficos), que el decorado haya sido feo, la iluminación discutible y los trajes incoherentes, no entender que arias y duetos no requieren llenar la escena de figurantes absolutamente innecesarios (si se pierda la soledad extrema de los duetos de padre e hija, por ejemplo, se destruye el valor y la dramaturgia verdiana), ya desde el vamos las cosas van mal, porque el breve pero importante preludio hace solo de música de acompañamiento a una violación en manada (vaya uno a saber por qué llevaban máscara de conejos) con los consiguientes suspiros, llantos y gritos sofocados de la víctima (algo que se repitió más de una vez durante el espectáculo y cuando sucedió que las mujeres eran consideradas perros y se movían como tales no faltó tampoco el ladrido inoportuno).
Que el protagonista sea en principio algo así como el maestro de escena que conduce la violación y la fiesta del Duque quita importancia a su aparición en medio de la misma (las indicaciones del libreto no son ociosas). Dejemos de lado que el tocado del bufón (sin ninguna deformidad, pero al parecer en otras funciones llevando sugestivos ligueros, como por suerte no fue el caso aquí) haría palidecer de envidia a Atahualpa y Moctezuma juntos: en realidad los principales tuvieron que luchar contra su caracterización (el cuadro prerrafaelita con bellas damiselas abrazadas en torno a Gilda mientras la soprano canta ‘Caro nome’, estéticamente bello, ni siquiera explicado como el inconsciente erótico de la muchacha —aquí azuzada por una Giovanna viperina— funciona teatralmente).
Pero si Verdi es bien servido en el foso y en el escenario sale airoso con o sin puesta, tradicional o rompedora que sea. Y lo fue. Nicola Luisotti dirigió mejor que otras veces, aunque siempre con algunos tiempos peculiares, pero concertó bien y cuidó mucho el equilibrio entre cantantes e instrumentistas y la orquesta del Teatro Real estaba en óptima forma. El coro ya denota la mano de maestro de su nuevo director, el extraordinario José Luis Basso, que es un lujo para cualquier teatro.
Los secundarios fueron entre discretos y correctos, pero hay que nombrar a Cassandre Berthon (Giovanna), Fabián Lara (Borsa) y César San Martín (Marullo). Interesante el Monterone de Jordan Shanahan. Los hermanos asesinos en la periferia (que aquí son promovidos a responsables de un burdel) fueron convincentes, más Marina Viotti como procaz Maddalena, vocalmente muy efectiva, y la voz cavernosa de Peixin Chen para Sparafucile habría sido ideal si hubiera sido algo más expresiva y la emisión del agudo menos discutible.
Sin duda el más intenso e interesante de los tres principales fue el bufón de Ludovic Tézier, en estado vocal formidable, con un color ideal, una extensión y homogeneidad que dejarían boquiabiertos si ya no estuviéramos acostumbrados desde hace tiempo a oírlo, pero con un uso de la media voz y una verdad en su canto que nunca le hizo quebrar la línea buscando expresividades innecesarias y que demuestran el trabajo cada vez más profundo sobre texto y música desde su recordado debut escénico en Toulouse. Inútil buscar una debilidad (cómo se oía en el concertante del primer cuadro o en el cuarteto, pero está claro que su invectiva a los cortesanos se ganó el aplauso de la velada y casi lo mismo el siguiente dueto y cabaletta con Gilda).
Debutó como Gilda Adela Zaharia, una soprano capaz de agilidades y sobreagudos, pero con una pasta más densa en centro y grave que los habituales canarios y de inmediato el personaje adquirió mayor consistencia (es cierto que al principio tuvo que calentar la voz, pero a partir del gran dueto con Rigoletto todo fue sobre ruedas, con un notable ‘Tutte le feste al tempio’ y un cuarteto y una escena final excelentes).
Javier Camarena también ha cambiado desde su debut en Barcelona como el Duque. Si entonces parecía demasiado ligero, aquí curiosamente los momentos menos bien resueltos fueron los puramente belcantistas, en particular ‘E’ il sol dell’anima’ y la segunda sección de su cabaletta ‘Possente amor’. En cambio, entonó una briosa ‘Questa o quella’, un gran recitativo y aria ‘Èlla mi fu rapita’ y ‘Parmi veder le lacrime’, y tras una buena pero no sobresaliente ‘La donna è mobile’, cantó un magnífico cuarteto y un último ‘pensier’ de absoluta maestría. Teatro lleno y gran éxito.