Simon Boccanegra en Milán
Enero 4, 2024. A diez años de la partida de Claudio Abbado, el Teatro alla Scala ha programado una de sus óperas más queridas y apreciadas, Simon Boccanegra.
Recuerdo las memorables funciones scaligeras de 1971 (con la dirección de Giorgio Strehler) que dieron a la obra maestra verdiana una lectura de rara fuerza dramática debida a una nueva y potente visión interpretativa y a un elenco extraordinario. Desde entonces, esta ópera oscura como pocas otras y no muy representada hasta ahora, entró por la puerta principal del repertorio de cada teatro lírico, como era justo que sucediera.
En esta ocasión, la dirección escénica le fue confiada a Daniele Abbado, hijo del director de orquesta, y afirmó inmediatamente que el espectáculo asistido fue aburrido, carente de ideas y visualmente decepcionante. No basta una etiqueta genérica de minimalismo para enmascarar la nimiedad del todo. Tampoco se notó una dirección en los cantantes, que fueron siempre dejados a sí mismos con gestos estereotipados y movimientos convencionales.
Ni la batuta de Lorenzo Viotti pudo convencer plenamente. El joven director suizo mostró una incuestionable pericia en el cuidado de ciertos particulares orquestales, de timbres y de fraseo (¡la orquesta de la Scala sonó muy bien!), pero se le escapó una visión más completa y teatralmente estimulante. Cuando a una obra lúgubre como Simon Boccanegra le falta el paso teatral, se arriesga a caer en el aburrimiento. En definitiva, Viotti pareció más interesado en lo que sucedía en el foso que sobre el escenario.
El elenco fue dominado por el Boccanegra de Luca Salsi, que continúa encadenando éxitos en papeles verdianos por todo el mundo, mostrándose, quizás, como el intérprete de referencia de nuestros días. Salsi mostró un acento vibrante, apasionado, y supo cómo ser multifacético, cantar piano y matizar, con un timbre siempre viril y gallardo cuando era necesario. Su Simone fue humano y conmovedor.
Eleonora Buratto interpretó el papel de Amelia Grimaldi, mostrando una indudable pureza y nitidez en su timbre. Su acento fue el adecuado y la línea de canto clara y musical con un fraseo comunicativo, aunque por momentos fue demasiado prudente al afrontar el registro más agudo. Charles Castronovo personificó un Gabriel Adorno enternecedor, como también atrevido y a veces vehemente, evidenciando facilidad en los agudos, con cuerpo y bien timbrados, pero una línea de canto un poco forzada que en general no estuvo siempre homogénea, sobre todo en su zona central.
Óptimo estuvo el Paolo Albiani de Roberto De Candia, cantado con perfecta dicción, emisión bien sostenida y envidiable proyección vocal. Asimismo, fue del todo insatisfactoria la prueba de Ain Anger en el papel de Jacopo Fiesco. La voz del bajo estonio no pareció homogénea en el timbre y estuvo fatigosa en la emisión. Sus frases musicales se deshacían con esfuerzo, y también pareció problemática su dicción. Al final, se debe señalar la presencia siempre atenta y precisa del Coro del Teatro alla Scala dirigido por Alberto Malazzi.